La Novena Sinfonía de Beethoven se escuchaba suave, y el sereno andar del auto, daban una sensación de bienestar incomparable, ahhh !! cierro los ojos, El Himno de la Alegría... si existe Dios tiene que ver con esto... cierro los ojos
Baigorrita, Patuk Caramel y Beethoven
un Cuento de Mamón Contrera
El timbre del celular me sobresaltó, me estaba llamando el Dr. Córdoba, con quien hacia una hora había estado tomando un café en la estación de servicio de la rotonda de Junín.
Luego de haber estado con el abogado, cargué gasoil, revisé el aceite y el agua del coche, luego tomé la ruta 65 rumbo a 9 de Julio. Hacía mucho frio, pero el mediodía era soleado, ni nubes, ni resolana. Un día “peronista”. Después del cruce con la 229, la ruta estaba tranquila. Me sentía bien anímicamente, a pesar del pelotudo del hotel, que se hospedó a las dos de la mañana y se puso a charlar a los gritos, dentro de su habitación. Esto me puso de muy mal humor y me costó retomar el sueño.
Luego de hablar con el Dr. Córdoba, y ya a 30 kilómetros de trayecto, apagué la radio y puse un CD de la Novena Sinfonía de Beethoven. La suavidad de la música, más el sereno andar del auto, creó un ambiente de bienestar incomparable. El camino en su circuito no era para nada aburrido, ya que tenía continuas curvas en ambos sentido. A medida que avanzaba, comenzaban a aparecer suaves ondulaciones. La franja de pasto quemado por la helada, resaltaba sobre el azul oscuro de los pequeños bañados. La actividad de los animalitos silvestres era intensa, ya que de los camiones, cae permanentemente el cereal que transportan. Era tanto el reflejo del sol del mediodía, que hacia intenso el paisaje a pesar de ser invierno. Tanto bienestar general, fue provocando lentamente una modorra “in crescendo”. No quise cambiar la música. Me puse los anteojos de sol, para apaciguar tanto resplandor. Pero, el cuerpo se seguía relajando, quizás producto del pelotudo. Cuando ya había cambiado varias veces de posición, y después de abrir la ventanilla, la cual cerré rápidamente porque me cagaba de frío, tomé la decimocuarta decisión del día.
Decidí, alojarme en el paisaje. Al llegar a lo más alto de la loma, la ruta giraba a su izquierda y en bajada. Del lado derecho, salía un camino de tierra. A doscientos metros, había dos ligustros enormes. Detuve el coche en ese lugar. Tenía tiempo, ya que hasta la tres de la tarde no tenía la próxima entrevista. El solcito iba calentado el parabrisas, la variedad de colores ocres era espectacular, desde un amarillo mostaza a un gris contento. Campos rayados de verde. Un bañado aquí otro más allá. Y de fondo todavía sonaba Beethoven.
Los timbales, ¡BOM BOM BOM! reemplazaron a los suaves violines, pero de cualquier forma no despegue los parpados.
Me dije, cierro los ojos, vuelo en lindos recuerdos y duermo una siestita. El himno de la alegría…….ahhhhh que belleza. Si existe dios, algo tiene que ver con esta música. Me fui imaginando con los ojos cerrados, una casa en la punta de una montaña nevada. Viento. Observando por la ventana como danzan los copos de nieve. Un sillón. Un ventanal. En el hogar, el fuego chispeante. Una botella de coñac. Un Partagas. Y obvio de los obvios. Una compañía.
Y si. Me parece que me quede dormido.
Ruido feroz. Me sobresalté de manera infartarte. No sabía dónde estaba, que hora era y que es lo que produjo semejante estruendo. Veloz palpitación. Asombro. Temor.
Sentado al volante, veo pasar por delante del parabrisas, un tipo semidesnudo a caballo. Lo sigo por mi derecha. Pelo largo, duro, negro con vincha. Bota de potro y en su mano una lanza. Creí morir. Imprevistamente, un golpe parecido al que me despertó. Sobre el baúl. Otro tipo con un hacha partió la luneta trasera. Hizo el mismo recorrido que el primero. Instantáneamente también por detrás aparecen como cincuenta. Todos a caballo, a “pelo” con unas pieles como abrigo; rodearon mi vehículo.
¡MATANDO HUINCA CRISTIANU! Si no fuera por la realidad de los daños, pensaría que es una cargada. De unos locos que se mamaron en alguna jineteada. Pero no, eran indios de verdad. Gritaban descontrolados; mirada endiablada, ojos derramados, caía baba de sus bocas, por rabia, miedo o locura. Atropellaban con sus caballos el auto. Uno, saltó desde su caballo al techo y clavó su lanza desde arriba hacia abajo y la misma paso a centímetros de mi cabeza.
A pesar del frio, transpiraba intensamente y la verdad, me empecé a sentir mal. De un mazazo, rompieron el vidrio de la puerta; a los manotazos y de los pelos me sacaron del interior. No sé el tiempo transcurrido de gritos, golpes pero detrás del grupo de indios que iban y venían, había uno que observaba la agresión. El mismo, pegó un grito parecido al desuello de un chancho. En ese instante, todos se retiraron de mí alrededor. Tirado en el piso, sudado y ensangrentado, veía como un “pampa” muy alto, de barba blanca, tenía unas pulseras de metal, parecían abrazaderas, se acercaba junto con su caballo lentamente.
Mi nombre ser CAYUNAO MARQUEZ, ¡HUINCA MAL VISTO! ¡HUINCA BLANCO TRAIDOR!... (gritaba) ¡siendo ahora prisionero! Llevando a toldería y ser prisionero de CACIQUE MANUEL BAIGORRITA.
