Él pasó a su lado pero no la vio. Ella si lo vio. Él seguía hablando por teléfono. Él se congeló como todos los parroquianos ante el grito. Él se acercó, ella también. Él la abrazó y la besaba. Ella también lo besaba.
Una simple Historia de Amor
Él iba a la colonia del Fitti Ferro en bicicleta con tres amigos. Ella dio una vuelta a la manzana para probar la bicicleta que le dejaron los Reyes Magos. Su floreado vestidito, fue atrapado por la cadena, enrollándose en la estrella, y cayó. El vio el accidente y siguió su marcha. En la esquina volvió la mirada y ella estaba tirada en el piso, llorando. El giro en “U” y a sus amigos les dijo que siguieran. Dejó su bici en el cordón y se inclinó para auxiliarla. Ella dejó de llorar. El sin querer rozó su pelo por su cara. El con paciencia destrabó su prenda. Ella liberada, lo miró y se fue sin decir una palabra. Él se encogió de hombros y la vio irse tranquila. Él tenía 10. Ella 8. Ella esa noche soñó con él.
Él entró con los chicos del barrio, al baile infantil en el Lobos Athletic Club. El señor Alejandro hablaba en el escenario. Los Náufragos sonaban en los parlantes. La pista estaba llena de parejitas bailando. Él se encontró con el Rodo, un amigo del colegio. Se fumaron un Benson. Él mientras comentaba que se terminaba el verano, observó que ya no había muchas chicas para bailar. Las del barrio eran muy niñas y fuleras. Caminaron alrededor de la pista y de pronto quedó congelado. Ella desde que entró lo siguió con la mirada. Ella quería que él la viera. Él la vio. Ella le sonrió. Él se acercó y la invitó a bailar. “Un beso y una flor” fue el tema. Él puso sus manos en su cadera. Ella puso sus manos en su hombro. Él preguntaba. Ella contestaba. Ella le mostró la marca de su caída de la bici. Él sonrió. Ella le dijo -gracias-. Él le dijo -¿querés ser mi novia?-. Ella dijo –SI-. Él tenía 13. Ella 11.
*
El grupo comentaba donde irían a estudiar. Era Septiembre y faltaba poco para terminar el secundario. La mayoría de los chicos se fueron a bailar con sus novias. Quedaron los únicos dos que andaban solteros disfrutando un buen whisky. Iban a distintos colegios. Los dos tenían una lista muy grande de novias y amantes. Eran facheros, deportistas y buenas personas. La adolescencia era un tren bala y no daba tiempo para quedarse en una estación. Hablaban de un descanso, de gozar un poco de soledad. Lleno total en el boliche. Charlaban sobre la baranda que daba a la pista. Pelo largo. Camisa ajustada. Ella apareció entre la gente y les dijo -¡hola!-. Él se sorprendió, sintió que el corazón explotaría. Ella era compañera de su amigo. Él hacía mucho tiempo que no la veía. Ella después de algunos años volvió de Mendoza. Ella vino a terminar el secundario. Él no podía controlar sus palabras. Ella dijo –que ganas de bailar tengo- , su amigo la llevó a bailar. Él quedó petrificado. Ella apareció sola cuando terminó la canción. Él le pregunto-¿qué te pasó?- Ella le dijo -me cansé-. Sonaba “Sacrifice”. Ella dijo -quiero bailar-. Bailaron. Él la abrazó muy fuerte. Ella gimió. Él la besó. Ella sangraba de sus labios. Él tuvo una erección. Ella mojó su ropa interior. Hicieron el amor a orillas del río iluminados por la luna. Él tenía 18. Ella 16.
