Hay una situación que ha sido posible gracias a la colaboración de dos factores imprescindibles para todo poder estatal que se precie y que siempre se han tenido muy presentes. A saber: la ignorancia y el miedo.
Podemos empezar por hablar del cinismo, y tal vez no en una oposición a la hipocresía, sino por lo que este tiene de valor en sí mismo.
Y tal vez buscar alguna claridad en las exposiciones no supone que es el mismo camino de eso llamado populismo, y que necesariamente implica el sentido común, eso, ese sentido común del que hablaba el sr Voltaire allá por la mitad del siglo 18, en lo que se llamó la edad contemporánea, y lo señalaba como el menos común de los sentidos. Y ese sensus communis que para los clásicos era sinónimo de sencillez, de humildad, y que atiende esa intención de claridad a la pura posibilidad de ser escuchado, entendido por todo aquel que sea honesto, decente intelectualmente en su búsqueda de la verdad aunque fuese únicamente con el fin egoísta de servirle a sí mismo.
Sabemos, o debemos saber fundamentalmente que las sociedades humanas no son construcciones mecánicas que funcionan en círculos lógicos cerrados bajo parámetros perfectamente definidos y con actores programados y previsibles, rígidos, medidos y calculados, perfectamente documentados. Y no es así. No, porque las “piezas de su engranaje” tienen voluntad propia, intereses propios. Y es entonces que, quien pretende describir o modelar un sistema social humano desde el automatismo hipercontrolado de la racionalidad mecanicista se adentra en un terreno pantanoso plagado de decepciones
Y entonces cuando se hace esa descripción, terminan ocurriendo cosas que nadie había pensado, y probablemente son cosas que no deseadas por muchos, pero que al fin de cuentas debemos aceptar si tomamos la decisión de dejar libres las piezas de esa maquinaria social. Sucede así que esa “lógica” de la máquina programable se esfuma y con ella esa soñada construcción que algún ingeniero social se había propuesto.
Es posible soportar todo eso si se está propenso a tolerar esos resultados de la acción social y dar garantía al libre albedrío de las piezas de ese modelo. Se da así que cada vez que se alcanza ese punto de disenso entre lo deseado y lo verificado, hay un choque entre esos dos mundos en un eterno conflicto:
Veamos:
Aquellos que exigen que una sociedad debe funcionar como una construcción racional con objetivos definidos, en esos términos de “felicidad para todos”, generalmente; difícilmente aceptará que se debe permitir que ocurran cosas determinadas sólo por el hecho que las normas de procedimiento de esa sociedad (que se autodefine libre) prohíben que se puedan asignar funciones predefinidas a las piezas de ese engranaje social.
Quien concibe la sociedad como una máquina construida o construible de manera racional, no puede siquiera imaginar la posibilidad de que la máquina genere resultados no deseados. Si la finalidad de una máquina es obtener unos resultados “A”, se deben reglar todos los procesos para que el resultado final sea precisamente “A”. Si, en contra de lo esperado y a pesar de los reglajes, el resultado es “B”, éste no puede ser en modo alguno fruto de la casualidad, de manera que comienza la búsqueda de la “mano negra” que alteró las rutinas de la máquina. Suelen encontrar pruebas de ello siempre, y sus justificaciones comienzan con un “yo no creo en las conspiraciones, pero …”
… Y si todo lo que hacen, es por el bien de todos, ya no necesitan justificar el “cómo”, es que hagan lo que hagan su propósito siempre es elevado. Todos los medios son válidos para alcanza su fin, la persecución, la prohibición, el valor, incluso la mentira
Aceptar resultados inciertos y absolutamente abiertos de la acción social es imprescindible en la comprensión de una sociedad libre. Por otro lado, sin embargo, resulta difícil asumir esa incertidumbre, y es casi insoportable para quien piensa como un salvador-diseñador como los políticos, de hoy, por ejemplo, o encuentra acomodo en una cosmología (llámenlo como quieran) determinista.
Y es aquí donde encontramos el atajo: la Moral
Si todos fuésemos buenos, no serían necesarios ni gobiernos ni leyes. Y si todos fuésemos malos, no cabría esperar que un gobierno o unas leyes nacidas de esa sociedad fuesen buenos en lo más mínimo. Basta con darse una vuelta por cualquier sitio habitado por humanos en este planeta para darse cuenta de que son infinitos los tonos de gris en los que podemos calificar moralmente a cualquiera de nosotros. Los hay mejores y peores, en casi todo buenos o en casi todo malos, fundamentalmente generosos o fundamentalmente avariciosos, unos violentos y otros pacíficos. Y es por ello que hay leyes, que tenemos normas. Así facilitamos la convivencia pacífica… o lo intentamos al menos.
Dentro del grupo (enorme, por cierto) de los que se creen siempre mejores existe un subgrupo (la mitad, diría yo) que piensa que es infinitamente más bueno que cualquiera. Son los que se ven como defensores legítimos y únicos de todas las minorías, de todos los discriminados, de todos los desfavorecidos, de todas las víctimas de la sociedad. Les hablo de la siempre moralmente superior esa cosa conocida como “izquierda de progreso”, especialmente la occidental, que está arropada por la cultura del victimismo en la que nos encontramos inmersos. Esta convicción de ese percibido progreso es la que le lleva a degradar a todo aquel y todo aquello que no participa de su particular cosmovisión a la condición de, simplemente, “malo”.
Es la misma convicción que les auto absuelve de todo pecado. Si todo lo que hacen lo hacen por el bien de todos, ya no necesitan justificar el cómo: hagan lo que hagan su propósito siempre es elevado. Todos los medios son válidos para alcanzar su fin: la persecución, el mobbing, la prohibición, la tasación de ponerle un precio a la miseria generada por ellos mismos, incluso la mentira. Los que lo reconocemos parece que lo callamos o lo susurramos en conversaciones con nuestros allegados, pero no, una idea no es nunca débil ante una ideología. Y es así como hoy esa cosa, mimetizada en ideologías parasitarias, esos dogmas como latas de conserva que le tiran a la gente, y disfrutan verlos morir de hambre por una ideología; si esa cosa, la moralmente superior, auto convencida que domina las universidades, el sistema de instrucción educativa, el arte, la cultura, la vida cotidiana de la gente, y todo lo que se les antoje a su merced; y también un sector muy mayoritario de los medios de comunicación, que el acostumbramiento y la corrección política no se animan a enfrentar en el terreno de las ideas de respeto y defensa de las libertades individuales.
No, ellos no son mejores. Pero han sabido apropiarse de esa etiqueta, y los demás parece que no hemos hecho nada por impedirlo.
No han sido las guerras con su violencia las que han logrado avances significativos en la humanidad, sino la libertad. Este es el motor que nos permitirá seguir siempre más allá, sin detenernos ante las adversidades y evitar la inmovilidad inducida con trampas y mentiras, de esos seres.
Vivir aislado, embadurnado en tinta roja y carbón
Ideología en tus manos frías
Ideología en tu mirada atroz
Ideología en la gastronomía
Ideología en los talents shows
A salvo de la vida en mi rincón
Ideología sin salir de casa
Y cuando atraviesas el portal
Ideología en los escaparates
En cada esquina de cada ciudad
LobosMagazine LM™ 2024 www.lobosmag.com
EDITOR: JOSÉ LUIS SAN ROMÁN
LobosMagazine es un medio totalmente orientado al público, un espacio de libertad de opinión, análisis y debate donde los dogmas no existen, tampoco las imposiciones políticas. Garantizar esta libertad de pensamiento depende de usted, de todos los lectores