Mientas más alimenten a la sociedad de “progresismo”, más mediocre será la clase dirigente que ocupe el poder en un país
La indigencia progresista
Ignacio A. Nieto Guil
La indigencia no solamente se puede dar en un plano material y en la falta de recursos para subsistir, sino que también puede darse en un plano moral y espiritual. Precisamente el hombre de nuestros tiempos padece un tipo de indigencia a causa del progresismo ideológico. En los siguientes párrafos analizaremos los males que aquejan al ser humano por ser hijo de este tiempo; donde la técnica avanzó a pasos agigantados. Pero en lo que atañe a la ética humana se descendió a un abismo penumbroso.
Mientas más alimenten a la sociedad de “progresismo”, más mediocre será la clase dirigente que ocupe el poder en un país. El mejor ejemplo que podemos citar es Argentina. Un gobierno que está preocupado por implementar un lenguaje ideológico deficitario, alejado de la morfología tradicional de la lengua española, programas de ideología sexual, cambios de sexo o politizar todos los ámbitos de la vida; viene a dejar de lado los verdaderos problemas que aquejan a una sociedad. Por ello, el progresismo estatal es una forma de tiranía, de la cual se sirven los burócratas demagogos y populistas para enquistarse en el poder, sin resolver las cuestiones de suma urgencia. La masa ideológica izquierdista-progresista, generalmente de clase media/media baja, con acceso a estudios universitarios en universidades públicas, principalmente de carreras humanísticas, demandan la agenda “progresista”: feminismo, “abortismo”, culturas originarias, ecologismo o “lgbtismo”; se convirtieron en las causas de lucha para este sector ideológico, ocupando un rol central en el quehacer diario de los “progresistas”. En consecuencia, el centro se corre a implementar la agenda doctrinal por encima de las demandas indispensables de la ciudadanía, ya mencionadas.
Así, el político responde a esas pseudo demandas “progresistas” complaciendo a grandes sectores masificados y ultra-ideologizados; preocupados más por el lenguaje inclusivo o el aborto, y no por el verdadero desarrollo del país, que no es ideológico sino, moral, técnico, estructural, económico, jurídico y militar. Todo lo anterior deriva de un sano juicio sin tener que apelar a una justificación en materia ideológica. Hay cuestiones que se dan por su propia naturaleza funcional; por ejemplo, el ser humano debe ingerir diariamente alimentos para no morir; aquí el justificativo no es una perspectiva ideológica, sino de índole vital y natural. Lo mismo sucede con una sociedad; cuando más imperan las divagaciones ideológicas, más se aleja de aquello que debe resolverse primariamente en una comunidad o sea, la razón misma de existir de un Estado y su fin para la cual se constituyó. En otras palabras, resolver problemas de índole objetivos, y no implementar programas subjetivistas. En definitiva una ideología es un capricho sentimental, donde el Estado mediante la intimidación y la coacción legal intenta imponerlo. Un ejemplo institucional de lo anterior es el INADI; un tipo de policía de pensamiento ideológico, financiado incluso por aquellos que tienen un pensamiento realista u objetivo, no coincidente con la pseudo religión de la casta “progresista”, que arremete con sus fetiches.
Es por ello que los ideólogos debieron justificarse mediante doctrinas y presupuestos falsos. La verdadera sublevación comenzó cuando el ideólogo se reveló contra el realismo y del análisis objetivo de la realidad, migrando hacia la subjetividad y el escepticismo como fuente psíquica de su irracionalidad, para auto-justificar perspectivas personales por sobre la realidad misma de las cosas. La extravagancia, la desesperación por la originalidad, las modas filosóficas de autores escépticos, ateos y nihilistas; fomentaron a una clase progresista burguesa que necesita del cambio constante, derivado de un hastío o aburrimiento vital, es decir, una vida sin orientación, anhelos, virtudes, carente de afectividad, trascendencia, y aún más, absorbida por un materialismo consumista propio de la sociedad de masas. Los burgueses progres desde los placeres mundanales, hablan de justicia social, derechos y opresión, sin la más mínima formación y, con una hipocresía caprichosa, creyendo tener la superioridad moral sobre el resto.
