Los hechos que en su momento pasaron desapercibidos toman cuerpo y peso. Tan solo por el hecho de tener enfrente a la acusada. Sentada en su propia silla, como si estuviera en el banquillo de los acusados.
Y un buen día, de repente, sin entender, te conviertes en lo que todos ven sin ver, y creen ver lo que ven con sus oídos, creen pensar lo que piensan razonando apenas con el aparato digestivo y sus complejas vías de circulación… Y ese día que parece que surge así de repente, sin aparente indicio o señal, sin golpear la puerta, y así de golpe, al doblar la esquina la calle no es calle, sólo un callejón sin salida, cerrado, como un único mundo; y la pared de ese callejón ciego, cerrado, será donde se estrellen oportunidades importantes, sentimientos, posibilidades, ideas, anhelos, memoria, que no se recuperarán nunca, jamás. ¿es esto parte de lo que significa estar vivo? ¿así nomás? ¿nadie es responsable de nada?...¿será así? Es como ir tirando libros en los estantes de la biblioteca y dejar que todo envejezca, así porque sí, sin saber leer, ni intentar aprender; las ventanas cerradas, el aire viciado, el agua podrida en el florero, no mirar, no escuchar, no ventilar y que entre aire. Cerrar los ojos y ya… Y cerrar los ojos e inventarse mundos no va a cambiar nada; nada va a esfumarse, así, por el solo hecho de no ver lo que está pasando; y de hecho, será aún peor cuando se quiera abrir los ojos la próxima vez. … sin culpas… ¿sin culpas? Cerrar los ojos, taparse los oídos, deseando que el tiempo se detenga… hay momentos en que no basta con no hacer lo incorrecto…tal vez. – DEL EDITOR -
Lucrecia Puta
José Pepe Juliá
A la vieja la habían sentado en una silla que a las apuradas trajeron de su propio comedor antes que, en un principio de desmayo, se pudiera golpear contra las baldosas de la vereda. La escoba con que barre el frente de su casa tirada cuan larga es, no tuvo esa atención. Yacía como esperando que alguien se apiade de ella y la apoyara contra las rejas. Lucrecia se sentía incómoda a la vista de todos. Demasiada exposición a la cual no estaba acostumbrada. A los vecinos y parientes indignados por la profanación de la puerta de hierro negro que da acceso a la entrada al jardín de la casa se sumaron los transeúntes ocasionales.
En los diez minutos que tardó la autoridad en hacerse presente, las suposiciones fueron tan diversas como la cantidad de opinantes devenidos en detectives.
—Seguramente algún exalumno reprobado por Lucrecia—aventuró Lidia, la vecina de la derecha, sin tener en cuenta que Lucrecia llevaba más de veinte años gozando de la exigua jubilación docente.
—Yo vi que ayer el vendedor ambulante, el que vende medias, la insultó cuando Lucrecia le amagó asestarle un bolsazo cuando volvía del súper y se negó a comprarle— conjeturó Eladio el vecino de la izquierda, sin percatarse que el bandido vendedor no tendría el tiempo necesario para garabatear en plena mañana semejante insulto sin que a nadie le llamara la atención.
—Por el trazo de la letra es evidente que el que quiere defenestrar a mi hermana es un degenerado sexual— sin ponerse colorada Elvira, la más joven de las Rodríguez, próxima a cumplir sus primeros sesenta años, vaticinaba que el caso no era uno más de los tantos hechos vandálicos que se vienen adueñando de la serena y tranquila vida del barrio.
A todo esto, cada vez que Lucrecia escuchaba una conjetura, se esforzaba en querer desvanecerse sin poder alcanzar la pérdida del conocimiento. Su actuación no era muy convincente.
— ¿Qué pasó?— preguntó uno ajeno al barrio.
—La verdad, no sé — le contestaba otro tan forastero como él —Parece que la vieja es una mujer de vida ligera, bueno, así lo parece por lo que le escribieron en la puerta.
