Los oportunistas de turno deben ser detectados y erradicados si queremos tener políticos con profesionalismo y con vocación de servicio, que guíen los destinos de nuestro país, de nuestra provincia o de nuestra ciudad.
Oportunismo o vocación
Los estrategas militares aseguran que un ataque muchas veces suele ser la mejor defensa. Esta frase aplicada históricamente en conflictos bélicos nunca ha estado más vigente que hoy, en boca de la llamada clase política dirigencial.
En forma reiterada, vemos y escuchamos en notas, entrevistas y debates políticos de distintos estamentos del Gobierno, independientemente de su función e ideología partidaria, y ante el requerimiento de solución a problemas tales como corrupción, inflación, inseguridad, educación, etc., apelen a la estrategia de defenderse atacando con expresiones tales como: “si no te gusta tenés que participar”, “si no participas no opines”, “es fácil opinar desde afuera”, entre tantas otras.
Y entonces, que le parece? Puede imaginarse el caos que implica llevar esta estrategia, común en muchos políticos, a otros ámbitos de nuestra vida: se imagina a un médico cirujano, ante una complicación de sus pacientes increpe a los familiares del mismo por no estudiar medicina?, o a un abogado ante una sentencia desfavorable de su cliente, lo intime a estudiar derecho; o que un ingeniero ante un error de cálculo en los planos deslinde su responsabilidad justificando el no conocimiento de su cliente.
Es mucho pedir a los responsables de los destinos de un país, de una provincia, de un municipio, que asuman la responsabilidad por sus acciones u omisiones? Y no usar la defensa como ataque, no mimetizarse con el “bando de los buenos” de turno, sea quien sea y en el momento que se trate.
Es tan mala la autopercepción y falta de profesionalidad de muchos políticos que requieren que personas de otros ámbitos resuelvan lo que ellos no pueden hacer?, porque no saben ni les interesa aprender, ¿No sienten vergüenza por no solucionar los problemas que aquejan a la población, los ciudadanos; y pretender que otros hagan el trabajo para el que supuestamente fueron elegidos y designados? Esto también es corrupción. Y como ya escribimos en nuestra anterior editorial, esto nos lleva a la conclusión de que, la división más importante que se establece entre los actores políticos, no es la ideología o la de partido, sino la que separa la virtud de la maldad, y éstas no pertenecen en exclusiva a ningún partido ni clase social, sino que tiene que ver con el hombre como individuo.
Es muy común ver esa actitud de “atacar en defensa”, ante la exigencia de resultados y toma de medidas concretas por parte del ciudadano; y sí, en muchas oportunidades da resultado, y quien fue por respuestas pasa a ser el culpable por omisión e inacción. Esta estrategia comúnmente usada por muchos actores de la política, debe llevar a una reflexión sobre dos palabras claves: oportunismo y vocación. Y dónde lo vemos? Vemos oportunismo en la actitud de la persona que generalmente en sociedad, se acomoda a las circunstancias para obtener provecho, subordinando, incluso, sus propios principios. Eso es corrupción.
Por otra parte, vocación de servicio: donde ese “servir” implica colaborar, ayudar a alguien de una forma espontánea, es decir adoptar una actitud permanente de colaboración hacia los demás, cuando este servicio se hace desde el ejercicio de la función pública, se habla de vocación de servicio público o social. Por lo general una persona es servicial por naturaleza y educación, y es sabido que es muy raro que esta virtud pueda generarse a partir del ejercicio de determinado cargo o función.
Llegado hasta acá, entonces, es oportuno resaltar algunas facetas que asumen el oportunismo y falta de vocación en muchos, muchísimos políticos.
El oportunismo y la perpetuación en el poder a cualquier costo, o pretender demostrar lo que no se es. Este es el punto, el afán de querer demostrar lo que no se es, como sea. El oportunismo y el cambio de ideologías o conceptos, así porque sí, principios éticos, lo que vulgarmente llaman “panquequismo”, y vaya si se conoce de esta delicia repostera en nuestras tierras.
El oportunismo con su cara de vedetismo político, en donde dirigentes conviven en ambientes farandulescos, intentando lograr su minuto de fama, independiente del descrédito social y degradación de la actividad que esto implica. El oportunismo político como salida laboral es el exagerado nivel de ingresos (por nada), en paralelo al exiguo control, hace de los cargos políticos un botín para inescrupulosos y corruptos; los malos políticos que ensucian la política y la vida pública.
El oportunismo y los personalismos: faceta en la cual el carácter y la personalidad del mal político trascienden a la institucionalidad y objetivos de la función que representa. Es tiempo ya, de una autorreflexión como sociedad, y autorreflexión de la llamada clase política, exigir a los dirigentes y a quienes pretenden ser representantes de la ciudadanía un nivel de vocación, profesionalidad y capacidad para ejercer lo que pretenden. Es necesario instrumentar recursos educativos y de capacitación permanente con exigencias mínimas de acuerdo al cargo.
Una de las democracias más fuertes y representativas del mundo, los Estado Unidos muestran un grado muy bajo de participación ciudadana, lo que demuestra que no es necesario que participen todos si el nivel de representatividad, vocación y profesionalidad del dirigente es el adecuado.
La falta de idoneidad y profesionalidad de muchos políticos oportunistas, hace que la expresión “que se vayan todos” que tuvimos allá por el 2001, cambie a otras expresiones hoy, dejando al descubierto la falta de políticas de estado y vocación en el servicio, puso y pone a no aptos al mando de los distintos niveles de representatividad. Eso es corrupción.
Toda la clase política debe asumir la responsabilidad de su bajísimo grado de percepción social. Y aquí lamentable pero real, pagan los buenos políticos el comportamiento de los oportunistas; son muchos los buenos políticos, con vocación, ética y profesionalismo, pero no alcanza aún. La política de la dádiva, de la obediencia por un cargo, debe cambiarse por educación, instrucción y profesionalidad.