*
Dejaron los caballos pastando y recostados en la gramilla. Debajo de un sauce, tuvieron sexo. Ella contemplaba su rostro. Él se quedó dormido boca arriba. Ella se asustó de tanto que le gustaba. Él despertó y al abrir sus ojos, también se asustó; vio como un ángel lo observaba. Él se fue a Buenos Aires a estudiar. Ella en el pueblo, a terminar el secundario. Él la extrañaba. Ella lo amaba. Ella también fue a Buenos Aires al año siguiente. Compartieron todo. Él vivía con dos amigos. Ella con su prima. Él se fue a vivir a una quinta en Castelar. Él volvió a la Capital con otro amigo. Ella tenía proyectos. Él no. Ella era una excelente estudiante. Él no. Ella se acostaba temprano para ir a trabajar. Él se acostaba a las cuatro de la mañana. Ella lo amaba tanto que los desplantes se justificaban. Él estaba seguro de ella, y por eso se borraba. Ella empezó a llorar. Él cada vez, reía más. Ella le hacía regalos. Él se los regalaba a su amigo. Él la quería mucho, pero dejó de valorarla. Él solo hacia deportes y salir con su amigo. Ella empezó a tener dolores en el alma. Él tenía pajaritos en la cabeza. Ella se quedó sin lágrimas y lo dejó. Él se encogió de hombros y se fue sin decir una palabra. Ella se arrepintió y lo fue a buscar. Él seguía queriéndola, pero se sintió aliviado de cortar. Ella bajó del ascensor, toco timbre y la recibió una rubia semidesnuda “perdón, me equivoqué de piso” -dijo-. Él escuchó y sabía quién era y no pudo evitar su tristeza. Él tenía 21. Ella 19.
Su experiencia como militante en la juventud radical, lo ayudó a ser unos de los líderes del centro estudiantil. A pesar de ser una universidad privada, se formaría por primera vez la agrupación. Cansado de salidas y trasnochadas, decidió concentrarse en sus estudios. Trabajaba y jugaba en la 3° al fútbol en Arsenal de Sarandí. Fue uno de los elegidos dentro de las juventudes políticas el 16 de diciembre de 1982 para acompañar a la Multipartidaria, integrada por el Partido Justicialista (PJ), la Unión Cívica Radical (UCR), el Partido Intransigente (PI), el Partido Demócrata Cristiano (PDC), y el Movimiento de Integración y Desarrollo (MID). Facultad por la mañana, trabajo por la tarde, entrenamiento por la noche. Fines de semana con su novia de turno. Él estaba por recibirse. Ella ya estaba recibida. Él vivía solo. Ella vivía en Alemania. Él ya no la recordaba tanto. Ella siempre. Él se recibió. Ella lo llamó para que no se case. Él se casó. Ella creyó morir. Él solo pensaba en el futuro. Ella en el hermoso pasado. Él tenía éxito en su profesión. Ella también. Él tenía una camisa blanca pero el corazón negro, “de los que han decidido entregar su amor eterno a la persona perdida”. Ella tenía un vestido floreado pero gris. Él tenía 30. Ella 28.
*
El país explotó por los aires. Social, política y económicamente se tocó fondo. Cacerolazos, huelgas y saqueos. Corralito. Angustia generalizada. En la facultad le habían recomendado años atrás leer El Crash de 1929, de John Kennet Galbraith y luego de leído consideró que eso nunca ocurriría nuevamente.
