No tuve la osadía de ocupar el papel de Helena, aunque unos años más tarde deseé muchas veces ser raptada por un joven hermoso y conducida a tierras muy lejanas.
La vida no es como el agua. Las cosas de la vida no fluyen necesariamente por el camino más corto, una huella, una huella en el presente constante pero que tiene una forma propia por la acumulación del pasado, como capas de arena que tormenta tras tormenta van cayendo sobre alguna antigua ciudad sitiada, en el tiempo, una huella que mantiene la forma inicial. Y que si pudiésemos regresar, seguramente nunca llegaríamos al mismo lugar en el que comenzamos el viaje… porque la vida no es como el agua, es inexplicable y por muchos hechos que se cuenten, por muchos datos que se muestren, es un hecho que lo esencial se resiste a ser contado. Y el mundo es impredecible porque es el mundo, las cosas suceden inesperadas, de repente, no importa cuánto tiempo duren esos instantes y pensamos en sentirnos en el control de nuestra existencia, y tal vez en algunas cosas lo estamos y en otras no, son las fuerzas del azar, de la casualidad. “El ser humano no es más que su imagen” ha escrito alguna vez uno de mis favoritos maestros; y seguramente los filósofos podrán decirnos que no es relevante lo que el mundo piense de nosotros, y que solo vale lo que somos, y… ¿qué somos?, tal vez esos pensadores no comprendan nada, porque en la medida que vivimos con la gente, entre la gente y que somos eso, no somos más que eso que la gente piensa que somos. Y será que todo depende de que el humano sea tal como es, que no llegue a avergonzarse de querer lo que quiere y de desear lo que desea; y es que la gente suele ser esclava de las ordenanzas… porque no hay prisa, no hay necesidad de brillar, porque no es necesario ser nadie, salvo uno mismo y justo en el momento en el que dudas si puedes volar, pierdes la capacidad de hacerlo para siempre. –DEL EDITOR -
Huellas Indelebles
Como muchas tardes, hay algo de la Familia Ingalls que me transmite gozo, tranquilidad, quizás la certeza de que no habrán hechos aberrantes, ni violencia física; la gente es laboriosa, colaborativa y la naturaleza predomina en gran parte de las escenas. Hoy disfruté un capítulo en el cual las niñas iban por primera vez a la escuela y pude empatizar los temores de esas pequeñas al enfrentarse a un mundo tan novedoso, pero lo mejor fue la frase tranquilizadora de su padre quien les dijo “sé que les va a gustar”.
En mi caso, la escuela fue el centro de mi vida infantil. Ahí estaba todo, los sentidos nacieron allí: el olor de los mapas de hule, el perfume sutil de los narcisos, la fragancia del pasto recién cortado y de la lluvia generosa. Las voces de los alumnos que se arremolinaban por participar, el esperado sonido de la campana que habilitaba al recreo, los tacos de la maestra en las lustrosas tablas del piso de madera. El contacto con los compañeros del aula, los primeros roces de piel con algún pelirrojo tímido, la aspereza de los pequeños libros encuadernados con papel araña verde oscuro. El encuentro con el mundo infinito del color, la primera caja de 24 lápices y mi primer dibujo realista de un sauce llorón casi desmigajándose sobre una laguna temporaria.
Pero lo más significativo de esa bella escuela, era la maestra. Nunca tuve otra igual. Demostraba estar muy preparada para cumplir su función, combinaba saber con afecto, lo que algunos dicen, hacen los sabios. Era coqueta, elegante y desde el lunes hasta el viernes, nada alteraba su impoluto guardapolvo blanco; yo sospeché tempranamente que nunca se sentaba para evitar la aparición de alguna arruga indeseable. Sus manos siempre arregladas, con una delgada alianza matrimonial y el cabello peinado “de peluquería” con abundante laca, como se usaba en esos tiempos. Daba clases de literatura, historia, geografía, matemáticas y no le resultaba difícil atender a estudiantes de diferentes grados a la vez. Para las fechas patrias, nos enseñaba danzas folclóricas y el día del acto, servía el más rico y sabroso chocolate que jamás haya probado. Recuerdo que una vez me reprendió por no querer bailar “el palito”, una danza súper aburrida en la cual un varón se trasladaba unos pocos metros llevando a dos chicas con sus brazos en alto. La música era monótona y no demandaba ningún desafío ese sinfín de avances y retrocesos. Mi prima Bibiana iba a bailar el carnavalito y ese sí que era un baile, una verdadera fiesta colectiva. Años después comprendí que yo era una alumna muy demandante, un poco molesta, que pretendía satisfacer siempre mis caprichos. Ese 9 de julio, lo viví malhumorada, con la cara larga mirando el piso y masticando nutridos celos de mi prima. Ella era más aplicada que yo, era muy femenina y tenía una belleza inalcanzable porque era, decididamente blanca y con ojos verdes. El ser morena y extremadamente delgada, fueron para mí la sentencia acabada de que nunca sería bonita. Aún recuerdo cuando a los 10 años, una tía que hacía mucho no me veía, le dijo a mi madre: “Laura está más linda…está más gordita y más blanquita”. Si no la quería demasiado antes, después de ese desgraciado comentario, pasó a ser la tía más odiada del panteón.
