La reciente pandemia, que se está caracterizando por una creciente biologización de la política, vendría a poner de manifiesto esa conversión de la política en una nueva biopolítica.
Biopolítica en tiempos de pandemia
Por Carlos Barrio
El pensador italiano Robert Esposito (1), es uno de los estudiosos contemporáneos más famosos del llamado fenómeno de la biopolítica. Un conjunto de técnicas que se caracteriza por una administración por parte del poder político de todos los aspectos de la existencia humana, incluidos los puramente biológicos. En la lengua griega, como bien pone de manifiesto un autor como Giorgio Agamben, se establece una distinción entre la nuda vida(**), en su sentido puramente biológico (bíos) y el aspecto social y comunitario de la misma (zoé). La distinción no es nueva, ya la puso de manifiesto Hannah Arendt basándose en una lectura de los textos políticos de Aristóteles. La biopolitica supondría por lo tanto una intromisión del poder político en un ámbito, el del bíos, que va más allá de la pura zoé o vida entendida como hecho social.
La reciente pandemia, que se está caracterizando por una creciente biologización de la política, vendría a poner de manifiesto esa conversión de la política en una nueva biopolítica. No deja de ser paradójico que la nueva izquierda, que ha venido caracterizado al mal llamado neoliberalismo como una forma de biopolítica, apoye mayoritariamente ahora la conversión de la política en una biopolítica en tiempos del coronavirus. Ese otrora poder sobre la nuda vida de carácter despótico con el caracterizaban los teóricos de la nueva izquierda a las democracias occidentales de corte liberal se ha convertido ahora en una suerte de aliado no sólo en la lucha contra un virus globalizado sino contra el cambio climático, el patriarcado o el racismo, todas ellas formas de expresión secularizadas del mal, según la visión gnóstica de la realidad que defiende la nueva izquierda.
Frente a esta amenaza silenciosa no cabe pedir ningún tipo de responsabilidad a nuestros gobernante, sólo cabe configurar una nueva “comunitas” que acríticamente apoye al gobierno en todo tipo de medidas para frenar la expansión del virus, aunque se lleve por delante con ello el estado de derecho, la democracia y la libertad de las personas.
Roberto Esposito ha destacado un elemento fundamental de la biopolitica neoliberal. Según su visión el objetivo último de la biopolítica no sería otro que el de generar una “communitas”, un grado máximo de cohesión social, el cual surgiría a partir de la concienciación por parte del grupo de una amenaza externa. La idea no es nueva, ya se encuentra en autores antiguos, sin embargo resulta especialmente vigente en los tiempos que corren ahora mismo. Ya no es una noción liberal de democracia, una defensa del libre mercado o de la dignidad de la persona humana lo que vertebra la cohesión de una sociedad sino la amenaza de un virus, cuyos mecanismos de acción distan mucho de ser conocidos según el relato cambiante de unas autoridades sanitarias más preocupadas de complacer al poder que del hecho de combatir al virus. El coranavirus ha pasado de ser un inofensivo y escasamente relevante agente patógeno, que no inquietaba lo más mínimo a nuestras autoridades, a tonarse en un asesinado silencioso que cohabita con nosotros en multitud de asintomáticos que actúan a la manera de perfectos reservorios del inminente Armagedón final, un poco en la línea de la invasión alienígena de la famosa película La invasión de los ladrones de cuerpos.
Frente a esta amenaza silenciosa no cabe pedir ningún tipo de responsabilidad a nuestros gobernantes, que no pudieron prever en ningún caso la magnitud de la tragedia que se cernía sobre nosotros, sólo cabe configurar una nueva “comunitas” que acríticamente apoye al gobierno en todo tipo de medidas que vaya a adoptar para frenar la expansión del virus, aunque se lleve por delante con ello el Estado de derecho, la democracia y la libertad de las personas. La verdadera “inmunitas” no vendrá de la mano de una futura vacuna sino de la aceptación acrítica por parte de todos y cada uno de los ciudadanos de que nuestros gobiernos, siempre que estos sean de corte progresista y estén del lado correcto de la historia, velan por nosotros y de que nuestros verdaderos enemigos son aquellos ciudadanos que discrepan de la única verdad aceptable y que cuestionan algunos aspectos del relato relativo al virus de Wuhan, o algunas de las medidas restrictivas de derechos que nuestros gobernantes vienen adoptando.
