El periodismo pornográfico no ahonda en las motivaciones ni en la complejidad del ser humano, y que nunca se ha preocupado de cómo y por qué dice lo que dice utilizando un lenguaje cada vez más envilecido y puramente instrumental.
En Argentina, toda la “prensa”, sin excepción (aunque digan que no todos son iguales, sabemos que los reyes magos son los padres) y con especial incidencia en los grandes medios, lleva mintiendo sistemáticamente durante casi ya estas últimas cuatro décadas, (hablemos de estas, casi nada, pero son las que muchos se regodean hablando de la “nueva democracia”) en todas las cuestiones públicas, culturales y políticas. Y al parecer ahora con un nuevo fenómeno de propaganda médica o de “salud” incorporado, y resulta para algunos sorprende, cuando no novedoso.
A la industria de la pornografía no le interesa nada que tenga que ver con el cómo ni en lo formal ni en lo argumental, sólo muestra lo que hacen los protagonistas en ese instante y lugar por medio de primeros planos. El objeto de que alguien vea una película pornográfica es que esté dispuesto a no esperar ver en ella ninguna historia, evolución de personajes o el sentido de unas acciones, como tampoco se espera escuchar diálogos en una secuencia ni tampoco contemplar o esperar originalidad alguna o belleza de alguna secuencia, no está en el propósito. El espectador no pone ni puede poner nada de su parte, no hay nada, nada está sugerido, no hay nada fuera de ese encuadre fijo. Se trata de una convención, la esencia del género, y es que en el porno no se está ante la construcción de una historia, sino de ir directo a aquello que asombra, escandaliza tal vez, lo que sonroja algunos prejuicios o mueve instintos.
Es eso, el porno, muestra una parte, esa parte de la historia que no significa, pero que algunos, muchos tal vez y ya por costumbre de rebaño desean ver y oír.
Teniendo como premisa que el erotismo y la pornografía han trabajado con los mismos elementos básicos siempre, hay que destacar que es solo su mirada la que los hace diferentes, la manera en que se muestran y se miran las cosas es lo que marca las fronteras, y será un simple detalle, una perspectiva distinta, o el de usar determinados planos que llevan al espectador observador sin ninguna dificultad de un lado a otro. Y el periodismo también se ha movido y se mueve con regularidad en el límite de esas fronteras, en tanto que su oficio es fundamentalmente una cuestión de cómo se mira, cuestión de mirada, una forma de ver y mostrar el mundo.
El periodismo pornográfico…
Y la pregunta es ¿Cuál sería entonces el periodismo pornográfico?, sería ese “periodismo” al que no le interesa el resto de la historia, los contextos, los tiempos, uno que muestre diferentes encuadres, visiones, es ese que solo tiene y muestra primeros planos. Y ante esto el lector, el oyente espectador no ha de poner nada de su parte, pues nada está sugerido, y ese es su fin. Es un “periodismo” que solo busca asombrar, busca escandalizar, activar instintos, como una adicción tal vez, pero que no pretende contar lo que importa, buscar un significado o un símbolo en la historia que nos narra.
En este género, el pornográfico, se da o se produce una especie de pacto entre el que produce y el que consume y en el que ninguno de ellos pretende otorgar algo de veracidad al relato. Y como sucede en el cine o el teatro, aquí no se persigue el buscar una ilusión de verdad. Se trata de una historia falsa y no pretende en absoluto pasar por verdadera, no pretende una película pornográfica pasar por verdadera, no busca una verdad, símbolo o significado. En el porno los actores fingen o exageran sus papeles, pero no para dotar de una mayor veracidad a la historia, sino para reforzar la credibilidad del engaño. El engaño se hace creíble y el espectador se regocija en él. Y esto ocurre con el periodismo pornográfico, donde productor y consumidor en ese acuerdo tácito en el que ninguno pretende buscar algo de verdad, saben que es pornografía y la hacen, la producen o la consumen como tal; y en el peor de los casos, supongamos, el consumidor no sabe que está consumiendo pornografía y cree estar ante una historia de amor…
Etimológicamente la palabra “pornografía”, de origen griego; “grafía” significa “modo de escribir”, y “porno”, procedente de “porne” significa “prostituta”, por lo que el periodismo pornográfico sería por lo tanto el de una escritura que se prostituye, se vende para conseguir su objetivo.
