Elecciones a la argentina: Argumento, o falacia, ad populum, aunque más de 10, 11 0 12 millones de personas apoyan una estupidez, no por ello deja de ser una estupidez…
Elecciones a la Argentina
Se recolecta lo que se siembra
En el territorio que antiguamente se llamaba Provincias Unidas del Río de La Plata; luego Provincias del Rio de la Plata; Provincias Unidas de Sud América y Provincias de la Unión; Provincias Unidas del Río de la Plata en Sud América; Confederación Argentina; Nación Argentina y por último República Argentina desde el 8 de octubre de 1860. Que tal vez hubiera sido otro “finis terrae” para los antiguos romanos. El asunto es que aquí viven gentes que reniegan de su pasado, de sus ancestros, tradiciones, aborrecen y denostan sus símbolos, hasta su idioma. Esto último una triste realidad y en aumento. Y mucha de esa gente que hoy sólo se refiere a “este país” ; y que hace algunas décadas se hacían llamar argentinos y llamaban a su nación con el nombre de Argentina, pero ahora es “estepaís”. O sea los “estepaisanos”. Que participan de la creencia y pretensión de que “todo el mundo” tiene algo que decir porque sí, de exigir y reclamar porque sí. Donde incluso en los colegios y demás centros de estudios, se repiten hasta el cansancio, como si fueran dogmas de fe, frases como “los profesores tienen mucho que aprender de sus alumnos”. Creencia pintoresca resultado de un tenaz, arduo y perseverante adoctrinamiento “igualitarista”… Da igual la condición de cada uno de esos individuos, si es muy inteligente o no, da igual su cociente intelectual, su formación académica, sus años de estudios, su experiencia profesional, o su experiencia vital, todos tienen algo que decir; pero… cuando se trata de “su responsabilidad” “el hacerse cargo de sus actos”, bueno, mejor cambiar de tema o calificar desde la platea de la sinrazón; y seguimos: toda la gente es digna de opinar aunque no tenga ni la más remota idea de qué va el asunto, el caso es “ejercer su derecho”, y como bien se sabe, en Argentina, en este momento derecho es sinónimo de deseo, todo lo deseable es automáticamente convertible en derecho. No importa “cómo” ni “por qué”.
Y así estamos, en “estepaís” que, es como nombran oficialmente a la nación la que habitan los “estapaisanos”. Y el asunto ha llegado a un extremo tal que todos esos tópicos (llamémoslo tópicos), se han transformado en inapelables, incuestionables… y, ay de aquel que se atreva a disentir, puede ser linchado metafóricamente hablando, y corre el riesgo de serlo no tan metafóricamente…
Entonces vemos como en Argentina, perdón, en “estepaís” se ha convertido en un pecado social no comulgar con tales afirmaciones. Por supuesto, no es de extrañar que las cosas estén “así”, después de que la gente haya visto, y oído, año tras año a “opinadores”, “creadores de opinión”, panelistas, botinerismo políticamente correcto, hablar, hablar, hablar… de trivialidades, vulgaridades, nimiedades, con absoluta solemnidad, como si realmente estuvieran diciendo algo notable, fuera de lo común y con un convencimiento admirable de que son personas ocurrentes, ingeniosas, responsable de lo que propalan, o algo parecido; y por descontado, cada vez que opinan lo hacen “ex cátedra” dirían aquellos antiguos romanos, decir desde el púlpito sería más entendible; o al menos esa es la impresión que causa en muchos de quienes los “escuchan” (ahora ya no se dice oír, seguramente oír, escuchar sea una antigüedad vergonzante) y por otra parte, para el común de los mortales, muchos de ellos gozan de un “gran prestigio”, de un enorme predicamento producto de la TV burlesque ( por supuesto inmerecido), y todo eso se convierte en un círculo vicioso, porque la gente suele recurrir con frecuencia a aquello del “principio de autoridad” para argumentar y apoyar sus opiniones; y claro, si lo ha dicho alguien que sale en los “medios”, eso es veraz, y vamos seguro a misa!., es lo que se puede llamar una “falacia lógica” que es defender algo como verdadero porque, quien es citado en el argumento, tiene reconocida autoridad en la materia.
Ni que decir tiene que, todo lo que sale de sus bocas lo aderezan lo adornan con chabacanerías, palabras malsonantes, procacidad, y multitud de ingredientes más; y en muchas ocasiones casi siempre con voces, gritos, desplantes, que la gente ha acabado integrando en sus esquemas de pensamiento y de acción como “algo normal”; sí! Algo normal! si lo hacen los famosos ¿Por qué yo no? Por lo que llegamos a la conclusión de que algunos de los personajes asiduos a los medios de comunicación, tienen el convencimiento de que la modernidad es sinónimo de transgresión y extravagancia, mal gusto e ignorancia.
Que sucede entonces?; pues como es de esperar, se recolecta lo que se siembra. O le quedan dudas?
