Otro vino y la sensación de libertad que dan las uvas cuando se descorcha una botella, ... ya han dejado de ser una sensación.
EPILOGO CAP 9
“Él seguía ensimismado, como perdido en el humo del cigarro. Culposo. Tampoco sin saber bien por qué. El amor que había entre él y Carla, lo sentía bien; pero también lo sentía algo fatigoso; con una sensación de que tenía que estar siempre ocultando algo, disfrazándolo, fingiendo, como obligado a demostrar sin interrupciones lo que sentía. Siendo acusado por sí mismo, por sus celos, por su sufrimiento, por sus sueños que no sabía bien que eran; siempre justificándose y disculpándose, aun sin decirlo. Sin darse cuenta, tal vez y llevado por una especie de sentido de la belleza, no podía evitar convertir cada acontecimiento casual en algún motivo que pasaría a formar parte de la composición de su vida, como si fuera una inspiración musical. Tal vez intuyendo que la mayoría de la gente, huye de sus penas hacia el futuro. Imaginándose en el correr del ese tiempo, siempre un paso, una línea más allá, donde sus penas actuales dejarán de existir.” – DEL EDITOR -
Cap 10
Carla, Carlos y jueves de SexShop
José Pepe Juliá
Para Carla este jueves se le hizo más largo que de costumbre. Mal dormida por las “pesadillas” de Carlos y por tener que reprogramar los temas del día. Nada mejor para ella que hacerlo mientras trata de conciliar el sueño la noche anterior.
Con los pensamientos puestos en la jornada laboral por venir, se despereza, se levanta, se lava la cara, se viste y se dispone a desayunar todo al mismo tiempo. Así es su ritmo de vida desde que tiene uso de razón. O sea, desde siempre. Al llegar a la cocina arranca de la heladera el papelito con la palabra escrita por Carlos hace apenas una hora atrás y lee: “Mamá”. Seguramente lo hizo en venganza a “Chicas” que escribió ella anoche antes de irse a dormir, haciendo referencia al encuentro nocturno que ellos tienen los jueves, cada uno por su lado. Carlos, fiel a la costumbre familiar, a última hora de la tarde dará el presente y se sentará en la mesa de su madre, viuda desde hace diez meses. Este jueves por el lado de Carla viene adornado por una invitación de Eugenia a la reinauguración del “Sex Shop” de una colega de la Facultad, que en vez de especializarse en la parte sicológica de la sexología se le dio por el lado material. La excusa es aprovechar la oportunidad para desarrollar temas referentes a la mujer y su sexualidad, que utilizarán en la demorada revista que tienen pensado editar el mes que viene. Terminarán cenando en casa de Olga como todos los jueves.
Trabajó la mañana sin sobresaltos extras. Ocupó la tarde en adelantar los trámites del viernes. La sorprendió la hora del retorno.
Las chicas se citaron en un Café, próximo al lugar a conocer, donde ni a Olga ni a ella se les hubiera ocurrido siquiera husmear en sus sombrías vidrieras. Eugenia será la guía turística que les irá mostrando el paisaje a conocer.
“La sexología tiene sus bemoles”, les inculca la Licenciada en el tema, ante la impaciencia de Olga por comenzar el recorrido. “Un Sex Shop no es para cualquiera. Aunque cualquiera pueda ir e interpretar de distinta manera el servicio que brinda”, se explaya Eugenia.
—Es un lugar donde nunca se me ocurriría ir — dice Olga mientras apura el resto de café.
—Es un lugar para ir acompañada por la pareja e intercambiar opiniones y fantasías— recomienda la Licenciada.
—Si le llego a pedir que me acompañe mi marido, me va a tratar de promiscua o lo que sería peor de insatisfecha.
—Hay que hablar el tema. Es lógico que se sorprenda con tu pedido. Ir de a poco. No es obscenidad, es crecer como pareja. No digo que todas necesiten imperiosamente artilugios externos. Pero que ayudan, ayudan.
Con la nerviosidad de Olga y la verborragia de Eugenia, la pasividad de Carla en la charla daba a entender que el tema mucho no le importaba. …serán sus días femeninosos...
Ante la insistencia de sus amigas Carla optó por no contradecirlas. Ella sabe lo que quiere y sabe cómo obtenerlo. Eso sí, dejó su punto de vista. “Chicas, a mí, o mejor dicho, a Carlos y a mí todavía no nos llegó el tiempo para buscar métodos extracorporales”.
— ¿Se lo preguntaste a Carlos?— la apuró Eugenia.
—No. Pero me imagino que si tuviera necesidades me lo diría.
—Chicas— dijo involucrando a Olga— Imaginar es bueno cuando se imagina en pareja. Pero si imaginamos en soledad tenemos un solo punto de vista.
