Puede ser que todo está interrelacionado, como si se tratara de un gran rompecabezas complejo, en tres dimensiones. Donde la verdad no siempre es real y la realidad no siempre es verdadera. Y en definitiva, todo es una búsqueda sin buscar; buscar sin saber que se está buscando, complicado y cómodo; porque se vive en un mundo cómodo, donde la sensibilidad va languideciendo… tal vez. Donde las cosas más simples y sencillas sean las más difíciles de ver o aceptar… y a veces se tarda en ver lo que se tiene delante de sus ojos, o no se ven nunca, por negarlo, puede que sí, puede que no. Y Se podrá decir que las cartas no son más que unas simples hojas de papel. Y se puede decir que el corazón de las personas puede verse como un pozo muy profundo. Que las cartas, papel al fin, aunque sean presa del fuego, quedarán en el corazón, siempre, que lo que tiene que quedar y lo que no desaparecerá. Que en ese pozo profundo, corazón, nadie sabe lo que hay en el fondo; sólo podemos imaginarlo viendo la forma que tienen las cosas que a veces suben a la superficie. Es posible. Y habrá gente, que te dirá con seguridad, que quien quiera conseguir algo, se tendrá que esforzar, hacerlo con el sudor y trabajo duro, sin vueltas y vueltas y vueltas, como queriendo deshacer lo hecho, y vueltas y vueltas como un carrousel; porque es todo más simple de lo que parece y cada cual juega su papel… Que tú harás tu papel y que ellos harán el suyo… Tal vez. – DEL EDITOR -
En igualdad de condiciones
José Pepe Juliá
Miró el sobre con su nombre manuscrito a trasluz. No es de esas que andan husmeando el buzón a cada rato. Accede a la caja metálica solamente los primeros días del mes a recoger los impuestos. “Ya no hay nadie que escriba cartas” se dijo, comprobando que en la recepción del edificio la incertidumbre era su única compañía. Temía que fuese una broma. “Y de muy mal gusto” se enojó. Apoyó el sobre en el saliente del buzón. Tomó de mal modo el manojo de cuentas a pagar y buscó las suyas. “¡¡Todos juntos vienen!!” protestó al aire. Guardó los tres impuestos que le correspondían y cuando cerró la cartera volvió a encontrarse con el sobre que pacientemente esperada ser tenido en cuenta. Pensó en deshacerse de él pero la prolija letra en tinta negra con la cual se podía leer “María Eugenia, Depto. 5toB”, la hacía única destinataria, obligándola a hacerse cargo de su contenido. Volvió a mirar a su alrededor convencida que alguien la estaba espiando. De un manotazo escondió en uno de los bolsillos del abrigo el sobre que la incomodaba.
Resuelta se dirigió al ascensor y al querer llamarlo comprobó que venía descendiendo. Cuando se abrió la puerta, la figura atlética del vecino del 6toC le pareció mucho más atlética. Recordó que alguien le había comentado que el muchacho era profesor de Educación Física. Las pocas veces que se cruzaron, él siempre vestía ropas de gimnasia. Nunca lo había visto tan elegante como hoy, de saco, jeans y zapatos. Se percató de lo azul de sus ojos al quedar expuesto a la nueva iluminación Led que había adoptado el consorcio para economizar gastos. Por un instante se creyó protagonista de la película Avatar al sentir que su cuerpo se iba tiñendo de azul a medida que él con su mirada la recorría de arriba a abajo. El “Hola” la sacó del trance fílmico. Le descubrió una sonrisita cómplice cuando después de llegar hasta sus pies, los ojos del atleta se detuvieron en el bolsillo donde se escapaba la punta del sobre. Pasó demasiado cerca de ella y le dijo “Que tengas buenas noches” a centímetros de su cuello. A María Eugenia ese movimiento y el tuteo del saludo le dieron la sensación de esconder una doble intención. El perfume varonil casi termina de convencerla. “¿Qué te está pasando?”, se interrogó y tardó en contestarse mientras se miraba en el espejo del ascensor. “Podrías ser la madre de ese chico” recriminándose los pocos años que le faltan para llegar a los cincuenta. Se ruborizó con solo pensarlo. “Un joven tan apuesto como él no se molestaría en perder tiempo con personas mayores como yo. Teniendo a mano a la chica rubia del 3roD o a la pelirroja del 2doA ¡¡ Solteras y esculturales!!”.
Antes que el ascensor la depositara en el 5to piso, aspiro lo poco que quedaba de la fragancia del atleta. Se consideró embriagada por el aroma, al tal punto que se sintió una adolescente volviendo del colegio con el sabor aún caliente del primer beso con el chico codiciado por todas.