No se trata de dar pábulo a ninguna teoría conspirativa sino simplemente de constatar que con la excusa de un virus una buena parte de las élites políticas globales, apoyadas entusiastamente por buena parte de esa nueva izquierda, están aprovechando la coyuntura para hacer eso que hasta hace cuatro días era una abominación ante los ojos de buena parte de la intelectualidad de izquierdas: pura biopolítica, esta de verdad, no como la supuesta biopolitica capitalista más propia de relato maniqueo de la realidad que de una verdadera descripción de la misma.
Esta idea de que a través de la una nueva biopolítica, auspiciada por ciertas élites económicas mundiales, por una superpotencia en ciernes como China o por una nueva izquierda que ve en la pandemia la ocasión de oro para imponer sus proyectos de ingeniera social, se está incubando una nueva noción de comunidad. Esta se fundamenta en una noción de sociedad basada en la uniformidad en lo ideológico, con la marginación del discrepante al que se cataloga de loco o lo que es peor de “insolidario”, por defender relatos que ponen en peligro la salud pública, y por la generación de una falsa inmunidad, que no consiste tanto en la defensa inmunitaria contra el virus sino en propagar una desconfianza generalizada hacia el otro, al que se ve como potencial contagiador o posible mal ciudadano sino acepta todos y cada uno de los mandatos del poder por injustos y arbitrarios que estos resulten.
Así por poner un ejemplo, aquel que ose cuestionar la obligatoriedad de llevar la mascarilla en los espacios públicos en todo momento y lugar, pese al cambiante criterio de la comunidad científica o la variabilidad de la aplicación de la medida a escala planetaria es un mal ciudadano. Otro tanto cabe decir del cuestionamiento de las medidas económicas de un gobierno basadas en incrementar el esfuerzo fiscal de los contribuyentes. Cuestionarlas equivale a ser catalogado como insolidario con aquellos que peor lo están pasando por causa de la pandemia, obviando que nuestros políticos malversan mayoritariamente nuestros impuestos con un gasto político clientelar e ineficiente. Más sangrante resulta todavía que a uno lo llamen lunático o conspiranoico por atreverse a denunciar la deriva hacia un Estado pseudo-policial en basado en la delación anónima, los arrestos domiciliarios gubernamentales sin las debidas garantías judiciales o la criminalización injustificada de sectores económicos enteros
Una de las corrientes dentro del derecho penal contemporáneo es el llamado funcionalismo-normativo también conocido como el derecho penal del enemigo popularizado por el penalista alemán Günther Jakobs (2). Frente a la llamada dogmática penal clásica, neoclásica y finalista que elaboró un impresionante aparato conceptual con el que pretendía describir el delito en términos analíticos para de esta forma limitar con carácter garantista la amenaza de poder punitivo del estado, el funcionalismo de Jakobs considera que la obediencia al derecho y la estabilidad social son los valores fundamentales que debe preservar el derecho penal. La sociedad posmoderna se caracteriza por una ontología móvil donde el discurso crea la realidad y no a la inversa y en la que la eliminación del riesgo y no la defensa de la libertad es el objetivo más importante que deben perseguir los gobernantes. En este modelo de sociedad un derecho penal garantista no tiene ya sentido, de ahí que la dogmática penal de Jakobs, aunque contestada en el seno de la academia, esté encontrando nuevo acomodo en las sucesivas reformas de los códigos penales de multitud de países en los que el valor seguridad se impone mayoritariamente sobre el valor libertad.