—Se lo tiene bien merecido ésta que se la da de superada. Seguramente alguno de sus examantes que no la soportó más. Por algo habrá sido—le decía Aurora por lo bajo a Mabel, representantes de los vecinos de la rama femenina de la otra cuadra.
—Desde que enviudó Lucrecia está como más liberada, te diste cuenta— le murmura Alicia a su cuñada. La tiene entre ceja y ceja porque en los años de juventud dicen que la maestra le birló un novio.
—Mirá como la vida pone las cosas en su lugar. Mosquita muerta la Lucrecia ¿Te acordás que se rumoreaba que ella fue la que salió a ventilar el supuesto amorío entre la nueva Directora de la escuela y el portero? Siempre sospeché que lo hizo porque no la eligieron a ella—afirmaba Olga, la vecina de enfrente, a una mujer parada al lado suyo sin siquiera saber quién era.
Cuando llegó el comisario en persona, ya que la damnificada es una estimable ciudadana que amerita ese trato, los espectadores se habían multiplicado atraídos por la sirena del patrullero. Con su presencia pesada y autoritaria el jefe policial ordenó “perimetrar el área” con la cinta blanca a rayas rojas para preservar pistas, como si la comisaría tuviera una “División Escena del Crimen” para actuar fehacientemente y en forma inmediata.
Paradojas de una docente jubilada. Habían utilizado como pizarrón el frente de su casa mancillándolo con la huella blanca que van dejando las tizas.
La reputación moral de Lucrecia pasaba desde su “inmaculada trayectoria de maestra de primaria” hasta “la casquivana y alegre vida nocturna”, que suponen debe haber tenido, según el grado de proximidad o de desapego que la persona opinante tiene con la involucrada en el hecho. Involuntariamente y sin que nadie lo organizara, se fueron agrupando, acá unos, allá otros.
Y los hechos que en su momento pasaron desapercibidos toman cuerpo y peso. Tan solo por el hecho de tener enfrente a la acusada. Sentada en su propia silla, como si estuviera en el banquillo de los acusados. Como si el frente de su propia casa fuese la Sala de la Corte donde va a ser juzgada por un Gran Jurado que olvida sus pecados y miserias sintiéndose a salvo en el anonimato.
En cuanto el Comisario, con su voz enérgica y profesional pidió dos testigos para firmar el acta, empezaron a desinflarse las ínfulas de opinión. A desaparecer la ambigüedad de las suposiciones. Se fueron yendo. Los vecinos, los parientes, los foráneos…
Jorgito, el hijo de los vecinos de la esquina, pensó que a lo mejor Doña Lucrecia le hubiese devuelto la pelota que ayer cayó en su jardín sino le deshojaba las margaritas tan cuidadas por ella. Maldijo al vendedor de medias que hoy apareció de improviso y no le permitió finalizar la misión que había empezado entre enojado y dubitativo.
Al ir quedándose solo, también emprendió la retirada. No sea cosa que los policías descubrieran en sus dedos los restos delatores que dejan las tizas.
Pensó que si hubiese podido completar la frase como tenía pensado no se hubiese armado tanto lío. Le faltó agregar “QUE TE PARIÓ” a la versión inconclusa.
José Pepe Juliá
Los Cuentos de Pepe 2019
“Soy otro pollo en el corral.
Alguien tendrá la culpa.
Este es el orden natural.
Alguien tendrá la culpa.
Aquí se trata de estirar el cuello.
Alguien tendrá la culpa.
Si se aplasta a uno que otro polluelo.
Alguien tendrá la culpa.
Detrás de cada pared hay una vida oculta.
Por si alguien llega a saber,
también una disculpa,
la conciencia que indulta.
Alguien tendrá la culpa.
Que no miren mucho al cielo.
Alguien tendrá la culpa…”
LobosMagazine 2019 LM™
EDITOR. JOSÉ LUIS SAN ROMÁN