—No sé ustedes pero yo ya quiero ir a recorrer las estanterías de esas extravagancias sexuales—cerró la conversación Olga, llamando al mozo.
Caminaron las dos cuadras que las distanciaban del local. El frente, sobrio y sin atisbos de lo que se vería en su interior, pasaría desapercibido si no fuera por el cartel en forma de corazón.
Las recibió Fernanda, la colega de Eugenia, con un: “Chicas se van a sorprender”. Algo que ya les había anticipado su amiga por la variedad y hasta el buen gusto de la presentación.
—Chicas este es un lugar para recorrerlo y aprovechar para reunir información para la revista— les dice Eugenia—Ábranse y déjense llevar. Esta no es una ciencia exacta. Ustedes deciden si lo toman o lo dejan pasar. Lo que está en juego es nada más y nada menos que un orgasmo para recordar y se los digo como la profesional que soy en el tema.
Olga se tomó a pecho el consejo y recorriendo minuciosamente con la vista la vitrina donde una exagerada cantidad de siliconados órganos masculinos mostraban distintas texturas, coloraciones y medidas, en un momento se dio vuelta y muy suelta de cuerpo les dijo: “Mi marido… ni parecido”.
Tomaron nota de la inmensa variedad de artículos para el recreo “En pareja o no”, como acotó la dueña del lugar al despedirlas mientras les acariciaba los pechos con una pluma de faisán.
Ya en casa de Olga, mientras tomaban un buen vino, decidieron que sería muy buena idea desarrollar una encuesta donde se les preguntara a las mujeres, mezcladas con cosas cotidianas, si les gusta ver películas porno. ¿Lo hacen solas o acompañadas? ¿Qué opinión tienen de la situación política actual? ¿Utilizarían como estimulantes penes de siliconas generalmente más grandes de los verdaderos que acostumbran usar? ¿Sabe cuánto cuesta un kilo de lechuga? ¿Sería infiel sin sentir culpas? A la segunda botella vacía, la encuesta se volvió más osada.
Dejaron de lado todo y se dedicaron a cenar. Otro vino y la sensación de libertad que dan las uvas cuando se descorcha una botella, dejó de ser sensación. Las sonrisas pasan a ser carcajadas. Los recatados modales y el vocabulario se desdibujan. Las tres están pasadas de copas. “En pedo”, grita Eugenia que desde la cocina viene trayendo el postre. Cuando Carla con su agudeza habitual, provocó un oasis de reflexión, cuando comentó: “Chicas, antes las muñecas inflables cuando las desinflaban se podían ocultar en una caja de zapatos. Ahora con estas humanoides de poliuretano tamaño natural, los tipos no tienen lugar donde esconderlas”. Olga, con la mirada etílicamente perdida deduce en voz alta que ella, al muñeco negro que vio expuesto en el Sex Shop, con toda su dimensión expandida al máximo, sería capaz de alquilarle un monoambiente clandestino. “Creo que me enamoré” cerró su comentario. Lo que provocó una de esas tentaciones de risa que obligan a correr al baño.
Carla volvió al departamento en taxi. Eugenia no era garantía de entrega segura.
Para Carlos el jueves no fue tan jovial. La cena semanal con su madre ya no tendrá la magia que tenía hasta hoy. La comida perfecta, como todo lo que cocina una madre. Los temas de conversación, si bien son siempre los mismos, tienen esa impronta de verse reflejado en los ojos de mamá. El aroma de café anticipando la despedida. El materno beso cachetudo en la puerta y el consabido: “Hasta el jueves, mi pimpollito”, cerrando el encuentro. Arrancó con el auto aún frio para acortar la despedida. La mano en alto contestando el saludo. Y a reencontrarse con Carla.
A los cien metros se dio cuenta que la caja con las pipas que su madre le había separado para que él recordara a su padre, como si hiciera falta, la había dejado apoyada en un sillón. Dio vuelta a la manzana para volver antes que su madre se acostara. Al doblar la última esquina, ve a su madre en la puerta de la casa recibiendo a un señor canoso. Y en el momento que estaciona, logra ver como la mano del desconocido se desliza veinte centímetros por debajo de la línea de la cintura de la mujer empujándola suavemente hacia adentro. No sabe qué le molestó más: Si el toqueteo o la risa quinceañera de su madre al cerrar la puerta. Le quedó la sensación que el engañado del jueves terminó siendo él.
José Pepe Juliá
Los Cuentos de Pepe 2018
“cerca del nuevo fin
Tabú, fuego y dolor
La selva se abrió a mis pies
Y por ti, tuve el valor
… de seguir
Al ánimo de brillar
La luz se adelantó
Trepando montañas fui
Y perdí la tentación…
Tabú..."
LobosMagazine 2018
EDITOR: JOSÉ LUIS SAN ROMÁN