Susan Sontag, la escritora y directora de cine estadounidense, en un ensayo de su autoría “La imaginación pornográfica” citaba en algunos argumentos en los que la crítica literaria tradicional negaba y niega cualquier valor artístico a la pornografía
En el primero de esos argumentos sostiene que la forma absolutamente obsesiva en que las obras pornográficas se dirigen al lector con el propósito de excitarlo sexualmente entra en contradicción con la función compleja de la literatura. La pornografía tiene una sola “intención”, en tanto que cualquier obra literaria verdaderamente valiosa tiene muchas.
En el segundo argumento, enunciado por el filósofo Theodor Adorno, en el que sostiene que las obras pornográficas carecen de la forma característica de la literatura: comienzo, nudo y desenlace. Un texto pornográfico se limita a pergeñar una excusa burda para el comienzo, y una vez comenzado sigue y sigue y no termina en ninguna parte.
Y siguiendo el hilo de estos argumentos, es evidente que el periodismo pornográfico se dirige al consumidor con el propósito de excitarlo y sobre todo, políticamente, sin otra intención más allá de esa. Y en base a la clásica división aristotélica del relato ¿cuántas veces el periodismo se centra únicamente en el desenlace de la historia obviando el resto? O, ¿Cuántas veces el periodismo solo nos muestra la parte de la historia que no significa nada pero que algunos desean ver y oír?
Y otros argumentos que señala Susan Sontag:
“Los textos pornográficos no pueden demostrar ningún interés por sus medios de expresión como tales (a la literatura sí le interesan), porque el fin de la pornografía es inspirar una serie de fantasías no verbales en las cuales el lenguaje desempeña un papel envilecido, simplemente instrumental.”
Tenemos el último argumento que consiste en “que el tema de la literatura es la relación de los seres humanos entre sí, con sus sentimientos y emociones complejos, en tanto que la pornografía, por el contrario, desdeña a las personas íntegramente formadas (los retratos psicológicos y sociales), hace caso omiso de las motivaciones y su credibilidad, y solo describe las transacciones infundadas e incansables de órganos despersonalizados.”
Es claro entonces que el periodismo pornográfico no ahonda en las motivaciones ni en la complejidad del ser humano, y que nunca se ha preocupado de cómo y por qué dice lo que dice utilizando un lenguaje cada vez más envilecido y puramente instrumental.
Y esta forma de hacer periodismo, esta forma de ver la realidad, resulta obscena porque atenta contra todos los sentidos. Sin embargo, hay una segunda acepción de la palabra “obsceno”que nos remite a lo que está “fuera de la escena” (ob-scenus), y que también nos sirve para definir otra forma de hacer periodismo: un periodismo que se acerca a las historias de otra manera, que trata de comprender las motivaciones y la complejidad del ser humano, que utiliza diferentes encuadres, y que procura buscar un significado a lo que cuenta. Podríamos decir entonces que es un periodismo erótico por su forma de asomarse a la realidad, por su modo de encarar los temas. Y esa forma de ver también resulta obscena, esta vez en su segunda acepción, porque trabaja con el silencio, con lo no dicho, con lo que está fuera de campo, lo que no se ve, pero que es tan importante, o más, que lo que se ve. Las metáforas y los símbolos siempre están ocultos, detrás de las bambalinas, obscenos. Por el contrario, la narración pornográfica es siempre directa, explícita, antimetafórica.