A la fuerza, se les vende a los niños y niñas desde sus primeros años que los adultos apenas nada tienen que enseñarles, como si uno viniera al mundo con “ciencia infusa” (nacer sabiendo), con un saber innato, no adquirido mediante el estudio. Por lo que no es de extrañarse, que los alumnos no le reconozcan al profesor, maestro, ninguna autoridad, y tampoco piensen en la remota posibilidad de que les pueda enseñar “algo interesante y divertido” (otro de los muchos tópicos al uso de la irresponsabilidad disfrazada de cosa moderna), sino ni siquiera enseñarles. Pero bueno… es divertido no?
Hasta acá como vemos va resultando que entre los “de este país” gana el argumento o “falacia popular”, ya que se recolecta lo que se siembra.
Ese “argumentum” o argumento o “falacia ad populum” es una falacia lógica que se suele utilizar para validar un argumento por el sólo hecho de que la mayoría de la gente cree que algo es de esa manera, que algo es correcto. Se incurre en esta falacia si se intenta ganar aceptación respecto de una afirmación, apelando a un grupo grande de gente. Por ejemplo: “Esta película tiene que ser buena porque la ha visto mucha gente”, ¿le suena familiar?
Este modo de argumentar, tipo de argumento (o mejor dicho argumento falaz, mendaz) es utilizado muy frecuentemente así que: hay que estar especialmente atentos. Los argumentos “ad populum”, es decir apelar a la mayoría de forma emocional, se suelen usar en discursos más o menos populistas, y también en las discusiones cotidianas, y son un recurso muy utilizado en política y en los medios de comunicación.
A esto se le suele imprimir mayor firmeza cuando va acompañada de sondeos o encuestas que respaldan la afirmación falaz, la mentira. A pesar de todo, es bastante sutil y para oídos poco acostumbrados al razonamiento falaz puede pasar inadvertido.
Los anglosajones apelando as u particular imaginación la bautizó como “Bandwagon fallacy”, esto es, “falacia del carro de la banda”, refiriéndose al de los músicos en los festejos electorales, al que se encaraman los entusiastas y fanáticos y aduladores del ganador. “Subirse al carro del vencedor” decimos por acá. La falacia ad populum también se conoce como la apelación a la multitud, la falacia democrática y la apelación a la popularidad.
Podemos decir que el número de personas que creen en una afirmación es irrelevante para su credibilidad. Cincuenta millones de personas, quinientos millones, cinco mil millones de personas pueden estar equivocadas. Y de hecho, millones de personas se han equivocado en muchas cosas a lo largo de la historia de la humanidad, como cuando la gente afirmaba que la Tierra era plana e inmóvil, sostenida por cuatro elefantes, una tortuga y alguna otra criatura.
Y la falacia ad populum es seductora, en gran medida, porque apela a nuestro deseo de pertenecer y adaptarnos, y a nuestro deseo de seguridad y protección. Recurso muy común en la publicidad y la política. Un manipulador inteligente de las masas que trata de seducir a aquellos que alegremente asumen que la mayoría siempre tiene razón. También seducidos por este recurso estaría nuestra inseguridad, que puede hacernos sentir culpables si nos oponemos a la mayoría o a sentirnos fuertes al unir nuestras fuerzas con un gran número de pensadores acríticos.
Tampoco es casualidad que la falacia ad populum sea especialmente utilizada en periodos electorales, y es el recurso más socorrido para tratar de darle veracidad, certeza a cuestiones tales como el denominado calentamiento global: El 95% de los científicos asegura que el calentamiento global es provocado por el hombre, entonces debe ser cierto… En casos así, también se está haciendo uso de lo que llaman “argumento de autoridad” (apelando a la autoridad de los científicos para hablar del tema… muchos de los cuales no tienen ni siquiera conocimientos básicos sobre climatología), de igual modo actúan quienes le dan credibilidad a cualquier “manifiesto” al que se adhieren multitud de “artistas e intelectuales, miembros del mundo de la cultura”… etc, etc
Y, recurrir al número de los que opinan algo es una vía legítima cuando se trata de medir el alcance de una opinión. Solamente podemos conocer lo que piensa la mayoría preguntándoselo. Pero… y, si nos dicen que el 64% de los jóvenes adora la música electrónica, no lo entenderemos como un argumento a favor de la bondad de tales expresiones, sino como un dato que expresa un gusto juvenil. El volumen de aplausos no mide el valor de una idea. La doctrina imperante puede ser una solemne estupidez.
