Cada nuevo encuentro a ella le alcanza para satisfacer su hambre y sed casi infinitas de sexo… se ha preguntado varias veces si él sentirá lo mismo.
Alguien ha escrito por ahí, algo así como, que si de la posiblemente segura imperfecta vida humana de pronto no están más las cosas llamadas inútiles, tal vez esa vida dejaría de ser, incluso, imperfecta. A esa hora de la mañana de lunes el bar de siempre estaba casi solitario, cuando el aroma del café es más puro; sólo una mesa vecina con dos mujeres y sus café, y sus historias, historias de amantes, según lo que se hacían oír. Puede ser que las relaciones entre hombres y mujeres no sea posible explicarlas o entenderlas mediante la lógica. Y sí lo es, que en este mundo donde el tiempo existe y es posible medirlo, nada puede volver atrás; y estar perdido en el tiempo, en el laberinto del tiempo, lo grave es que no tengas ganas o interés en encontrar la salida, tal vez. De la mesa cercana, la dos mujeres, siguen con su café, “no puedo soportar que me obliguen a hacer lo que no quiero y cuando no quiero de ningún modo, ahora si me dejas hacer lo que quiero, cuando quiero y como yo quiero, soy la mejor”, “así es amiga” le dice una a otra, “¿y sabes qué pasa? Que hay cosas que se pueden recuperar y otras no” “y el tiempo, el paso del tiempo es definitivo, llegas hasta acá, y acá estás, no hay vuelta atrás”, “y cuando una se acostumbra a no conseguir nunca lo que desea, ¿Sabes qué pasa? Que acaba por no saber incluso lo que quiere.”… el mozo de siempre, de todas las mañanas, un filósofo el hombre, quien escuchaba y era el anfitrión, se acerca con tres cafés recién tirados, “invita la casa” dice con un dejo del acento de su abuelo gallego, “¿saben una cosa?, la vida es solitaria en nuestro origen, pero no es soledad, porque en cada momento nos vinculamos a otras vidas, es así señoras, es así amigo, no hay vuelta”… Tal vez. –DEL EDITOR -
Los ex…tremos no se tocan (III)
José Pepe Juliá
Mabel había cumplido su primer objetivo. La reunión con los japoneses el viernes fue un éxito total. Con audacia, conocimiento del tema y estudiada simpatía, pero fundamentalmente con la seducción que ella sabe sacar a relucir en los momentos clave, los cautivó y ayudó a que Daniel con los detalles específicos del proyecto pudiera cerrar el trato internacional. Si se deja llevar por las miradas tan encendidas como escondidas detrás de los típicos párpados caídos de los orientales, no tiene dudas que ella merecía algo más que la fría felicitación de su jefe al finalizar el encuentro. Usando las mismas armas también logró cumplir su segundo objetivo, mucho más personal que profesional, el sábado por la noche y le costó menos esfuerzo que el primero. Ya casi en el amanecer del domingo, recostada en sus almohadas de plumas, que a veces le recuerdan a Ernesto, siguiendo con sus ojos y leve culpa las volutas en el aire de su primer cigarrillo del día; apoyada en el afrancesado respaldo de la cama, observa la desnudez dormida de Daniel en su cama, sigue siendo un bocado tan apetecible como hace unas horas. Sádicamente se tentó en apagar en el pecho peludo de Daniel el cigarrillo que le había robado, pero se decidió por un modo menos agresivo para despertarle otra vez el deseo que a ella ya la estaba asfixiando nuevamente. Con lentitud fue recorriendo, deslizando su ávida lengua por la anatomía de Daniel, tan distinta a la de Ernesto. Maliciosamente comparó los músculos de uno y otro y con una sonrisa casi perversa determinó que los tres se podrían llevar muy bien. Con su aliento vaporoso llegando al ombligo, Daniel dio signos inequívocos de querer corresponderse con los movimientos de Mabel. En un sutil giro quedaron los dos a merced de sus bocas ansiosas de devorar lo que tenían cerca. Se esmeran en entregarse por completo, como si recién se conocieran. Manos y dedos dejando surcos de pasión y placer. Estrujándose y aferrándose para tener más puntos de contacto. Con sus cuerpos enlazados como para no desatarse nunca más. Daniel como ella, eximios conocedores en esas artes, se dejaron llevar hasta quedar en el limbo, nuevamente adormecidos.