Y frente a ese periodismo pornográfico imperante y mayoritario en todos los medios está el erotismo de muchos otros, obscenos otros cuantos y tantos otros periodistas narrativos que cuentan el resto de la historia, cuentan lo que se ve y lo que no se ve, sugieren, dudan, saben contar lo que importa y en definitiva, en última instancia tratan de significar.
Y tenemos también de origen griego, “eros” significa «amor», «deseo», «pasión». El periodismo erótico sería, por tanto, el de un periodismo deseante, de saber y de decir, y que ejerce su oficio con pasión por sí mismo, (es el cómo), y por los demás (es el qué).
Si consideramos que la pornografía es el erotismo de los demás, es decir, lo que es erótico para uno cuando lo practica en la intimidad, puede ser pornográfico para otro que nos mira por el ojo de la cerradura, y podemos decir o ver que el periodismo sufre de la misma subjetividad. Esto es, mientras el periodismo que pertenece a “nuestra ideología” con el que tenemos una relación casi a diario, nos parecerá de una creación erótica, y el periodismo de signo opuesto con el que otros mantienen una relación íntima, nos parecerá pornográfico al verlo desde afuera, por el ojo de la cerradura.
En consecuencia el erotismo es “cuestión de perspectiva”. Y esa perspectiva se traduce, la mayor parte de las veces, en el sesgo político de cada uno. Lo que uno considera erótico al otro le parece obsceno. O dicho de otro modo: “La pornografía caracteriza un punto de vista, no una cosa”. Y eso resume la forma de operar de un periodismo cuyos puntos de vista convierten en pornografía todo lo que tocan. El periodismo pornográfico no trata sobre asuntos obscenos en sí mismos, y es su enfoque le que logra convertirlos en pornografía.
Es evidente que el periodismo pornográfico abarca todo el espectro político, y esa perspectiva es la que hará creer a unos y a otros que lo suyo es erotismo y todo lo demás obscenidad. Leer la prensa bajo ese prisma se convierte en algo muy parecido a una ceremonia. Contemplar pornografía no es un acto que se fundamente en la interpretación; no es tampoco el resultado del esfuerzo por llenar de significación, sin estructura, se basa en establecer una alianza con esa pornografía, en reconocerle previamente una fuerza de predestinación, de revelación. Esto es lo que sucede cuando se participa en una ceremonia. La pornografía es una ceremonia. Una ceremonia privada.
Una forma de ver es una forma de ser. Y esto nos lleva al modo en el que hoy se consume periodismo pornográfico. Porque esta nueva forma de ver, que se ha multiplicado con los nuevos soportes tecnológicos de comunicación, está cambiando nuestra forma de ser. En el mundo de la pornografía, esa particular forma de ver, sin esperar la construcción ni el significado de una historia, no es más que una convención del género. Sin embargo, cada vez más medios están consiguiendo traer esa mirada al periodismo: una mirada absorta que no se cuestiona nada. Como una ideología.
La diferencia esencial entre una idea y una ideología, está en que las ideas son dinámicas como lo señalaba Hegel, y por lo tanto pueden evolucionar impulsadas por mentes abiertas hacia la verdad. Una ideología en cambio es estática y quien la sufre piensa que es válida en cualquier caso, es decir que no depende del contexto donde se la aplique. El ideólogo y el ignorante que no es ideólogo tienen de común la ignorancia, pero el ignorante que no es ideólogo sabe que no sabe y puede aprender, en cambio el ideólogo sufre de la peor de las ignorancias, que es la de no saber que no se sabe por lo que está condenado a mantenerse en la ignorancia.
Del mismo modo que hemos aprendido a ver pornografía sin hacernos preguntas acerca de la historia que estamos viendo, la sociedad está aprendiendo a ver la realidad sin plantear preguntas, sin desear matices, sin esperar un significado, tal es la forma en la que se ofrece la información. En una sociedad pornográfica ya no serás aquello que leas sino aquello que te atrevas a preguntar.
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