Estaba totalmente agotado y estresado. Todos sus clientes a quienes asesoraba, estaban muy complicados. Se agregaban nuevos clientes a pesar de elevar mucho sus honorarios. Es decir le iba al revés que al país. Fue al médico y este le recomendó que baje un cambio. Dos de sus clientes sufrieron infartos. A pesar de reconsiderar el consejo de su médico, no podía evitar de calmarse. Se decía “el problema lo tienen ellos, no yo”. Pero así y todo, no tuvo crisis económica, sino anímicas. Terminó separándose de su mujer. Sin reproches. Sin gritos ni acusaciones. Solamente se apagó. La relación quedó como una gran amistad. Totalmente confundido, se fue a vivir solo. Logró un poco de paz. No lo distraía nada. Quedaba horas a oscuras y en silencio tratando de ubicar las piezas. Se percató que estaba casado con su profesión, tarea muy reconocida por los demás. Decidió no atender a varios de sus clientes. Se tomaría unos días y se iría a Lobos a poner sus cables a tierra. Extrañaba su sillón. Su cama. Sus hijos. Pero ya estaba decidido a no volver. Vuelto al pueblo y recluido en la quinta de sus padres, logró rápida tranquilidad. Se dedicó a refaccionar la casa, los árboles, la pileta. Los fines de semana venían sus hijos. Con ellos compró unos caballos y juntos realizaban largas cabalgatas. El país seguía en crisis, pero durante los últimos años pudo acumular buenas reservas. Viajaba a Buenos Aires solo los miércoles a asesorar a los pocos clientes que eligió. Llegó diciembre y se imaginaba unas fiestas duras, distintas, tristes. A pesar que estaban sus padres, hermanos y sobrinos, no iban a estar sus hijos. En el pueblo, todos sus amigos y conocidos, lo invitaban permanentemente a cenar o a eventos tipo ferias, kermeses, remates. También para participar en el partido radical, el club y de varias instituciones sociales. Se sentía rodeado, contenido, apreciado. Físicamente estaba perfecto, aunque seguía fumando, pero anímicamente estaba vacío, sin baterías. Tampoco era para llorar. ¿Tendría todavía el corazón negro? Él estacionó su auto para comprar cigarrillos. Ella no había vuelto más al pueblo. Él debía caminar una cuadra para ir al kiosco. Ella había aceptado por primera vez, ir a la comida de fin de año. Él contestó una llamada de su celular. Ella estaba sentada con ex-compañeros de la secundaria tomando algo en la vereda. Él pasó a su lado pero no la vio. Ella si lo vio. Él seguía hablando por teléfono. Ella gritó muy fuerte, como si hubiese visto al diablo llevando ambas manos a su boca. Él escuchó semejante grito y se dio vuelta. Ella se paró tirando su silla hacia atrás. Él se congeló como todos los parroquianos. Él se acercó sin colgar la llamada. Ella también se acercó. Él la abrazó y la besaba. Ella también lo besaba. Todos aplaudieron sonrientes, mientras del celular se escuchaba ¡HOLA!¡HOLAA!Él tenía 46. Ella 44.
*
Desnuda sobre la cama, disfrutaba como la leve brisa acariciaba su piel que la ventana entreabierta, dejaba entrar. Sus cuerpos transpirados retomaban su temperatura normal. Interminable noche de amor concluida por el amanecer. Caricias delicadas, manos inquietas recorrían dunas y jardines perfumados. Besos inspiradores generaban todo tipo de reacciones sensoriales. Placer y más placer. Extremidades que se contraían y se relajaban. Cuando sus genitales solicitaban más placer, solo quedaba la fusión. Todos los componentes de esos dos cuerpos quedaban paralizados, para poder generar un frenesí alocado. El ritmo desenfrenado provocaba placer y dolor al mismo tiempo. Explosión. Solo el grito de máximo éxtasis lograba calmar tremenda batalla de amor. Semejante experiencia era provocada no solo por la belleza de los cuerpos, sino por algo más involuntario como el amor puro. Era otoño. Poca gente caminando. Se sentaron en un banco de la plaza. Ella mirando el tenue sol. Él perpendicular a su izquierda miraba sus hermosos rasgos. Sus labios entreabiertos y húmedos. Su rostro relajado y en paz. Su mechón pendulante, lo invadía todo con su tenue perfume. Ella disfrutaba ser inspeccionada. Él llenó su vacío. Ella le devolvió el corazón negro. Él luego de ese encuentro supo que no quería perderla. Ella nunca había renunciado. Él le regaló un anillo. Ella se separó. Él les dijo la novedad a sus hijos. Ella no pudo tener hijos. Él tenía 55. Ella 53.