Cada nuevo encuentro a ella le alcanza para satisfacer su hambre y sed casi infinitas de sexo. Se ha preguntado varias veces si él sentirá lo mismo.
Se despierta Mabel y deduce que el sol del domingo está golpeando las persianas. Al levantarse se cae el cenicero que en la mesa de luz estuvo haciendo equilibrio después del movimiento sísmico que provocaron en la cama. El rezongo de Daniel por el ruido le provoca risa. Desnudo, es el mismo protestón que en traje y corbata se pasea por la empresa. “Perdón” se anima a decir y casi agrega “mi amor” al ver su cara de desconcierto, pero se contuvo. Sabe que Daniel es reacio a demostraciones de afecto. Se lo hizo saber hace unos días atrás cuando ella se lo dijo en la oficina. Fue en voz baja y al oído. Él le sujetó la mano y le susurró “Acá soy tu jefe. No sé si me entendés”. En ese momento se sintió confundida y no supo distinguir que le molestó más: si fue el apretón enérgico, el tono con que le remarcó su jerarquía o el “no sé si me entendés”, que le hizo retroceder hasta la época de uno de sus “ex” que le dejaron malas experiencias. Después Daniel le sonrió y ella se olvidó de todo.
Es la primera vez que se encuentran en el departamento de Mabel. Que es tan suyo como de Ernesto. Aunque por un largo tiempo se tendrá que hacer cargo ella sola del alquiler y las expensas. “¿Culpas? ¿Por qué tengo que sentir culpas? No sé qué estará haciendo Ernesto, allá, en el culo del mundo. Con tanto frío. Solo. Seguramente buscará, tarde o temprano, a alguien que lo cobije. Porque él es de necesitar refugio”, se dice. Y rememora cuando Ernesto y ella acurrucados en el sillón viendo una película se peleaban por los últimos pochoclos. Le da ternura, y a la vez le molesta porque se siente vulnerable. “Ni se me ocurre qué va a pasar cuando vuelva Ernesto. Seguramente él debe estar teniendo lo suyo. Porque Ernesto de pingüino no tiene nada”, especula. “Tendremos una conversación seria y adulta. Lo mío con Daniel es algo…algo pasajero”, se justifica.
Apurada se mete en el baño, y mirándose al espejo revive las escenas de la última vez que hizo el amor con Ernesto. Fue en la ducha, el día antes de irse al sur, hace ya casi un mes. “Tiene su estilo Ernesto”, se sonríe maliciosa. “Si tuvieras que elegir el mejor amante ¿Quién sería?”, se complica con la pregunta. Su titubeo la perturba. Le da la espalda al espejo dejando para más adelante la respuesta.
Se sienta y con una sonrisa recuerda la cara de Ernesto asomándose por la cortina de la ducha para decirle “La Reina está en el trono” con una carcajada tan grosera como su humor vulgar, pero infantilmente genuino. Apoya sus codos en las rodillas, las manos en su cara. Casi emulando la escultura del Pensador. Y eso es lo que pretende hacer. Reacomodar sus pensamientos. “¿Hacía falta hacerlo en nuestra cama?”, sus dudas la hacen hablar en plural. “¿Se merece Ernesto esta situación?”, se cuestiona.
El sonido del agua al apretar el botón, que se escurre por la loza no logra ahogar el sonido de llamada del celular de Daniel. Mabel asoció el fin de semana con hijos requiriendo la presencia de padre ausente.
“Tengo casi dieciocho meses para reorganizarme” se dijo debajo del agua purificadora. Entre espumas y vapores está logrando volver al equilibrio perdido. La ducha apenas le dejó percibir un “Chau, se me hace tarde” y el ruido de la puerta de entrada, ahora convertida en escape, rubrica la despedida.
El ambiente se vuelve fastidioso como pretenden los domingos cuando tiene solamente de compañía a su propia soledad.
José Pepe Juliá
Los Cuentos de Pepe
LobosMagazine 2019
“Todo se derrumba y es tan fácil
Todos mis castillos son de arena
Todo lo que sueño es tan frágil
Todo lo que bebo es tu ausencia.
Y mi pobre corazón de hierro
Se me fue oxidando con las penas
Es que tengo sueño y no me duermo
Este fuego que ya no calienta…”
LobosMagazine 2019 LM™
EDITOR: JOSÉ LUIS SAN ROMÁN