Lobos mi Pueblo 217 Años. San Salvador de Lobos, tal su nombre.
El 2 de junio de 1802 José Salgado inicia los trabajos de un oratorio de paja y barro, dedicado a Nuestra Señora del Carmen, quedando inaugurada la Capilla en junio de 1803, Curato que pertenecía entonces a la Parroquia de Morón; y ya a partir de ese hecho algunas familias se empiezan a afincar junto al camino, por entonces “El Camino de Las Carretas” y se hace necesaria la delimitación de una traza para el pueblo.
Y es cuando hacia 1804 Don Ramón de Urquiola y el Cura Párroco José García Miranda, solicitan al Virrey una Traza del Pueblo de San Salvador de Lobos, lográndose esto en el año 1811.
Lobos mi Pueblo
San Salvador de Lobos, tal su nombre
En mi pueblo siempre hubo buena gente, como en todos; sin embargo, no hay ninguna calle plaza o monumento que los honre, más que en el cementerio. Posiblemente ni los mejores pasaron de “notable” ni los peores fueran tan pésimos que merecieran repulsa total.
Cuando se hace mención del pasado siempre se nombra en principio lo grande; lo hermoso como una puesta de sol o lo inteligente como el discurso de aquel señor gordo o de las pequeñas cosas nadie se acuerda y por eso yo en este momento voy a mencionar algún pequeño aunque no en el sentido físico, sino de eso que existe y todo el mundo ve sin darle importancia, aunque reflexionando a fondo…. la tiene.
He dudado mucho, muchísimo en escribir esto y publicarlo, sobre todo por sus connotaciones personales, pero pienso que es bueno expresar el cariño y los recuerdos que tengo. Que no todo debería ser solemne, que muchas cosas, estoy seguro la sienten muchos, muchos, muchísimos, en infinitas vivencias e historias, pero todas iguales al fin. Donde empezó todo, la vida, la luz, los primeros llantos, las primeras sonrisas, las caricias y el calor del nido.
Uno, en la maleta de la vida guarda recuerdos, sentimientos, vivencias y huellas que el paso del tiempo no ha logrado arrancar y que forman parte de un eterno presente adherido durante toda la existencia.
Recuerdos, golpes de memoria, flashes, sensaciones me hacen volver al encuentro conmigo mismo y que en las idas y venidas y desplazamientos por el pueblo, a veces no con toda la intensidad que uno pretendería o le gustaría, compruebo que todo cambia y que nada cambia. Apenas cambia el paisaje que no cambia, los árboles algunos antiguos que han crecido y mucho, algunos puntos de referencia materiales que ya no están. Y hace que sea fuerte la evidencia que el tiempo de la naturaleza es más sabio y con cierto ritmo que el tiempo de las personas.
Por cualquiera de los puntos que llegamos, vamos divisando los caseríos de las zonas rurales cercanas, y en el horizonte apenas las siluetas de algunos edificios de nuevos tiempos, a modo de vigías, invitando a cualquiera a adentrarse por sus calles. Casas que hablan de historia, también, como expertos en la materia, testigos de pasados lejanos, pasados muy presentes, cercanos. Casas, muchas que cayeron en el olvido, las que quedan, desoladas algunas, rescatadas otras; casas, muchas otras, que hablan de trabajo, esfuerzo, sencillez, austeridad y sacrificios, pero siempre hacia adelante.
Imborrable recuerdo, la Escuela, en la esquina de Rivadavia en su cruce con la calle Hiriart, imponente como la proa de un barco, tal vez ahora no tanto, pero cuando uno es un niño era gigantesca su imagen y presencia. Y en el tiempo, aquello sí que era una enseñanza personalizada y una atención natural a lo que era la diversidad entonces; (sin el ideologismo inconducente de hoy). Maestras entregadas a su vocación que hacían posible esa tarea nada fácil. Un recuerdo especial a todas, sus nombres aún están intactos en mi memoria.