Perdido el sentido de la vida, el hombre queda dócil a la manipulación progresista reinante en nuestros días. Debilitado el tejido social, principalmente la familia como célula básica y vital de la sociedad, ayudó a instaurar una verdadera oligarquía política estatista que corrompió el orden social en conjunto, donde el Estado cuna de progresistas mete su cabeza en los cuerpos intermedios y espontáneos de la sociedad civil. El poder político fue aumentando en detenimiento de los cuerpos intermedios mencionados. El resultado es una tiranía invisible, donde el progresista arbitrariamente define aquellos bienes culturales de la sociedad, cambia la historia, inventa enemigos y delitos, persigue a los críticos, y, en definitiva, arremete con un poder cuasi ilimitado.
La orfandad del hombre sin rumbo existencial, abandonado a la contingencia de una vida ordinaria escasa en valores, permitió que el germen ideológico se introdujera de lleno en todos los ámbitos donde el ser humano desarrolla su vida. La familia, el colegio, la universidad, la Iglesia, el Estado, el arte, la literatura, la filosofía y, en general, toda la producción cultural del hombre está atravesada por la doctrina “progresista”. Este artificio de nuestros tiempos, cuyo avance fue en la modernidad, vulneró todo el desarrollo histórico de la humanidad. Un mundo sin valores pretende disolver un mundo que aspiraba a los valores. Ortega y Gasset en su obra más famosa, La Rebelión de las Masas, sostenía: “La vida pública no solo es política, sino, a la par y aun antes, intelectual, moral, económica, religiosa…”. Pero hoy perece que todo debe estar atravesado por el ámbito político, cuya quimera es el aparato ideológico que lo sustenta, que en definitiva es el “progresismo”.
Asimismo, el progre-reformista acaparó el escenario comunitario con su enferma doctrina social. Obviamente, lo pudo imponer arbitrariamente gracias a que ocupó gran parte del ámbito estatal ya que, cada día, un programa, una secretaría, un ministerio, un juzgado, un conjunto de pseudo-leyes u ordenanzas; hace su bajada de línea ideológica, comprometiendo el bien común y, la razón misma de existir de una sociedad, como su justicia.
Este mal ideológico encasilla la vida, reduciéndola vorazmente a un solo aspecto: el ideológico. Carcomido todo el ámbito existencial del hombre, ya no queda lugar para reflexionar, para la apreciación estética de las cosas o simplemente para percibir el orden natural que gobierna el mundo. De tal modo, la vida es depreciada por el ideólogo y, aún más, busca el sometimiento del hombre común que lucha contra esta quimera infernal hasta destruirlo. La muerte ya no es física, pero si se busca la del ámbito mediático; una suerte de opinión pública como tribunal juzgador que sentencia sin pruebas, ni juicio justo. La forma es el desprestigio y la ridiculización. Profesores de universidades públicas, docentes e intelectuales que se han atrevido a combatir el “progresismo” han sufrido, en muchos casos, la pérdida de su fuente laboral, y el esfuerzo que implicó ganar y ocupar tal lugar, siendo reemplazado por aquel que comulga con la doctrina progresista. No obstante, el ideólogo habla de la pluralidad de voces, de no discriminación, del respeto hacia el que piensa distinto. Es así, pero únicamente para dentro del movimiento progresista y sus fieles adeptos.
En el reinado actual de las ideologías; en una suerte de dictadura relativista que los ideólogos muy bien saben utilizar para someter, inmolando las esperanzas y energías humanas. Debemos, sin duda, dar combate directo. Es una lucha sin armas o, si se quiere, de armas espirituales, que atraviesa el campo cultural e intelectual. Nuestra labor es remediar y recuperar nuestras tradiciones; edificio de occidente, construido sobre una base moral, realista y, sobre todo, en la búsqueda de la verdad y la virtud forjadora de civilización, pilares tan socavados por el latrocinio moderno.
El Padre Castellani (16 Nov 1899-15 Mar 1981) sentenció: “No veo al héroe que sea capaz de dar el golpe de timón, no veo los grupos unidos capaces de secundar al héroe; no veo ni siquiera la masa consciente por lo menos del mal… veo una comunidad satisfecha de su degeneración cuyo ideal sería una esclavitud confortable”. Si no tomamos conciencia de los males modernos y, seguimos sedados en la comodidad, mientras otros van por todo; seremos una generación de cómplices que permitió la destrucción total de lo que nos correspondía defender acorde a nuestros tiempos.
Ignacio A. Nieto Guil. Periodista. Estudiante Universidad Nacional de San Luis, Argentina
“…Fue un atraco perfecto
Excepto por esto
Nos queda garganta, puño y pies
No fue un golpe maestro
Dejaron un rastro
Ya pueden correr
Ya vuelve la sed…”
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