*
El invierno estaba siendo muy cruel. Ventisca y baja temperatura. El fuego del hogar muy activo, brindaba una agradable temperatura al ambiente. Cada uno tenía su escritorio en lados opuestos de la casa. Uno contenía muchos libros, varias botellas de whisky, cuadros con fotos y medallas, y obvio, cigarrillos escondidos. El otro estaba perfumado con flores y enredaderas. Muchas carpetas, cajas con más carpetas, papeles, libros de leyes. Cada uno tenía su notebook, su impresora, sus útiles y sobre todo sus recuerdos. La casa era tipo cabaña dentro de una hectárea. Pileta, huerta, frutales, gallinero, una colmena, horno de barro, jardín al frente, galpón y una pérgola cubierta con una enredadera de jazmín del aire. ¿Qué es estar enamorado? Primero es lo físico, esa mirada, ese tono de voz, esos labios, su postura, su sonrisa, su carcajada, sus modales. Luego el dialogo, duración del coloquio, su necesidad de hablar, su silencio, su imposición, su misterio, su léxico. Y comienza el contador mental, suma y resta, dejando al final del encuentro, un resultado. Un resultado que será la base para un nuevo encuentro, o el final abrupto. Luego se agregaría el pasado, que condiciona el presente. Y como siguiente ingrediente, el entorno individual. Todo será ira agregando en la licuadora de la vida. Padres, hermanos, primos, cuñados, concuñados, amigos, compañeros de trabajo, hijos, nietos, sobrinos, vecinos, etc. Cada nuevo ingrediente deberá mejorar el gusto del amor. Todo debe mantener su calidad. Cualquier ingrediente en mal estado, provocara una crisis. El recipiente que los contiene, debe mantenerse en orden. En definitiva se trata de querer tener parte de la otra persona. Que ese ser tan maravilloso, sea parte de tu vida. Es consumir tiempos juntos. Y por último, uno se enamora del intelecto del otro. Esto cubrirá como una coraza inviolable, todo el amor concebido. Ella se puso a cocinar y el puerro perfumó la casa. Él fue al galpón a buscar la azada. Ella mientras agregaba zanahorias, lo observaba desde la ventana de la cocina. Él comenzó a puntear la tierra de la huerta. Ella limpiaba el vidrio empañado para verlo. Él se agachó con la palita para sacar los yuyos. Ella fue a buscar la sal. Él de espaldas colocaba los nuevos almácigos. Ella paso nuevamente su palma sobre el vidrio. Él estaba caído, inmóvil. Él tenía 78. Ella 76.
Gustavo Mamón Contrera
Diciembre 2018
San Salvador de Lobos – Argentina
LobosMagazine 2018
EPILOGO
Pensaba, y agitaba con los dedos el hielo en el vaso de whisky mientras amanece, que no es la necesidad, sino la casualidad, la que está llena de encantos, y que si nada es casual, habrá casualidades no casuales. Que si el amor debe ser inolvidable, esas casualidades deben ir volando hacia él desde un primer momento. Sortear murallas. Y esas murallas me hacían pensar que los amores son como los imperios, que cuando desaparece la idea sobre la cual han sido construidos, perecen, sucumben también ellos. Pensaba en algo escuchado por ahí, que el amor no se manifiesta en el deseo de acostarse con alguien, sino en el deseo de dormir junto a alguien… tal vez sí… tal vez no. Pensaba en lo que decían una noche los amigos incansables en la barra del bar de siempre y sus filosóficos vuelos-scotch, “que la belleza es más que la justicia, que la belleza es más que la verdad, más real, más indudable y más alcanzable incluso. La belleza del amor decían. Y alzando sus últimos whiskys de la noche recitan a duo “Quien busque el infinito que cierre los ojos”… Y comprendí que no se puede huir de los recuerdos, que estamos rodeados por ellos, hasta el último aliento. – DEL EDITOR –
Hasta el Año Próximo!
Que se cumplan tus sueños y deseos!
LM™
“Hoy te escribo esta carta
porque siempre te quejabas
de que nunca te enviaba
cartas de amor…
Las cartas que no envías
solo son cartas marcadas,
te regalan una mano
pero nunca un corazón.
…casi mi amuleto de la suerte,
una firme barricada
lo eras todo para mi
Cartas de amor
Cuando ya no hay amor
Pero hay cosas en la vida
que son mucho más reales
que los ojos que las miran
Dime que fui para ti…”
LobosMagazine 2018
EDITOR: JOSÉ LUIS SAN ROMÁN