La construcción teórica de Jakobs es especialmente peligrosa porque antepone la valoración social a la realidad ontológica. Así antes que individuo, ser biológico, se es persona es decir sujeto portador de una serie de roles socialmente exigidos: los del buen ciudadano. El problema radica en que el funcionalismo de Jakobs es agnóstico valorativamente, es persona o buen ciudadano el que manifiesta fidelidad al derecho con independencia del grado de justicia que este refleje. Así el que no es un buen ciudadano, porque no cumple el conjunto de roles asociados al mismo se convierte en un enemigo. Frente a este no cabe un derecho penal de ciudadanos sino uno menos garantista, que Jakobs caracteriza como un derecho penal del enemigo. Frente a quienes le acusan de defender una vuelta a un derecho penal de autor que criminaliza personalidades y no hechos, Jakobs se defiende aludiendo a que el enemigo no lo es por su persona sino por lo que hace, por ser infiel al derecho al incumplir el conjunto de roles que se asocian a su posición. Con esta sagaz distinción conceptual Jakobs cree poder eludir la acusación de defender un derecho penal de autor, que la mayoría de las legislaciones penales del mundo proscriben.
Mucho me temo que buena parte de la reformas legales que venimos observando, por ejemplo, en materia de los delitos sexuales, como consecuencia de la presión de los lobbies feministas(*) y que se van a acrecentar en los próximos meses por una demanda de mayor seguridad, van a ir en la línea de la defensa de un derecho penal del enemigo que privilegie la seguridad frente a las potenciales amenazas contrarias a los intereses de estos lobbies, lo que irá en menoscabo de la libertad de las personas.
Carlos Barrio. Periodista independiente
(*)N.de la R. de los lobbies feministas (que solo defienden su poder de lobby por sí y no por defensa de la mujer: Nos referimos a la industria del feminismo)
(**)Nuda vida puede interpretarse como un concepto científico o médico: la vida desprovista de toda cualificación, lo que tiene en común la vida humana con la de un caracol o una planta. Enseguida se percibe que se trata de una idea filosófico-teológica, que subyace a su posterior apropiación médica y política. Su genealogía va desde Aristóteles (vida nutricia, el antecedente del concepto de vida vegetativa)3 hasta Gilles Deleuze, con su intento de elaborar un concepto de inmanencia que abarque plenamente el de vida.
Agamben señala cómo la filosofía y la política evolucionan hasta hacer de la vida su tema y su terreno. Considerar al hombre no como sujeto sino como cuerpo vivo, y más allá, como vida en un cuerpo, es una prueba de que a todos los conceptos, ideas y argumentos que han servido como pretextos o maniobras de ocultación les llega el momento de mostrar su verdad, este es el momento de máximo peligro, y quizá de oportunidad máxima también: el tiempo en que la biopolítica coincide íntegramente con la política, y el estado de excepción con el Estado. En Homo sacer I. El poder soberano y la nuda vida, Agamben afirma que toda la historia jurídica de Occidente, desde el derecho romano arcaico hasta la moderna Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano con sus derivaciones, se fundamenta en el vínculo originario entre el poder soberano y la vida (humana) expuesta a la muerte.[cita requerida]
(1) Roberto Esposito es profesor de Historia de Filosofía Moral y Política en el Instituto Italiano de Ciencias Humanas de Florencia y de Nápoles, así como la Facultad de Ciencias Políticas del Instituto Oriental de Nápoles, donde también es Director del Departamento de Filosofía y Política. Coeditor de la revista « Filosofia Politica » desde su fundación en 1987, es uno de los miembros fundadores del Centro para la Investigación sobre el léxico político europeo, con sede en Bolonia.
