Tiene la misma sensación de incertidumbre de cuando le hizo esa confesión aquella vez... esa noche el mundo se le vino encima...
EPILOGO CAP 12
“Ella se sentía en un estado de incomodidad, sin poder definir si era por el clima o esa leve percepción que a veces se manifiesta en la piel, esa sensación de… como estar invitado a una fiesta de esas de compromiso formal y nada más. Como controlando el tiempo y dudar si ese tiempo es pérdida o inversión ganada. Que un fin de semana se pase así como así. Y como adicional, un enorme carrousel de trabajo, notas y reportajes acumulados para la revista; y que todos giraban en torno al mismo tema, que el feminismo esto o que el feminismo lo otro; y eso también la hacía saltar a un pensamiento que le rondaba la cabeza en paralelo, sin ser esa cosas de polos opuestos “feminismo-machismo”; pero… hay algo más no? Y fue como una luz: Sí los pollerudos!!! Nadie escribe de eso, no? Pero… vende?. Es medio tragicómico que “nuestra buena educación” sea una aliada de esa cosa policíaca mental no? Ese dedo acusador inculcado de “di la verdad!!!” y esa mochila permanente de “di la verdad!!!”. Dicen que el alma no es más que la actividad de la materia gris del cerebro; que hay una dualidad entre cuerpo y alma medio velada por términos científicos y dicen que podemos reírnos de ella como si fuera un prejuicio pasado de moda, si es que los prejuicios pasan de moda"-DEL EDITOR-
Cap. 13
Hola Carla, soy Luis…
José Pepe Juliá
Cuando intuye que algo va a pasar, generalmente ocurre. A Carla nunca le falla la intuición. Venía bien el día. Hasta que en su celular la luz que advierte quien es el que llama, la sumergió en la oscuridad que la invade cuando él quiere inmiscuirse en su vida. Era Luis, su “ex”.
Ella, desde la separación, cree que “ex” es la abreviación de excluido, expirado, exterminado. Luis aún no se ha hecho cargo de la situación. Le resulta difícil admitir que se ha cortado el vínculo amor-pareja. Carla reconoce que ella no es muy directa, al planteárselo con evasivas y no muy convincentemente.
El sabe que por más que Carla demore, lo va a atender.
—Hola Carla, soy Luis— antes que ella diga algo.
—Sí. Luis, ya lo sé ¿Qué necesitas?—molesta, pone límites.
El “ex” se los respetó. Sólo dijo: “Necesitamos hablar Carla. Te espero a la salida de tu trabajo en el café que está en la esquina” y cortó.
“¡¡Me cortó!!” Se dijo mientras a través de “Contactos” lo llamaba. Se felicitó por no haber borrado aún el número. Luis atendió enseguida.
—Sí, mi amor. Uh, perdón me dejé llevar.
— Luis, quiero ser afectuosa y amable con vos por lo que vivimos, pero cada vez que hablamos te tengo que aclarar siempre lo mismo. No tenemos la misma “ne-ce-si-dad” de conversar y ni borracha nos vemos en ese café, a la vista de todos. Así que olvidate y decime por el “celu” que queres.
Luis le insistió con el encuentro porque era algo fundamental para él ¿Qué tan importante sería? Eso la hizo dudar y Luis, que no es tan tonto como aparenta, se aprovechó agregándole una especie de llanto al pedirle por favor que se reunieran.
Las condiciones las puso Carla y se tienen que cumplir a rajatablas: Después del trabajo se encontrarán en el Bar Imperial, que está a mitad de camino de su casa (tendrá que bajarse dos estaciones antes). No podrá demorarse más de media hora (aunque sabe que Luis es demasiado lento para desarrollar sus argumentos). Esta situación no volverá a repetirse (ni ella se la cree). Todo lo que se diga en el bar, quedará en el bar (y se lo subraya, por el hecho de saber que los miércoles se cruzará con Carlos en el Club). Viendo los pros y las contras, se pregunta por qué no incluyó la de suspensión por lluvia al comprobar que una garúa molesta y pegajosa la estaba esperando a la salida del Subte.
“¿Tengo que contárselo a Carlos? ¿O no?”.
Apuró el paso para recorrer los cincuenta metros hasta llegar al bar. Luis ya la estaba esperando. Lo vio a través del vidrio del ventanal. Su sonrisa de niño, amplia y con signos inequívocos de autenticidad, la retrotrajeron hasta el primer encuentro entre ellos. Hace dos años y cuatro meses (no sabe justificar el porqué de la exactitud). Fue en un bar similar (todos los bares son iguales, pensó). Aquella vez era ella la que estaba sentada en la mesa que daba a la calle, repasando una de las dos materias que le faltaban para poder colgar el título de una buena vez. Luis se le apareció de golpe. Desde la vereda, con una garúa igual a la que la está humedeciendo (todas las garúas son idénticas), hizo como que se trastabillaba y quedaron frente a frente. Solamente el vidrio separaba su cara de susto con la mueca chiquilina de dientes expuestos y lo perdió de vista. Dos minutos más tarde una voz varonil y galante le dice: “¿Puede un vulgar caballero compartir la mesa con tan bella dama?” Antes que contestara, displicente se dio a conocer: “Hola Carla, soy Luis” y se sentó. Sorprendida, Carla pregunta de donde la conoce y él con todo el artilugio seductor: “Desde siempre” le responde, “Pero el rótulo en la carpeta fue el que me dijo tu nombre” (¿porqué recuerda tan fielmente palabra por palabra?).
