Al parecer, el principal objetivo en la vida de Thea era hacer desgraciados a sus contemporáneos.
Thea es el paradigma. El paradigma de la niña perfecta. Sin embargo, tras su aparente perfección, Patricia Highmith revela un catálogo de perversidades que revierten la cuestión sobre la mesa: ¿no será acaso conveniente reconsiderar los elementos que consideramos socialmente perfectos? Thea es, de momento, La perfecta señorita.
Theodora, o Thea como la llamaban, era la perfecta señorita desde que nació. Lo decían todos los que la habían visto desde los primeros meses de su vida, cuando la llevaban en un cochecito forrado de raso blanco. Dormía cuando debía dormir. Al despertar, sonreía a los extraños. Casi nunca mojaba los pañales. Fue facilísimo enseñarle las buenas costumbres higiénicas y aprendió a hablar extraordinariamente pronto. A continuación, aprendió a leer cuando apenas tenía dos años. Y siempre hizo gala de buenos modales. A los tres años empezó a hacer reverencias al ser presentada a la gente. Se lo enseñó su madre, naturalmente, pero Thea se desenvolvía en la etiqueta como un pato en el agua.
—Gracias, lo he pasado maravillosamente —decía con locuacidad, a los cuatro años, inclinándose en una reverencia de despedida al salir de una fiesta infantil. Volvía a su casa con su vestido almidonado tan impecable como cuando se lo puso. Cuidaba muchísimo su pelo y sus uñas. Nunca estaba sucia, y cuando veía a otros niños corriendo y jugando, haciendo flanes de barro, cayéndose y pelándose las rodillas, pensaba que eran completamente idiotas. Thea era hija única. Otras madres más ajetreadas, con dos o tres vástagos que cuidar, alababan la obediencia y la limpieza de Thea, y eso le encantaba. Thea se complacía también con las alabanzas de su propia madre. Ella y su madre se adoraban.
Entre los contemporáneos de Thea, las pandillas empezaban a los ocho, nueve o diez años, si se puede usar la palabra pandilla para el grupo informal que recorría la urbanización en patines o bicicleta. Era una típica urbanización de clase media. Pero si un niño no participaba en las partidas de «póquer loco» que tenían lugar en el garaje de algunos de los padres, o en las correrías sin destino por las calles residenciales, ese niño no contaba. Thea no contaba, por lo que respecta a la pandilla.
—No me importa nada, porque no quiero ser uno de ellos —les dijo a sus padres.
—Thea hace trampas en los juegos. Por eso no queremos que venga con nosotros —dijo un niño de diez años en una de las clases de Historia del padre de Thea.
El padre de Thea, Ted, enseñaba en una escuela de la zona. Hacía mucho tiempo que sospechaba la verdad, pero había mantenido la boca cerrada, confiando en que la cosa mejorara. Thea era un misterio para él. ¿Cómo era posible que él, un hombre tan normal y laborioso, hubiese engendrado una mujer hecha y derecha?
—Las niñas nacen mujeres —dijo Margot, la madre de Thea—. Los niños no nacen hombres. Tienen que aprender a serlo. Pero las niñas ya tienen un carácter de mujer.
—Pero eso no es tener carácter —dijo Ted—. Eso es ser intrigante. El carácter se forma con el tiempo. Como un árbol.
Margot sonrió, tolerante, y Ted tuvo la impresión de que hablaba como un hombre de la edad de piedra, mientras que su mujer y su hija vivían en la era supersónica.
Al parecer, el principal objetivo en la vida de Thea era hacer desgraciados a sus contemporáneos. Había contado una mentira sobre otra niña, en relación con un niño, y la chiquilla había llorado y casi tuvo una depresión nerviosa. Ted no podía recordar los detalles, aunque sí había comprendido la historia cuando la oyó por primera vez, resumida por Margot. Thea había logrado echarle toda la culpa a la otra niña. Maquiavelo no lo hubiera hecho mejor.
—Lo que pasa es que ella no es una sinvergüenza —dijo Margot—. Además, puede jugar con Craig, así que no está sola.
Craig tenía diez años y vivía tres casas más allá. Pero Ted no se dio cuenta al principio de que Craig estaba aislado, y por la misma razón. Una tarde, Ted observó cómo uno de los chicos de la urbanización hacía un gesto grosero, en ominoso silencio, al cruzarse con Craig por la acera.
—¡Gusano! —respondió Craig inmediatamente.
Luego echó a correr, por si el chico lo perseguía, pero el otro se limitó a volverse y decir:
—¡Eres un mierda, igual que Thea!
No era la primera vez que Ted oía tales palabras en boca de los chicos, pero tampoco las oía con frecuencia y quedó impresionado.
—Pero, ¿qué hacen solos, Thea y Craig? —le preguntó a su mujer.
—Oh, dan paseos. No sé —dijo Margot—. Supongo que Craig está enamorado de ella.
