...y así fue, un tema de conversación en un "after office" con la participación de todos en la tarde prolongada de un viernes: "No existe la amistad entre un hombre y una mujer".
El bar de siempre estaba con toda la presión que para estos últimos días del año suelen estar los bares; los inseparables amigos de todos los días en la barra y sus acrobacias filosóficas como siempre al ritmo del scotch. Y con nosotros un nuevo integrante en nuestro puesto de observación, cerrando esta historia, en el último sábado del año. Y aprovechando las expansiones filosóficas de los dos amigos de la barra, se van disipando y acumulando en simultáneo un mar de dudas, “Porque nunca seremos capaces de saber con seguridad en qué medida las relaciones nuestras con los demás son producto de nuestros sentimientos, de amor, de desamor, de bondad o de maldad, entonces ¿hasta qué punto son el resultado de la relación de fuerzas existente entre ellos y nosotros?”. ¿Podemos decir que una satisfacción que se fuerza, se obliga a cubrir el sitio de otras satisfacciones, se convierte muy rápido en una satisfacción cansada? Miedos, inseguridades, fantasías acerca de lo real y lo irreal. “Él siempre se había sentido inseguro y eso hacía que era una dependencia servil de las personas con las que se relacionaba en la vida; siempre buscando en sus opiniones y miradas, con temor de intentar averiguar cómo era y cuánto valía para los otros.” Jugaba un juego que no sabía que estaba jugando y tampoco se daba cuenta que era un juego; ¿un juego del miedo?, tal vez. Siempre el miedo es a lo que está por venir. Un juego que oculta una falta de libertad para el ser humano; y también un juego resulta una trampa para el jugador… Un juego sin escape; donde el equipo no puede huir, ni tiene dónde; no puede el equipo huir del campo antes que se acabe el juego, de la misma forma que las piezas de ajedrez no pueden saltar al vacío…pero tal vez sí puede el hombre… tal vez. –DEL EDITOR -
Hasta el próximo miércoles
Por José Pepe Juliá
Sonó el timbre. Como todos los miércoles a las nueve y media de la noche. Sergio terminó de acomodar los cubiertos sobre las servilletas, reubicó la bandeja del delivery, corrió una de las copas y fue a abrir la puerta. Antes de girar el picaporte respiró hondo y apuró el trámite de bienvenida.
—¡¡Hola amor!!— con actuada entonación, ella le estampó un ruidoso beso que lo obligó casi a arrastrarla hacia el interior. Sergio no es de manifestarse en público y mucho menos con situaciones de cariño. Puertas adentro la desenfrenada atracción a la suavidad femenina de su piel tendrá merecida recompensa después de cenar.
Ella está espléndida, pero este miércoles su belleza se destaca aún más. Así la apreció Sergio al verla ocupar el lugar en la mesa. “Roberta es tan sofisticada como su nombre”, pensó.
Sergio nunca se animó a indagar el porqué de Roberta. Se le antoja imaginar que habrá sido por el frustrado intento de sus padres de engendrar un varón. Pero el esmero que pusieron al concebirla quedó demostrado en la preciosidad de mujer que tiene frente a él.
Sergio se enamoró en el mismo momento en que, justamente un miércoles, se la presentaron como la nueva integrante de la oficina. Si le preguntaran que fue lo que despertó ese amor instantáneo, él dirá que es el compendio de dulzura, delicadeza, mirada tímida, perfume etéreo y todas esas “virtualidades” que descubrimos los hombres cuando nos enamoramos perdidamente.
Llegó al extremo de convertirse en defensor acérrimo de su nueva compañera, desde un principio, al querer acallar las risas de los demás cuando alguien le preguntó el nombre. No es común llamarse Roberta. Y eso para Sergio la convirtió en única. La amistad se afianzó a medida que compartían tareas laborales y almuerzos rápidos en la plaza cercana. Precisamente ese fue tema de conversación en un “after oficce” con la participación de todos en la tarde prolongada de un viernes: “No existe la amistad entre un hombre y una mujer”. Concepto que Roberta no compartía. Sergio, muy a pesar suyo, la apoyó. Ramiro se explayó, como era su costumbre, aduciendo que una carga de hormonas femeninas al entretejerse con las hormonas masculinas se complementan para direccionarse hacia un solo fin: Sexo desenfrenado. Claudia argumentaba que ese era un pensamiento típicamente machista y que para las mujeres el hombre que asoma como amigo desde el inicio de una relación nunca pasará el umbral del “Te quiero como un hermano”. Agustín sostenía que si bien en un principio puede haber algo que podría llamarse amistad, tarde o temprano, alguno de los dos necesita algo más contundente que un beso en la mejilla o un abrazo sin apriete. Dadas las circunstancias Sergio jamás daría a conocer los pormenores de una relación con Roberta. Si es que la hubiera. Introvertido él, reservada ella, nadie se enteraría de un romance ni un minuto antes ni un beso después.
Ella sentada frente a él balanceando la copa, le ordena sin decir palabra que comience la función. Y corre el vino. Se desvanece el sushi. Desaparecen los frutos rojos. Se desinhiben los sentidos. La ceremonia de los miércoles vuelve a manifestarse. Con todos los detalles acordes al gusto de Roberta. Desde el equilibrio ensayado para sostener un nigiri con los indóciles palillos japoneses para depositarlo delicadamente en la boca de Roberta hasta el mordisco medido y eróticamente ejecutado en su hombro derecho. Desde la luz tenue de las velas hasta el color de las sábanas donde dan rienda suelta al desbocado artilugio de la seducción y el deseo se convierte en evidencia.
La sobremesa se hace estrecha. Ella es lo opuesto a la modosidad y castidad que vende en su andar por la oficina. En la intimidad del cuarto se transforma en prepotente pedigüeña de actos rayanos en la promiscuidad. Los sudores se fusionan descaradamente y las humedades se confunden en regiones clandestinas. El juego de amar y dejarse amar se hace explícito. Después del desborde, ella rompe el silencio con un “Me tengo que ir”. Se incorpora y se aleja. Él mirando el techo tratando de normalizar su respiración, ve como la penumbra pierde fuerzas al escabullirse por debajo de la puerta, la luz del baño. El cansancio dulce de su cuerpo confirma que el miércoles se evaporó hace un par de espasmos atrás. El ruido del agua estrellándose en la mampara le certifica que ella está lavando sus pecados. A los pocos minutos, envuelta en un toallón reaparece apurada y se viste desordenadamente.
—Tengo que seguir trabajando, amorcito ¿Tú lo sábes?— le dice ella.
—Sí. Ya lo sé. Lo tuyo está en el mismo lugar. Cerrá bien la puerta por favor.
—¡¡Hasta el próximo miércoles!!— se escucha después del taconeo hasta el mueble donde recoge un manojo de billetes y el cierre abrupto de la puerta de calle.
Mimí (o la Roberta de los miércoles) regresará en una semana.
José Pepe Juliá
Los Cuentos de Pepe 2018
Hasta el año próximo!
Que se cumplan sus deseos y sueños!
LM™
“Así que cuando nos dimos cuenta que no teníamos sentido,
bueno, dijiste que todavía podíamos ser amigos,
pero admitiré que me alegré de que se acabara.
Pero no tenías que cortar todos los lazos conmigo,
hacer como que nunca ha pasado,
y que no fuimos nada,
y ni siquiera necesito tu amor,
pero me tratas como a un extraño,
y eso resulta tan duro…”
LobosMagazine™ 2018
EDITOR: JOSÉ LUIS SAN ROMÁN