“Tengo que tenerlo al tanto de esto a Carlos”. No se animó a encerrar el pensamiento entre signos de pregunta.
Por fin entró al bar sigilosamente. Como si se tratara de una cita clandestina (algo de eso tiene). Como si fuera el prólogo para perderse en un albergue fugitivo (no va a ocurrir ¿no va a ocurrir?). Lo saludó con menos efusión de la que entregó él.
—Una mesa más discreta no había ¿no?— incómoda, no termina de acomodarse. Colgó la cartera en el respaldo de la silla y en cuanto apoyó sobre la mesa las carpetas que traía del trabajo, los dos visualizaron “Carla” en el rótulo de la que estaba arriba. Más incómoda aún, la dio vuelta y descubrió una mueca de sonrisa en la boca de Luis. “¿Se acordará de la payasada que usó en el primer encuentro?”. Respiró profundamente para reacomodar su mente. “Te estás comportando como una adolescente excitada, Carla, por Dios”, se recriminó. “Ahora va a llorisquear con la nostalgia. Que intentemos una vez más. Que no me puede olvidar. Y yo me convertiré en la “verduga” de sus sentimientos. Y va a esperar hasta el segundo café, que será el último, para expulsar todo eso. Lo conozco bien. Yo me banqué su decisión. Y si bien fue un golpe para mí, lo venía intuyendo. Cada uno es responsable de sus acciones. No lo juzgo, pero tampoco lo perdono. Aunque yo también tengo algo de culpa”.
La voz firme de Luis la sacó de su internismo. Le dio a entender que la protagonista de este encuentro no era ella, sino él:
—Ante todo Carla tengo que agradecerte la paciencia y, en su momento, el amor que compartimos.
“Ahora viene el ruego de la reconciliación”, pensó Carla.
—Tu predisposición para aceptarme tal cual soy. Tu silencio para sostener mi secreto. Pero llegó el momento de sacarme la careta.
“¿Qué está queriendo decirme? ¿Vuelve a ser “él” o mantiene su postura?”, confundida lo mira a los ojos y ve al Luis del primer encuentro y al actual. Tiene la misma sensación de incertidumbre de cuando le hizo esa confesión aquella vez, en la intimidad que dan las sábanas. Esa noche el mundo se le vino encima. Lo recuerda como recuerda todo lo que vivió con Luis.
Hacía mucho que no estaban tan cerca el uno del otro. Sentados en un bar neutral, separados por un par de tazas de café y unidos por el tiempo en común.
—Carla, quiero que seas la primera en enterarte que he decidido salir del closet —directo, la sorprendió.
Ella, que muy en su interior había inocentemente abrigado la esperanza de “reivindicación varonil” por parte de Luis, se sintió vencida. Y no quiere admitir que su orgullo y su amor propio están mortalmente heridos.
—Yo te apoyo Luis. Pero desde que me revelaste tu inclinación, siempre creí que me usaste de pantalla. Y lo mío era amor Luis. Amor—se sorprendió por su sinceridad.
—Lo mío también era amor ¿Qué digo era? Es amor. Pero ya no podía más. No es fácil para esta sociedad aceptar ciertos desacomodos. Y hoy gracias a vos, en cierta medida, puedo ser lo que soy—Y manteniendo el humor ácido que siempre tuvo, cerró el comentario con un —Casi te canto una de Sandra Mihanovich— y le tomó la mano. Esta vez no logró arrancarle una sonrisa.
Se despidieron. Luis se fue dándole un beso con ruido en la mejilla. Ella le acarició la cara. A simple vista se deduce que la más afectada es Carla. Que decidió caminar la distancia que la separa del departamento y no ahogarse en la profundidad del Subte. La garúa persistente le serviría como excusa para darse un baño que se lleve no solo lo superficial, sino que arrastre lo que quede de Luis en su interior.
Esquivando charcos y paraguas, se sonrió al dudar si en algún momento de la relación, habrían alcanzado a practicar el lesbianismo.
“¿Cuándo se le despertó la ambigüedad sexual? ¿Hice algo para que eso ocurra? Si sabía que era para esto ni me hubiese molestado en ir”.
Quiso distraerse mirando a las apuradas las vidrieras. No pudo. Las últimas palabras de Luis antes de levantarse de la mesa, siguen revoloteando en su cabeza:
— Salir del closet era una de las noticias que tenía para darte. La otra, más que noticia, es un pedido Quiero que seas mi madrina de Bodas. Me caso el mes que viene con Gonzalo.
José Pepe Juliá
Los Cuentos de Pepe 2018
“cada dolor tiene un nombre
Y yo quiero conocer el tuyo
Se que al final de los tiempos me vas a doler…
Nunca tuvimos testigos
No tenemos ni una foto juntos
Es que el lente no registra gente como yo.
¿Qué me importa ser vampiro, si igual voy a enamorarme?
¿de qué sirve ser inmortal si no se puede morir de amor?
Ya no quiero ser un anormal
Cada historia tiene un donde y yo quiero recordarlo siempre
Algo de eso que sentimos me quiero llevar…”
LobosMagazine 2018
EDITOR: JOSÉ LUIS SAN ROMÁN