La Libertad significa responsabilidad, por eso la mayoría de los hombres le tiene tanto miedo.
El hombre,cada hombre es un fin en sí mismo, no el medio para los fines de otros. Debe existir por su propio esfuerzo, sin sacrificarse a otros ni sacrificar a otros para sí mismo. La búsqueda de su propio interés racional y de su propia felicidad es el más alto propósito moral de su vida.
La voluntad atrofiada de la libertad
Se ha dicho, escuchado o leído, caso como un axioma que no hay condena tan enriquecedora como la libertad, pero, sin embargo, es común y corriente ver cómo vivimos huyendo de ella, inventando pretextos para no asumirla. Cabría preguntarse ¿Por qué le tenemos miedo al único don que nos hace realmente, verdaderos humanos?
Es interesante recordar lo que ha dicho y escrito George Bernard Shaw: “La libertad significa responsabilidad; por eso, la mayoría de los hombres le tiene tanto miedo”. Y la libertad es nuestro mayor don y, al mismo tiempo es nuestra mayor maldición. Podemos decir que la libertad es la única virtud que nos brinda una posibilidad real de crecimiento? Sí; y también es la causante de muchos de nuestros sufrimientos? Sí. Y es sabido también que la psicología ha hablado ya bastante acerca de los traumas relacionados con la negación a ser libres, o bien con la renuncia a la libertad a cambio de una vida cómoda, pero a fin de cuentas con una situación no satisfactoria. Es decir una vida insatisfecha? Sí.
Y esto se podría decir que son solo coartadas para evadir el hecho inapelable de lo que escribió Jean Paul Sartre: “estamos condenados a la libertad”
Con un poco de razonamiento y criterio, es bien visible, que quien renuncia al ejercicio de su responsabilidad pierde buena parte de su libertad. Los más corriente y a la vista, aunque no se quiera ver, es la situación en la que unos, muchos, lo hacen por miedo a no saber. Incluso no querer, por el motivo que sea, administrar su libertad, porque a pesar de ser conscientes de la pérdida de gran parte de sus libertades parece que se sienten cómodos bajo la sombrilla del “estado social de bienestar”. No pueden percibir o no se dan cuenta del veneno escondido en las entrañas de la golosina-señuelo estatal; y esto es porque antes de darse cuenta, de pensar, imaginar aunque sea de lo que supone es la pérdida de libertades individuales su voluntad de ser libres ya estaba atrofiada. Como contrapartida tenemos que para otros en cambio, esa voluntad está viva, muy viva y hasta podemos decir que de una manera exuberante y que nos obliga a rebelarnos contra esa cosa “estado social”; voluntad que nos impide aceptar callados cualquier recorte en nuestra libertad. Pero, a medida que se va andando, vamos perdiendo esas parcelas de libertad en contra de nuestra voluntad, abducidos por leyes que van coartando las libertades en la sopa colectiva. Y sin dudas llegamos a la conclusión e identificación que el mayor peligro para la libertad, para las libertades individuales, viene precisamente de aquél a quien se ha encomendado su protección: el Estado. Esto nos lleva directo a la cuestión de cómo defendernos de los recortes en nuestras libertades que ilegítimamente nos impone el Estado. ¿Tal vez nos encontremos acaso ante la paradoja de que estamos necesitando del Estado para defendernos del Estado? Evidentemente, cualquier postura alejada de los cambios y la evolución, el aislamiento, la insumisión o el enfrentamiento abierto supone aceptar la paradoja.
Hablamos entonces de ese “estado social de bienestar” que institucionaliza, da “certificado de existencia” a la imagen del hombre incapaz de resolver por sí mismo las dificultades que plantea la vida cotidiana, incapaz de actuar desde su propia responsabilidad asumida. Y así, es por todo esto que el Estado se ocupa fundamentalmente de “proteger” a los ciudadanos incapaces de las desgracias cotidianas mediante un sistema de seguridades público, regulado y obligatorio. Y de ninguna manera duda en presentarlo como una bendición, como un logro en el camino hacia la felicidad de los humanos. Pero hay un pequeño problema, no sutil, pero sí “ocultamente a la vista de todos”. ¿Y el problema de esto? El problema es que para ello nos convierte a TODOS en incapaces, en irresponsables subsidiarios o en supuestos irresponsables, a modo de ver de ese “Estado”.
La propiedad privada es algo más que el agua bendita de la economía donde cada individuo comercia con quien le place y como le place. No basta con dos hisopazos de esas aguas benditas para alcanzar perdones o beneficios. Una propiedad privada que es el elixir vital sin el cual no surge la chispa iniciadora, sin el que nada funciona. Una propiedad sobre uno mismo y sobre los logros de uno mismo, es la que nos permite tomar consciencia de la responsabilidad que se necesita para ejercer con ella nuestra libertad, la de cada uno. Pero… ¿pero qué ocurre?, que en este país, el nuestro, como en la mayoría de los países de lo que podemos llamar el Mundo Occidental decadente y culposo, políticas colectivistas, uniformantes, políticas disfrazadas de “políticas sociales” la meta es anular precisamente esta idea, la de las libertades individuales. Unas ideas colectivistas que sólo son combatibles, porque atentan contra las libertades del individuo, que parecen inmortales pues son inmortales de la misma manera como es también casi inmortal el virus de la pereza, del desinterés, que viene a ser el núcleo, la base para que cualquier cosa disfrazada de idea sea atractiva en nombre de una “felicidad para todos”. Desidia, pereza, enajenación; la renuncia total y absoluta a la propia responsabilidad; son en definitiva la tierra fértil en el que crecen los “igualitarismos”, el nivelar hacia abajo, las envidias disfrazadas de “discriminación positiva”; y así la verdadera razón de ser de toda ideología colectivista, que es el totalitarismo por medio del favoritismo subvencionado. Y es así, que por eso los colectivistas, una vez entregada su responsabilidad atrofiada en manos del Estado, sólo pueden vivir en un Estado que los proteja, libre de sobresaltos y alejado de cualquier factor, como pueden ser por ejemplo las alternancias políticas, que pueda desestabilizar el limbo soñado.
Estas ideas colectivistas son un programa de enajenación, de embargo, de eliminación de la propiedad, de la vida privada de las personas, de las libertades individuales. Por lo que es un sistema de represión de las libertades. Un sistema estado colectivista que se disfraza de ecologismo, de seguridades sociales, de justicia impositiva, de dádivas y seguros, de lo que sea a cambio de la dignidad. Y como consecuencia es que muchos no reconocen tras esas vestiduras la verdadera amenaza que supone la entrega a lo que parece fácil; convertidos en incapaces para solventar lo difícil, “pasamos” a depender del Estado y así se paga, pagamos la “protección estatal” con nuestra libertad. Tal vez si estuviésemos hablando de alguna crónica o historia de la mafia, nadie pondría objeciones ni peros. Pero correr el telón es dejar que se vean las consecuencias de los colectivismos, del colectivismo atrofiador de las voluntades, de quienes se dejan atrofiar su voluntad por el motivo que sea, entregando su dignidad por algunas migajas de “seguridad” de algo.
“Un hervidero de pensamientos
Alimento para los leones
El cerebro como un laberinto
En un nido de especulaciones
Educación para la programación
Paradigmas de armas tomar
Teorías como maniobras
De despiste o de superstición
La religión de la fabulación
Y la medicina como acto de fe”
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