Consultor editorial y científico de la revista « MicroMega », dirige la serie de filosofía política « Teoria e Oggetti » de la editorial Liguori, Historia y Teoría Política collar Ediciones Bibliopolis, tanto de Nápoles, la serie « Comunità e Libertà » de la editorial Laterza y codirige la serie Per la storia della filosofia politica de la editorial FrancoAngeli, Milán. También se ocupa de la función de la filosofía como consultor para la editorial Einaudi de Turín. Por último, un miembro del comité científico internacional del Colegio Internacional de Filosofía de París. Sus libros han sido traducidos al francés, inglés, portugués, español y alemán.
(2) Giorgio Agamben (Roma, 1942) es un filósofo italiano de renombre internacional, miembro de una familia veneciana de origen armenio. En su obra, como en la de otros autores (Umberto Eco), confluyen estudios literarios, lingüísticos, estéticos y políticos, bajo la determinación filosófica de investigar la presente situación metafísica en Occidente y su posible salida, en las circunstancias actuales de la historia y la cultura mundiales. Sus trabajos tiene mucho de reapertura de caminos olvidados en el transcurso de la historia cultural de Occidente. Como sucede siempre en la historia de la filosofía, una interpretación abre un itinerario pero cierra otros. La tradición europea se encuentra, de esta manera, sembrada de oportunidades perdidas. ¿Oportunidades de qué? De alcanzar la Utopía.
(3) Hannah Arendt, nacida Johanna Arendt (Linden-Limmer, 14 de octubre de 1906 - Nueva York, 4 de diciembre de 1975) fue una filósofa y teórica política1 alemana, posteriormente nacionalizada estadounidense, de religión judía y una de las filósofas más influyentes del siglo XX.
La privación de derechos y persecución en Alemania de judíos a partir de 1933, así como su breve encarcelamiento ese mismo año, contribuyeron a que decidiera emigrar. El régimen nacionalsocialista le retiró la nacionalidad en 1937, por lo que fue apátrida, hasta que consiguió la nacionalidad estadounidense en 1951.
Trabajó, entre otras cosas, como periodista y maestra de escuela superior. Publicó obras importantes sobre filosofía política, pero rechazaba ser clasificada como «filósofa» y también se distanciaba del término «filosofía política»: prefería que sus publicaciones fueran clasificadas dentro de la «teoría política». Arendt defendía un concepto de «pluralismo» en el ámbito político: gracias al pluralismo, se generaría el potencial de una libertad e igualdad políticas entre las personas. Importante es la perspectiva de la inclusión del otro: en acuerdos políticos, convenios y leyes deben trabajar a niveles prácticos personas adecuadas y dispuestas. Como fruto de estos pensamientos, Arendt se situaba de forma crítica frente a la democracia representativa y prefería un sistema de consejos o formas de democracia directa.
(4) Günther Jakobs (n. Mönchengladbach, 26 de julio de 1937), es un jurista alemán, especializado en derecho penal, derecho procesal penal y filosofía del derecho.
Jakobs estudió ciencias jurídicas en Colonia, Kiel y Bonn, y en el año 1967 se graduó en la Universidad de Bonn con una tesis sobre derecho penal y doctrina de la competencia.
En 1971 obtuvo su título de abogado, igualmente en Bonn, mediante un trabajo sobre la negligencia en el delito de resultado y al año siguiente ocupó su primera cátedra en la Universidad de Kiel.
Jakobs goza de prestigio en Latinoamérica y España, pues su concepción del Derecho Penal, construyendo un sistema del Derecho Penal Funcionalista ha tenido eco en la doctrina y jurisprudencia. En este último ámbito, el concepto jakobsiano del "Rol" ha servido para limitar la responsabilidad de quien únicamente interviene con una conducta neutral. Por su puesto, también ha tenido eco su concepción de la autoría y participación en los delitos especiales, con su teoría de los delitos de infracción de un deber, y su doctrina del "Derecho penal del enemigo".
LobosMagazine LM™ 2020
LobosMagazine es un medio totalmente orientado al público, un espacio de libertad de opinión, análisis y debate donde los dogmas no existen, tampoco las imposiciones políticas. Garantizar esta libertad de pensamiento depende de usted, de todos los lectores