“¿Será el personal training el que me escribió?”.
Apurada entra a su departamento para despojarse de todos los accesorios que le recuerdan su trajín laboral: la cartera; los zapatos de tacos altos; el abrigo; la chalina. Se despojará de los aromas a encierro de oficina y trasporte público cuando en minutos entregue su cuerpo a las cálidas aguas que le ofrecerá la ducha. Se descubrió sonriente y rejuvenecida al verse reflejada en el enorme espejo que cuelga de la pared principal del living. Con la maestría que suelen tener las mujeres de deshacerse del corpiño con la blusa puesta se sintió más liberada a los prejuicios mundanos en cuanto desenganchó los broches. Terminó de desandar el camino hacia la cocina para descongelar la cena. Mínima cena, por eso de las apariencias y del qué dirán.
En bata de baño y con la toalla anudada cubriendo el cabello terminó de mordisquear las últimas verduras grilladas que acompañaban a la hamburguesa bajas calorías. Se quedó con hambre, como todas las noches. Inconveniente subsanable cuando mirando la última y recomendada serie, ya tendida en la cama, abra el cajón de la mesa de luz y se abrace con su chocolate al 70% de cacao, compañero incondicional de noches desveladas.
Mientras lleva los cacharros a la pileta de la cocina se repite para sus adentros “La limpieza ante todo”, el dicho que heredó de su madre. Una vez acondicionada la vajilla, llega el turno de ordenar lo que quedó desparramado en el living. Cartera y abrigo que volverá a usar mañana, en el perchero. Al volver del dormitorio donde acomodó los zapatos y la chalina recordó los impuestos a pagar. Notó que se estaba haciendo la superada al querer ignorar que en el bolsillo del abrigo hay algo mucho más picante que los valores impositivos. Decidida coloca el sobre en la mesa. Lo estudia a la distancia. Se acerca a centímetros para tratar de percibir algún indicio que le indique su procedencia.
Suena el portero eléctrico. El sobresalto casi la paraliza. “¿Quién podrá ser a estas horas?” preocupada levanta el auricular. “¿Hola?” pregunta. “María Eugenia, discúlpame que te moleste, soy Saúl tu vecino del 5toD. Mirá debo haber perdido la llave ¿Serías tan amble de bajar a abrirme la puerta, por favor?
Duda, pero no puede negarse. Al doctor del edificio hay que tratarlo con cortesía. Una nunca sabe, aunque su especialidad sea la pediatría. Le dice que la espere porque no está presentable. “Vos siempre estás espléndida, Euge”, fueron las palabras que le encendieron las mejillas. ¿Cuánto hace que no escuchaba su segundo nombre apocopado en acento masculino? A las apuras se puso unas calzas y un buzo. Descolgó el abrigo del perchero y salió corriendo para apoderarse del ascensor. El doctor Saúl es un sesentón bien plantado. Tanto física como intelectualmente. Más de una se le insinuó cuando enviudó hace un par de años, según cuentan las chismosas. Viviendo puerta por medio, mucho no lo conoce. Lo habrá tratado un par de veces y hasta diría que fue solamente en reuniones de consorcio. “¿Por qué dice que estoy siempre espléndida? ¿Me estará observando sin que me dé cuenta?”. A medida que se reduce la altura en el viaje hacia la planta baja, se amplía la posibilidad de un nuevo pretendiente.
Al abrirse la puerta del ascensor se encuentra con la fisonomía pulcra del doctor que con una sonrisa galanesca le ofrece una disculpa: “Perdón. Perdón María. Vas a pensar que te estoy cargando, pero justo salía Horacio y no me dio tiempo a avisarte que no hacía falta que bajes”. Otra vez sintió un cosquilleo al escuchar “María”, aunque íntimamente ella esperaba otro “Euge”. Maldijo para sus adentros a Horacio. El encargado del edificio le había arrebatado la posibilidad de recorrer casi todo el largo del pasillo, con el doctor caminando a su lado.
“¿Me permite acompañarla?” protocolar le susurró casi al oído con sonrisa seductora y pulsó el 5 en cuanto quedaron solos en el pequeño espacio. Otra vez un perfume masculino la confundía. Éste era diferente al del atleta. Tenía notas de lavanda que no lo hacía tan prepotente como el otro. Le daba igual. Estuvo a punto de proponerle extender el viaje hasta la terraza. Pensó en pedirle que le hiciera una receta de algún calmante, fingiendo un malestar, para cotejar la letra con la del sobre. “No va a funcionar. Supongo que los médicos tienen una letra profesional y otra para mandar cartas” especuló.