Ted ya lo había pensado. Thea poseía una belleza de cromo que le garantizaría el éxito entre los muchachos cuando llegara a la adolescencia y, naturalmente, estaba empezando antes de tiempo. Ted no tenía ningún temor de que hiciera nada indecente, porque pertenecía al tipo de las provocativas y básicamente puritanas.
A lo que se dedicaban Thea y Craig por entonces era a observar la excavación de un refugio subterráneo con túnel y dos chimeneas en un solar a una milla de distancia aproximadamente. Thea y Craig iban allí en bicicleta, se ocultaban detrás de unos arbustos cercanos y espiaban riéndose por lo bajo. Más o menos una docena de los miembros de la pandilla estaban trabajando como peones, sacando cubos de tierra, recogiendo leña y preparando papas asadas con sal y mantequilla, punto culminante de todo esfuerzo, alrededor de las seis de la tarde. Thea y Craig tenían la intención de esperar hasta que la excavación y la decoración estuvieran terminadas y luego se proponían destruirlo todo.
Mientras tanto a Thea y a Craig se les ocurrió lo que ellos llamaban «un nuevo juego de pelota», que era su clave para decir una mala pasada. Enviaron una nota mecanografiada a la mayor bocazas de la escuela, Verónica, diciendo que una niña llamada Jennifer iba a dar una fiesta sorpresa por su cumpleaños en determinada fecha, y por favor, díselo a todo el mundo, pero no se lo digas a Jennifer. Supuestamente la carta era de la madre de Jennifer. Entonces Thea y Craig se escondieron detrás de los setos y observaron a sus compañeros del colegio presentándose en casa de Jennifer, algunos vestidos con sus mejores galas, casi todos llevando regalos, mientras Jennifer se sentía cada vez más violenta, de pie en la puerta de su casa, diciendo que ella no sabía nada de la fiesta. Como la familia de Jennifer tenía dinero, todos los chicos habían pensado pasar una tarde estupenda.
Cuando el túnel, la cueva, las chimeneas y las hornacinas para las velas estuvieron acabadas, Thea y Craig fingieron tener dolor de tripas un día, en sus respectivas casas, y no fueron al colegio. Por previo acuerdo se escaparon y se reunieron a las once de la mañana en sus bicicletas. Fueron al refugio y se pusieron a saltar al unísono sobre el techo del túnel hasta que se hundió. Entonces rompieron las chimeneas y esparcieron la leña tan cuidadosamente recogida. Incluso encontraron la reserva de patatas y sal y la tiraron en el bosque. Luego regresaron a casa en sus bicicletas.
Dos días más tarde, un jueves que era día de clases, Craig fue encontrado a las cinco de la tarde detrás de unos olmos en el jardín de los Knobel, muerto a puñaladas que le atravesaban la garganta y el corazón. También tenía feas heridas en la cabeza, como si lo hubiesen golpeado repetidamente con piedras ásperas. Las medidas de las puñaladas demostraron que se habían utilizado por lo menos siete cuchillos diferentes.
Ted se quedó profundamente impresionado. Para entonces ya se había enterado de lo del túnel y las chimeneas destruidas. Todo el mundo sabía que Thea y Craig habían faltado al colegio el martes en que había sido destrozado el túnel. Todo el mundo sabía que Thea y Craig estaban constantemente juntos. Ted temía por la vida de su hija. La policía no pudo acusar de la muerte de Craig a ninguno de los miembros de la pandilla, y tampoco podían juzgar por asesinato u homicidio a todo un grupo. La investigación se cerró con una advertencia a todos los padres de los niños del colegio.
—Sólo porque Craig y yo faltáramos al colegio ese mismo día no quiere decir que fuésemos juntos a romper ese estúpido túnel —le dijo Thea a una amiga de su madre, que era madre de uno de los miembros de la pandilla. Thea mentía como un consumado bribón. A un adulto le resultaba difícil desmentirla.
Así que para Thea la edad de las pandillas —a su modo— terminó con la muerte de Craig. Luego vinieron los novios y el coqueteo, oportunidades de traiciones y de intrigas, y un constante río, siempre cambiante, de jóvenes entre dieciséis y veinte años, algunos de los cuales no le duraron más de cinco días.
Dejemos a Thea a los quince años, sentada frente a un espejo, acicalándose. Se siente especialmente feliz esta noche porque su más próxima rival, una chica llamada Elizabeth, acaba de tener un accidente de coche y se ha roto la nariz y la mandíbula y sufre lesiones en un ojo, por lo que ya no volverá a ser la misma. Se acerca el verano, con todos esos bailes en las terrazas y fiestas en las piscinas. Incluso corre el rumor de que Elizabeth tendrá que ponerse la dentadura inferior postiza, de tantos dientes como se rompió, pero la lesión del ojo debe ser lo más visible. En cambio Thea escapará a todas las catástrofes. Hay una divinidad que protege a las perfectas señoritas como Thea.