Entonces, los resultados en democracia no se pueden catalogar como “verdaderos” o “falsos”de acuerdo al número de votantes: solamente se puede afirmar que el resultado es lo que el mayor número de personas se supone que quiere en ese momento en el que se ha realizado la consulta, y eso en las democracias, supuestamente representativas, se considera suficiente. Y esto, no porque la mayoría piense eso, se ha de aceptar que es lo correcto. La legitimidad del resultado de unas elecciones, se basa en la falacia de que el pueblo tiene autoridad, tanta gente no puede estar equivocada. Se suele oír con frases del tipo “todo el mundo sabe que…”, o…”que es lo que la sociedad desea”, así como la mayoría de los argentinos sabe que….” Aunque desde hace décadas, en “estepaís” se realice periódicamente, someter a referendo, convocar elecciones y considerar como la opción más conveniente la que consiga un mayor número de apoyos, se viene demostrando, elección tras elección, que no es el mejor método para saber si una determinada opción política es la más correcta… es lo que hay, por ahora.
Por qué es así? Esto es así porque la votación, el acto electoral, suele llevarse a cabo a través de prejuicios y no a través de argumentos. Cuando se realizan unas elecciones, como las que tendremos, padeceremos y pagaremos desde agosto hasta octubre y/o noviembre, se estará midiendo la popularidad de los políticos; sería entonces un error llegar a la conclusión de que los ciudadanos han elegido bien o mal, o si han estado más o menos acertados; porque cuando llega el momento y eligen no lo hacen de manera lógica y bien informados… porque tampoco pueden hacerlo. Las elecciones se limitan a constatar cuáles son las preferencias de la mayoría, solamente, se pide a los electores que “den su opinión”.
Sin lugar a dudas, si existe alguien o algo capaz de sostener hoy una cosa y mañana la contraria, sin más fundamento que el calor de los acontecimientos, las sugestiones de una película, o la moda, ese alguien, al que Hobbes llamó Leviathan, es la opinión pública.
Es ininnegable que no existe opinión alguna, por absurda que sea, que los hombres no acepten como propia, si llegada la hora de convencerles se arguye que tal opinión es : aceptada universalmente. Son como ovejas que siguen al carnero a dondequiera que vaya.
Por lo que, apelar a la opinión de la mayoría, por muy mayoritaria que sea, para justificar que algo es cierto, lo correcto, lo más conveniente, es una falacia de opinión, un mal argumento basado en una pésima autoridad. “Todo el mundo” no es una fuente concreta, no es imparcial y, generalmente, ni siquiera está bien informada.
Para desgracia, en la democracia de “estepaís” no se llevan a cabo elecciones para saber qué es lo mejor, lo más correcto, lo que conviene a todos, sino de encontrar una solución que agrade a la mayoría. Solamente eso.
En los procesos judiciales con jurado, para evitar en lo posible un efecto arrastre, existe la presunción de inocencia y, además, la idea de que la simple posibilidad, las suposiciones o las pruebas circunstanciales no deben ser tenidas en cuenta por el jurado. Es por ello que somos muchos los que consideramos que en los regímenes democráticos deben existir “absolutos incuestionables”, para evitar que la gente viva inmersa en continuos sobresaltos, para procurar que los ciudadanos se sientan miembros de una sociedad estable, perdurable, próspera; y para que eso sea posible es imprescindible que existan asideros sin ningún tipo de dudas, incuestionables.
Hablo de la necesidad de “absolutos incuestionables”, es porque si no es “así” tendremos que aceptar que la mayoría (la muchedumbre, los que más ruido sean capaces de hacer) puede hacer lo que le dé la gana, y por lo tanto cualquier cosa que hace o decide la mayoría es buena porque “son la mayoría”, siendo pues éste el único criterio de lo bueno o lo malo, de lo correcto y de lo incorrecto, Una democracia con “absolutos incuestionables” únicamente debe permitir que la soberanía de la mayoría se aplique sólo, exclusivamente, a detalles menores, como la selección de determinadas personas. Nunca debe consentirse que la mayoría tenga capacidad de decidir sobre los principios básicos sobre los que ya existe un determinado consenso generalizado, y una eficacia probada, y que a nada conduce estar constantemente poniéndolos a debate y refrendo… No es bueno, no es razonable, no es civilizado, no podemos permitir que la mayoría posea capacidad de solicitar, y menos de conseguir, que se infrinjan los derechos individuales. Los derechos de cada uno de nosotros todos y cada uno.
En la democracia de los antiguos griegos se pretendía conseguir el gobierno de los mejores y de los más sabios (ese era el significado de lo que ellos denominaban “aristócratas”), para ello, para evitar que acabaran alzándose con el poder los demagogos, los ciudadanos griegos daban una especial importancia a la formación y a la formación, y lógicamente, hacían todo lo posible para que ningún ciudadano fuera analfabeto… Evidentemente, esto que describo, solo es posible en pequeñas o medianas comunidades; no en naciones con millones de habitantes, y más en democracias como la de “estepaís” en la que todos los mayores de 16 o 18 años (da igual), pueden ejercer su derecho al voto (da igual su formación, su responsabilidad, su grado de inteligencia, de compromiso con la sociedad).
Por lo tanto es que se hace imprescindible e inaplazable limitar cuanto antes el poder de los políticos y así reducir, atenuar la importancia de la ignorancia de los votantes.
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EDITOR: JOSÉ LUIS SAN ROMÁN
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