Si algo puede salvar esta situación tan aparentemente desesperada, es la inquietud, la moralidad de un orden ético y la búsqueda de la felicidad de la minoría que la conserve, en contra de la mayoría que la desconoce o la olvida.
La sana inquietud, que todo lo que actualmente nos rodea trata de sofocar, forma parte del propio hálito de la vida e incluso del natural instinto de supervivencia. Considero por eso que es normal que incomode e indigne la quietud y pasividad de la que estamos, al menos en apariencia, rodeados.
El síndrome del argentino maltratado
La indefensión aprendida es un estado psicológico en el que existe un sentimiento de falta absoluta de control sobre el ambiente, el individuo cree que todo esfuerzo que realice por cambiar las circunstancias es inútil, esta impotencia lo paraliza e inhibe su capacidad de respuesta ante las adversidades. Creo que esta misma teoría de indefensión describe el síndrome del argentino maltratado.
Desde hace décadas los argentinos sufrimos un maltrato crónico de parte de los gobernantes, todos. Año tras año el maltrato crece y crece y nos hemos acostumbrado a aguantar y a no reaccionar.
En la década de los 80, la psicóloga Leonor Walker, fundadora del Instituto de Violencia Doméstica en EEUU, describió el Síndrome de la Mujer Maltratada, un trastorno patológico de adaptación en mujeres que han sufrido maltrato y la violencia de forma repetida. Una de las teorías en las que basó su trabajo fue la teoría de la indefensión aprendida de Martin Seligman, psicólogo y escritor, estudioso y experimentador sobre el tema de la indefensión y su relación con la depresión.
A mediados de la década del ´60 precisamente en 1967, Seligman sometió a dos perros a descargas eléctricas. El primero de ellos podía apagar la descarga pulsando una palanca, mientras que el segundo no podía pararlas de ninguna manera.
En la segunda parte del experimento, puso a ambos perros en una habitación en la que el suelo emitía descargas eléctricas, para evitarlas los perros tenían que saltar un pequeño muro e ir al fondo de la habitación.
Y el perro que había aprendido a parar las descargas con la palanca, rápidamente encontró la forma de evitarlas, mientras que el perro que no había podido controlarlas, se quedó en la zona de descargas eléctricas sin hacer nada para evitarlas.
A la conclusión que llegó Seligman fue que el segundo perro había desarrollado una actitud de resignación que lo paralizaba ante una nueva situación en la que si podía terminar con su sufrimiento.
La pregunta que siguió a esto fue: este trauma inescapable, ¿se presenta también en el ser humano?
Otro psicólogo, Donald Hiroto replicó el experimento utilizando a estudiantes universitarios a los que sometía a un sonido muy molesto. El resultado fue el mismo, los estudiantes previamente acostumbrados a no poder terminar con el sonido, se quedaron sentados y lo aguantaron, aun cuando podían detenerlo.
La indefensión aprendida es un estado psicológico en el que existe un sentimiento de falta absoluta de control sobre el ambiente, el individuo cree que todo esfuerzo que realice por cambiar las circunstancias es inútil, esta impotencia lo paraliza e inhibe su capacidad de respuesta ante las adversidades.
Con todo esto es que se puede decir que esta misma teoría de indefensión describe el síndrome del argentino maltratado.
Y sí, y sólo sí; desde hace décadas los argentinos sufrimos un maltrato crónico de parte de los gobernantes. Año tras año el maltrato crece y crece y nos hemos acostumbrado a aguantar y a no reaccionar.
Hemos sobrepasado ya un índice de inflación anual de más del 100%, y más; una presión impositiva salvaje; las jubilaciones y los sueldos miserables, los delincuentes se han adueñado de la calle y de nuestras vidas ante la mirada impotente de la policía y protegidos por un sistema judicial deformado; índice de pobreza infantil que supera el 60%; servicios públicos que son un desastre; lo que se llama matriz energética que es penosa; un sistema educativo en el que apenas 16 de cada 100 alumnos terminan el secundario en tiempo y forma; un sistema de salud paupérrimo, por más que exista algún mínimo bolsón de algo positivo como por ejemplo el trabajo de los profesionales de la salud, presos de un sistema gremial y estatal de inoperancia general; y los políticos, protegidos por fueros aristocráticos, se roban y malgastan impunemente el dinero de todos los argentinos nacidos y por nacer.
La sana inquietud, que todo lo que actualmente nos rodea trata de sofocar, forma parte del propio hálito de la vida e incluso del natural instinto de supervivencia. Considero por eso que es normal que incomode e indigne la quietud y pasividad de la que estamos, al menos en apariencia, rodeados. Una quietud social, en la mayoría de los individuos, que es impropia de la juventud y es sin embargo adecuada a la vejez, a jóvenes viejos acostumbrados a vivir en la ilusa idea de la paz perpetua, que es la propia de los cementerios. En tal situación de quietud, que es la insignia de la muerte, de lo inanimado, es lógico que no se tenga gran aprecio por la vida y su valor, y por ese motivo no se perciba siquiera (que si hacemos una parábola es un peligro similar a la temeridad que supone inyectarse una substancia experimental y muy probablemente, altamente tóxica Hasta ese punto de comparación llega el efecto del desánimo, el derrotismo y de la quietud política reinante.
Y la pregunta que tenemos que hacernos: ¿Hasta cuándo vamos a soportar este maltrato? ¿Habrá un tiempo de despertar? Llega el mes de mayo donde se expresan emociones y demás cosas de tipo patriótico, y sin conocer a fondo lo que significó la gesta de mayo. Si hay un tiempo de despertar y es tiempo ya, depende de cada uno de nosotros el no darse por vencido, el tomar el control de nuestras vidas y el enfrentar a quienes nos maltratan desde hace décadas y décadas… 95 años, casi un siglo. ¿Qué país queremos los argentinos… si es que lo queremos?
Y en Lobos? que queremos? El futuro con qué?, el futuro cómo?, en manos de quién?
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