Nuestros juegos de entonces, nada que ver con los actuales; lógico y natural. La fiestas del pueblo, todas las de entonces.
Veranos fugaces, como son los veranos de la niñez, donde el canto de las ranas y los grillos era caso una constante; atardeceres de esos veranos donde a veces irrumpían tormentas inesperadas, con sus truenos que rugían y las luces de las descargas de la atmósfera… del cielo, y después, el arco iris , en los minutos finales del atardecer y el olor intenso de la tierra mojada, creaban atmósferas y espectáculos difíciles de olvidar.
Y venían los carnavales que rompían la monotonía del fin del verano, y venían los disfraces sacados de baúles y arcones, vaya uno a saber su origen, disfraces, que chicos y grandes lucían, maravillas de maravillas, pintados caras, labios, uñas y todo lo que se pudiera exhibir.
Y así pronto se esfumaban los calores y también llegaban los primeros fríos del otoño camino al invierno. Todo era distinto, todo cambiaba, hasta el azul de los cielos del invierno era más profundo que en verano, las estrellas brillaban más fuerte, como un manto blanco se cubría todo, pueblo y paisaje, amaneceres y días perfectos casi, limpios, inmaculados. Fríos intensos que entonces, parecía que nos calaban hasta los huesos, camino de la escuela; gorros y bufandas tejidos a mano, con ese olor que aún hoy está en la memoria, el de la lana real, con olor a lana. Improvisadas pistas de patinaje en el agua congelada, escarchada en los cruces de calles, en los charcos inmóviles de hielo en los bajos de los cordones de la vereda, que a veces se juntaban con la siguiente helada. Calles casi desiertas en esos finales de las tardes, casi solitarias, con olor a leña en el aire, a leña quemada de estufas, hogares en torno a ellas, llenos de calor humano, noches donde como si de otras clases se tratase, íbamos aprendiendo de la sabiduría de nuestros mayores. Y en el exterior, afuera, la oscuridad de la noche y el silencio creaban una misteriosa atmósfera para nosotros, sólo interrumpida por algunas estrellas fugaces, por el rumor o ruidos sordos de gente que volvía a sus casas.
Y la ansiedad de la primavera que tardaba en llegar, como siempre, donde poco a poco todo iba cambiando de color. Con algunos ciruelos que florecían siendo agosto y con frío, también con ansias de primavera. Hasta que llegaba y todo volvía a cambiar, otra vez.
Cada vez entrando, cada vez saliendo y siempre llegando, cada vez mirando arriba, al cielo de entonces, a las estrellas de entonces y a las nubes en esas noches cerradas, igual que entonces, tal vez igual que cuando era apenas un grupo de ranchos alrededor de la plaza principal, y de la iglesia, un sueño de entonces, tal vez anticipando el último malón. Siento la memoria y la huella de otros tiempos y me encuentro con los amigos de la infancia y adolescencia, de la vida, y fantaseamos y soñamos, y sueño desesperadamente, porque los sueños, porque el sueño es lo último que se pierde. Golpe a golpe, se hace camino al andar.
Este es mi sencillo homenaje a los pioneros fundadores en los inicios de la Nación.
“… para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que habitan este suelo…”
A los españoles, italianos, ingleses e irlandeses, alemanes, portugueses, y más…mucho más que han sido la base de esta comunidad.
A los que día a día con su esfuerzo, conocimiento, su fe, su trabajo y su producción siguen adelante.
José Luis San Román
Editor Director Lobos Magazine
San Salvador de Lobos 2 de Junio de 2019
Todo pasa y todo queda,
pero lo nuestro es pasar…
Hace algún tiempo en ese lugar
donde hoy los bosques se visten de espinos
se oyó la voz de un poeta gritar:
“Caminante no hay camino,
se hace camino al andar...”
Golpe a golpe, verso a verso...
“Caminante no hay camino,
se hace camino al andar...”
LobosMagazine 2019 LM™
EDITOR: JOSÉ LUIS SAN ROMÁN
San Salvador de Lobos – Buenos Aires – Argentina