Ella, cerca de él, no puede dejar de advertir que el traje gris está al tono con el brillo de sus canas. Notó que el doctor se dio cuenta que era examinado de reojo. Cuando estaba por hacer un comentario infantil para salir del paso, Saúl sacó de uno de los bolsillos del saco un manojo de llaves. “No lo puedo creer ¿mirá dónde estaban las perdidas? Las busqué con cuidado y jamás se dejaron encontrar”. A María Eugenia le pareció una excusa mucho más infantil a lo que ella iba a comentar. “Esto es para vos. Por tu amabilidad” le dice el médico, ofreciéndole un chocolate que sacó de otro bolsillo. “En realidad es un regalito que me hizo hoy uno de mis pequeños pacientes”. El sonido del ascensor anunciando el fin del viaje ahogó el “Gracias”. Al llegar a su puerta María Eugenia se despide de Saúl con un “Hasta mañana” y él con caballerosidad le da un beso en la mejilla con un “Y otra vez gracias”. Al cerrar la puerta aproxima su oído para escuchar el ruido de las llaves del doctor al abrir la suya.
¿Será el pediatra el que me escribe?
“Un café. Necesito un café” se ordena al mirar el sobre apoyado en la mesa. “¿Quién de los dos será el que me escribe?” se pregunta dando a entender que ya no hay más pretendientes disponibles.
La taza humeante es testigo del misterio a develar. Se le confunden los perfumes y las voces. Con nervios desgarra uno de los bordes, libera el papel y sin poder descubrir quien tiene esa letra pareja y manuscrita, comienza a leer:
“Hola María Eugenia. Te escribo para liberar tensiones. Me hubiese sido más práctico llamarte al celular, pero así de este modo, evitamos que haya terceros que se inmiscuyan en esto. Además es algo personal que solo quiero que vos lo sepas (confundida sorbió café) Realmente no sé por dónde empezar. Creo que esto es algo que yo no busqué pero aquí está. Es algo irrefrenable (acusó la diferencia de edad. Tanto la que le lleva al gimnasta como la que le falta para equiparar a la del doctor) Desde hace tiempo me siento inmensamente feliz. Nuestros cruces en el ascensor (pensó en el muchachito) se hacen cada vez más intensos. Y al coincidir en la puerta de entrada o en los pasillos (ahora en el galán maduro) le dan a mi vida un giro adolescente ¿No sé qué hacer María Eugenia? ¿Me entrego a la pasión descontrolada sin importar el qué dirán? (relacionó músculos enamorados) ¿O renunció a volver a ser feliz? (asoció experiencia amatoria). Que se vaya todo al diablo, se le escapó en un grito silencioso. Para no hacerte perder más tiempo te cuento que estoy totalmente enamorada (se empieza a confundir ¡Enamorada! Una mujer enamorada de mí) Estoy perdidamente enamorada de dos hombres tan distintos uno al otro (más confundida aún) El profesor de Educación Física y el Pediatra ¿me podés creer? No es nada en concreto aún. Yo creo que algo hay. Intuyo insinuaciones. Uno de ellos me dijo Reny y se me aflojaron todos los elásticos (recién cae en la cuenta que la que escribe es Renata, la vecina del 1roA) ¿Que hago amiga que me aconsejas?
“Suicidate. Convertite en monja siberiana y si no las hay, invéntate el diploma y desaparecé de la faz de la tierra. Declarate ultra vegana vegetariana y no te acerques a nada que contenga propiedades cárnicas” pensó en voz alta. Pero se arrepintió. Estrujó el papel. Renata tan divorciada y soltera como ella, tan renuente como ella a ser parte de la vidriera de promiscuas redes sociales no merece un insulto. Hay que proteger el género. Necesita que alguien la aconseje. Bajará hasta el 1er piso, tocará el timbre del departamento A y le dirá a Renata mientras le regala el chocolate pediátrico que todos los hombres son iguales…
José Pepe Juliá
Los Cuentos de Pepe 2019
LobosMagazine LM™
“…Y juras otra vez que no quieres volver
A despertar muerta de sed
Y con un puñal hundido en el pecho
Es de noche y con un hilo de voz
Me preguntarás qué día es hoy
Y querrás volver, Miss Carrusel
Para deshacer lo hecho
Y te prometo que si te vuelvo a ver
Tan hundida trataré de hacer
Lo imposible por ponerte una sonrisa
Pero una vez más desaparecerás
Y aunque alguien se pueda extrañar
Yo sabré entender, Miss Carrusel
Sabré entender tus prisas…”
LobosMagazine 2019 LM™
EDITOR: JOSÉ LUIS SAN ROMÁN