Esa vieja, repetida y decadente costumbre de culpar al otro por todo.
Lo hace todo el mundo. Desde los políticos que no asumen ningún error cuando hacen las cosas mal, hasta los simpatizantes, hinchas o deportistas profesionales en el fútbol ante una jugada que no los favorece. Nadie se hace cargo de sus acciones, nunca hay responsabilidad para asumir la propia culpa. Siempre la culpa es del otro, del imperialismo, de la derecha, del “neoliberalismo”, de los medios hegemónicos.
No asumir culpas tiene que ver con un miedo al rechazo, a perder el aprecio de los demás. En psicología algunos manifiestan, manifiesta que tiene que ver con el temor a “no cumplir algunas de las expectativas que otros tienen sobre nosotros”. Una situación que un líder populista no podría afrontar, ya que sostiene su poder en la supuesta adhesión de la representación misma del pueblo a sus propias políticas.
Esto se ha vuelto tan habitual en la mayoría de los países de Latinoamérica, que los mismísimos líderes totalitarios aprovechan la inocencia o ignorancia de sus votantes, y ya no importa si el argumento utilizado para culpar a otros sea lógico o razonable. Alcanza y sobra con pensar que nadie puede desmentirlo. Básicamente porque si lo hace, lo tildan de “opresor” y lo empiezan a perseguir desde el aparato estatal. Cada populista necesita un enemigo contra quien enfrentarse, simulando una épica sobreactuada aunque en muchos casos parezca delirante o conspiranoica.
Cuanto más se culpa al “otro”, más decadente es una sociedad. Esto no sólo representa un miedo, sino también una gran pérdida de valores que debilitan a la nación, ya que, al tergiversar el concepto de responsabilidad, cada vez se toleran más errores. Y esto se va trasladando de alguna manera a toda la sociedad y se llega al punto de que todos los miembros de la sociedad se culpan entre ellos, todos contra todos.
En Argentina nos acostumbramos a que, durante el gobierno que sea, y tomemos los últimos 40 años, tan simbólicos y con poca autocrítica, y terminen éstos con el “….. ismo” que sea, agréguelo usted a gusto, los resultados de los indicadores económicos, sociales, y otros, no sean analizados en relación con las políticas aplicadas, siempre éstas en el sentido de ir contra las libertades individuales y real progreso. Sino que son analizadas y a modo de excusa siempre, como resultado de la culpa de alguien que quería perjudicarlos, por eso hay cada vez más pobreza, menos educación, menos producción, menos trabajo, menos… menos…. La culpa siempre fue y será del comerciante especulador, del imperialismo internacional que quiere dominarnos, del libre mercado, de la oposición, de los sectores privilegiados de la economía, del cielo y del infierno da igual el título que le pongan…, fue culpa de otros, a quienes se desacredita y demoniza, pero nunca se asumirá y bien a la vista está, que es la propia incompetencia, la propia ignorancia, la propia falta de escrúpulos… la culpa es de otros, no propia.
Lo triste es que en este “cambio” propuesto por el actual gobierno de Argentina, y el anterior y el anterior del anterior… y más, sus dirigentes hacen lo mismo: culpan a la pesada herencia y a un nivel obsceno de corrupción, cuando el gradualismo como solución no ha hecho más que retrasar las medidas serias que deben tomarse tarde o temprano. La crítica cada vez más habitual que se les hace, tiene que ver con su dificultad para comunicar el verdadero estado de cosas, sin rodeos. ¡Será que ahí está el quid de la cuestión?, “cuanto peor mejor” ¿quién gana y quien pierde con eso de cuanto peor mejor?.
Lo que sucede es que culpar al otro es la solución más fácil y rápida para hacer catarsis inmediata, es una estrategia política que nunca falla. Y no la utilizamos solamente en este ámbito, también en lo social, cuando la gente nunca considera que le vaya mal por falta de esfuerzo propio o de creatividad, sino por culpa del gobierno, de la gran cadena comercial con la que no podrá competir o de la desigualdad de oportunidades.
Si una persona viviera durante 70 años gastando más de lo que tiene y pidiendo prestado para financiarse, y además considerase que otros (y no él mismo) son los culpables de que su situación no cambie, nadie lo tomará con seriedad. No se entiende entonces por qué deberíamos razonar distinto cuando se trata del Estado y sus medidas económicas y políticas.
Será que la gente no quiere hacerse responsable de sus propias decisiones, no quiere pararse con sus propios pies?; y aprovechar para agregar unos párrafos de una editorial de un importante diario de la vecina Uruguay hace unos años: “… no hay gobierno que no cometa errores, no hay político infalible; pero lo que sé se les puede exigir a ambos es un mínimo de autocrítica, que dejen de acusar a otros por sus falencias; y sobre todo, que tengan un poquito, un poquito nomás, de sentido del ridículo”.
Aunque la clase política no predique con el ejemplo y siga empeñada en buscar culpables para explicar la realidad, es hora de madurar como sociedad y como individuos que tienen derechos, pero también obligaciones. Tenemos que derribar fantasmas y miedos basados en discursos afiebrados y adolescentes con aroma rancio del siglo pasado: “La patria es el otro”, “nosotros somos el pueblo”, “los malos son los otros”, “nosotros representamos la verdadera institucionalidad”… (¿?) Esa es la lógica binaria de ambos lados de la grieta: o estás conmigo o sos el enemigo. Pero la culpa siempre es del otro. Y como dijo el gran humorista político Tato Bores en uno de sus aún vigentes monólogos: “Qué flor de guacho que resultó ser el otro!”.
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