… dices que la suerte no para en tu portal,
Que lo Dios te da Dios te lo quita,
Y sé que no es tu fuerte, pensar en los demás
Ya no me das pena, señorita
…Dejaste que aquel tipo cantase su canción
Pero no te pareció bonita
Guardas las caricias en el congelador
Ya no me das pena, señorita
Ya no me das pena... señorita…
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EDITOR: JOSÉ LUIS SAN ROMÁN
*Patricia Highsmith- Biografía:
La norteamericana Patricia Highsmith (19 de enero de 1921, Ford Worth, Texas - 4 de febrero de 1995, Locarno) fue una de las escritoras más importantes del siglo XX.
Se la considera la gran revolucionaria del thriller psicológico, una maestra de la novela de intriga y del terror moral. Sus obras han sido adaptadas en decenas de ocasiones al cine, el teatro y la televisión.
Highsmith nació como Mary Patricia Plangman. Sus padres, Jay y Mary, se movían en el mundo artístico. No fue una hija querida y la pareja se divorció diez días antes de que ella viniera al mundo. Su madre se trasladó con ella a Nueva York, donde se casaría con el pintor Stanley Highsmith, de quién adoptó el apellido.
Pasó su infancia en los ambientes bohemios de Greenwich Village. Tuvo siempre una relación tormentosa con su madre, que le marcaría durante toda su vida. La persona encargada de cuidarla fue su abuela materna, que descubrió que era una niña enormemente inteligente y precoz; según sus biógrafos, con solo nueve años, empezó a leer libros de psicoanálisis que encontró en su biblioteca. Le interesaban en especial los temas relacionados con la culpa, la mentira, los remordimientos y el crimen, que exploraría más tarde en su obra.
Estudió en la prestigiosa universidad femenina de Barnard dramaturgia y literatura. También comenzó a asistir a sesiones de terapia, ya que tardó un tiempo en asumir su condición de homosexual. Una vez graduada, trabajó como guionista de cómics juveniles y como dependienta en la sección de juguetes de los grandes almacenes Bloomingdale’s. Allí conoció a una mujer casada de clase alta con la que tuvo una aventura; este incidente biográfico inspiró su novela El precio de la sal, que se publicó en 1952, bajo el seudónimo de Claire Morgan, ya que no deseaba ser etiquetada como escritora lesbiana. Esta obra sería llevada al cine en 2015 con el título de Carol.
Highsmith envió sus primeros relatos a varias publicaciones de la época sin éxito. No obstante, uno de sus escritos cayó en manos de Truman Capote, que ya era un escritor célebre en la época. Impresionado, Capote la recomendó para recibir una beca, lo cual le permitió pasar un verano en el retiro de artistas de Yaddo, donde escribió su primera novela, Extraños en un tren. Finalmente se publicó en 1950, con un éxito resonante. Al año siguiente, Alfred Hitchcock la llevó al cine, en lo que se considera una de las grandes obras maestras del mago del suspense (Hitchcock y Highsmith se admiraron mutuamente a lo largo de toda su carrera).
En 1955, Highsmith creó al que sería su personaje más popular, Tom Ripley, en El talento de Mr. Ripley, que tendría cuatro secuelas. Ripley es un joven culto, educado y agradable y, al mismo, tiempo, un estafador, un sociópata y un asesino sin escrúpulos. Ha tenido un sinfín de rostros en sus adaptaciones al cine, entre los que cabe destacar Alain Delon en A pleno sol (1960), Dennis Hopper en El amigo americano (1977), Matt Damon en El talento de Mr. Ripley (1999) y John Malkovich en El juego de Ripley (2002).
Desde que alcanzó la independencia económica como escritora, residió en Europa, en Gran Bretaña, Francia y Suiza. Su vida personal fue muy turbulenta y, en sus últimos años, tuvo un grave problema de alcoholismo. Solía afirmar que prefería la compañía de los animales a la de los seres humanos, y vivía rodeada de gatos. También criaba caracoles en los jardines de sus sucesivas casas. Mantuvo algunas relaciones sentimentales, casi siempre con mujeres, aunque afirmaba que prefería la amistad con hombres.
Escribió desde los dieciséis años un diario que, al llegar su muerte, sumaba ocho mil páginas. En 2022 se publicó una monumental edición que constituye un importantísimo y apasionante documento sobre su personalidad.
Desde su adolescencia, era atea y se consideraba de izquierdas; aunque a veces disfrutaba escandalizando a sus conocidos haciendo comentarios racistas o antisemitas. No obstante, apoyó públicamente a Amnistía Internacional y expresó su simpatía hacia la lucha del pueblo palestino.
Patricia Highsmith escribió veintidós novelas y más de un centenar de relatos. Falleció a los 74 años debido a un cáncer de pulmón. Siguiendo sus deseos, fue incinerada y sus cenizas reposan en el cementerio de Tegna, en Ticino, Suiza. Dejó su fortuna y los derechos de sus obras a la colonia de Yaddo, para ayudar a artistas y escritoras jóvenes estadounidenses y sus manuscritos a la Biblioteca Nacional de Suiza.
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