Siguiendo con mi maestra, cada vez que cerraba la puerta tras de sí, mostraba una sonrisa franca e indisimulable porque comenzaba a desplegar su seducción con el saber. Se notaba que preparaba las clases con afán, todas las semanas traía pesadas maquetas para mostrar, desde los órganos del aparato digestivo hasta la geografía más extraña de algún país. Las láminas eran de un detalle oriental y hasta las chinches parecían estar felices de ser parte del cuadro. Estoy segura de que mi pasión por viajar nació en las clases de geografía de mi escuelita rural. Me sentía trasportada a los lugares más bellos, ascendía a las cumbres más elevadas, recorría las ciudades más glamorosas. Era, además muy eficiente estimulando a los estudiantes más retrasados y narraba con una precisión geométrica, escucharla leer era una experiencia casi hipnótica.
Llegaron las vacaciones de invierno y todos podíamos elegir un libro para llevar a casa, yo recuerdo ir caminado hasta el final del salón sin tener una elección previamente hecha y pelearme con mis compañeros por alcanzar unos picaportes muy pesados que abrían la biblioteca de gruesa chapa color verde inglés. Una vez abierta, aparecían al menos tres estantes con libros de tapa dura. Recuerdo una colección con letras doradas que llamó mi atención. Casi sin dudarlo, elegí mi libro para entretenerme en esas dos semanas: “La Ilíada”. Desde ese invierno del 69 hasta la actualidad, la mitología griega es mi refugio. Me enamoré de Aquiles y odié a Agamenón casi sin proponérmelo, los muros de Ilion estuvieron en mis sueños mucho tiempo, me dediqué a encontrar similitudes entre mis tíos y el sabio Néstor y a mi mamá la imaginé en el palacio llorando la partida de Héctor. No tuve la osadía de ocupar el papel de Helena, aunque unos años más tarde deseé muchas veces ser raptada por un joven hermoso y conducida a tierras muy lejanas.
Cuando un día llegaron gitanos a querer comprar una vieja camioneta de mi padre, pensé si no serían ellos también integrantes de una travesía épica. Los malos augurios de la vieja y andrajosa gitana vaticinaron que la parca vendría a buscarme a muy corta edad. Su sentencia, fruto en realidad de la negativa de mi padre, provocaron mi primer brote de ansiedad y resultaron ser un verdadero encuentro con la cólera. Nada tenían que ver esos gitanos con la posibilidad de adentrarse en cuestiones universales, eran un grupo de malhechores que tenían muy en claro sus negocios y no estaban dispuestos a mucho más que leerte las manos.
En esa época, las maestras participaban muy activamente en instancias sociales, políticas, de salud comunitaria y hasta religiosas. La maestra enseñaba a los padres a cultivar la huerta, formaba parte de la organización de los bailes en el club, era “presidenta de mesa” en todas las elecciones, daba algunas clases de catecismo y controlaba rigurosamente las campañas de vacunación. Yo me di cuenta muy tempranamente de la relevancia de ese personaje en la comunidad, de la vocación y la capacidad de trabajo que se ponían en juego en esa labor.
Una vez al año la cooperadora organizaba alguna salida de toda la escuela, incluyendo la compañía de algunos padres de la comisión. Recuerdo una salida a la estancia La Biznaga que significó el choque de dos mundos: la austeridad de mi casa, la pequeñez de mis cosas, la opacidad de mis paredes, la insignificancia de mi patio, frente a la opulencia de esas construcciones, al ejército desmesurado de empleados, a la grandiosidad de esos parques con árboles que parecían milenarios. Los enormes macizos de sencillas violetas resultaron ser el único elemento común de ambos mundos. Muchas noches previas, costaba conciliar el sueño sólo con la sospecha de esa experiencia del picnic colectivo, casi una experiencia iniciática. La frutilla del postre: una fotografía del grupo, algunos recostados en el pasto otros de pie, yo intentando estar cerca de la maestra.
Pasaron los años, se acumularon boletines y cuadernos abultados y cuando cumplí los 11, fue necesario irse al pueblo para comenzar otra etapa y fundamentalmente para conocer otras maestras. Fueron muchas las sorpresas y casi todas muy buenas, pero nunca superaron a esa primera maestra. La mayor impronta que dejó en mí fue su independencia, su seguridad, su autonomía, su capacidad de estudio. Nunca olvidaré que un día soleado, al volver del primer recreo, se agachó casi sin quererlo y me tomó la cara entre sus manos, me miró fijamente y me dijo: “para que nunca dependas de nadie para alcanzar tus objetivos, nunca dejes que te corten las alas”. Satisfecha y cómplice con su pedido respondí en voz muy alta: “te lo prometo mamá”.
Laura Draghi
Octubre 2021, Roque Pérez, Buenos Aires, Argentina
“No voy a cambiar
No voy a perder
No voy a caer
Me han crecido alas en las cicatrices
Puedes disparar
Puedes ignorar
Puedes enterrarme en algún bar
Me han crecido alas en las cicatrices…”
LobosMagazine LM ™ 2021
EDITOR: JOSÉ LUIS SAN ROMÁN
LobosMagazine es un medio totalmente orientado al público, un espacio de libertad de opinión, análisis y debate donde los dogmas no existen, tampoco las imposiciones políticas. Garantizar esta libertad de pensamiento depende de usted, de todos los lectores