Escupiéndome, se retira también lentamente. Me quedé en el suelo casi sin respirar. Otro indio llamativo, se ponía en movimiento y se dirigía también hacia mí. Venía bien empilchado, seguro que en algún malón, había arrasado alguna tienda.
Ser mi nombre “MEDIA ROTA CHITADIN”, lenguaraz jefe de la toldería. Que uste, ha invadido nuestras tierras. Que uste amenaza con carreta extraña. Que uste es un “PATA BLANCA” del Fortín Federación. Que uste y el General Eduardo Ferreyra del fortín, prometieron aguardiente, mate, tabaco negro en rama, café, fideos Monte Lirio, achucar pa´gurises, oveja pa´ comer, choclo pa` mazamorra. Que uste y el general no cumplir su palabra. Que Cacique BAIGORRITA y Cacique PATUK CARAMEL, decidir matar a todo huinca blanco. Que uste amenazar nuestra toldería. Que nuestro pueblo tiene frio, hambre y uste ser llevado prisionero.
Al terminar de hablar, el lenguaraz también me escupe y se retira insultándome para ir junto al indio observador.
Otro “pampa” se baja del caballo y empieza a correr a pie, pero en sentido contrario al que me encontraba tirado. Cuando casi se perdía en el horizonte, da media vuelta y ahora sí venía en mi dirección. Habrá corrido quinientos metros de ida y otros tanto de vuelta. Pasa corriendo por mi costado y hace otros quinientos metros hacia el este. Pega la vuelta también corriendo. Y así se la pasó casi dos horas, yendo y viniendo. Los otros salvajes le gritaban….¡Correr Forest Pastorin, correr fuerte! Yahhhhhhh yahhhhhhhhh (gritaban). En una de sus pasadas junto a mí, se frenó y mirándome me dice…..PASTORIN cansado ¡haaaaaaj!.
FOREST PASTORIN, era otro lenguaraz del cacique y luego de repetirme todo lo mismo que el anterior, agregó -gustarme correr, ser lenguaraz segundo. Que uste es un MALANDRA. Que uste pagar sufrimiento de nuestro pueblo. Que uste pagar mentira del blanco. Que uste pagar la invasión a nuestra tierra. Que será llevado a toldería y ser estaqueado al sol pa´ que se seque como cuero. Que uste es raro-. Me escupió y se fue corriendo.
Empezaba a caer el sol, el frio era terrible. Hacía ya rato que habíamos emprendido la marcha rumbo a la toldería. El único que iba de a pie era yo. Bordeamos una laguna y en una loma, se nos agregaron otros indios, pero todos jovencitos. Se me acercaban y se reían de mi cara, señalándome la boca y nariz. ¡Huinca blanco, parecer bolas triste! A lo lejos, en la cañada, se veía una cantidad inmensa de toldos.
Al llegar a la misma, un indio con cara de loco, ojos verdes claros, muy robusto; me recibe. Y se presenta. Ser mi nombre GILES LINCOLEO MACHI, capitanejo de los caciques PATUK CARAMEL y BAIGORRITA. Que ser el mejor boleador de todas estas tierras, manejar las boleadoras con habilidad. Que bolear un ñandú con ojos cerrados. Que he matado muchos cristianu. Que ser el mejor lancero. Lanzo al agua y clavo de a seis pescao. Que ser el mejor cuchillero. Que ser el mejor cazador. Que ser mejor nadador. Que ser encargado de estaquear a huinca traidor.
Y así fue. Me agarró de los pelos y me llevaba arrastrando. No era tan alto, pero de gran contextura, tirando a gordo macizo. Tenía una cicatriz que impresionaba, de unos treinta centímetros a lo largo de su brazo. Y que maldita costumbre que tenían, cada uno de los que pasaba me escupía. Había un indio pelirrojo. Daba gracia, pelo duro como paja y todo colorado (CHEQUELAN CHURAZ). Se dedicaba a ir a Federación a espiar. Otro hablaba hasta los codos, perecía que contaba historias porque todos lo escuchaban en silencio y de golpe reían a carcajadas (“el mudo” CAIHUAN NACHO). Entre los que escuchaban había un gordo que fumaba chala, una tras otra, le decían CHONGO LEUCO. Había otro petizo, que cambiaba patacones por pesos (PIPI VERDEMIL). Estaba el que instruía a los lenguarazes, con su voz gruesa entonaba una canción, se llamaba LEVOCOY VITUCH. Uno alto, también medio colorado, me enteré que es el que diseña las tolderías, el arquitecto de la tribu, PAINE TOMASONY, nativo de los pagos de Junín. Otro petiso (MIKITOY MARTINÉ) era el espía de frontera. Los salvajes decían – el decir LA PALABRA de los ranqueles, tener el CUARTO PODER y dar los partes en VOZ ALTA. Llamaba la atención las vestimentas de estos indios. Ponchos elegantes y finos, con motivos pampas. En el trayecto vi a quien tejía esos hermosos atuendos, se llamaba PANCHO LABASTIDA EPUMER.
Y así fue, LINCOLEO MACHI, me está por estaquear. A orilla de la laguna. Junto con él andaban los gurises, corriendo y subiéndose a los arboles que sus ramas caían sobre las aguas. Eran varios y de todas las edades. De repente, uno de los indiecitos gritaba desesperado, señalando hacia el interior de la laguna. Gran alboroto, todos los pequeños ahora también señalando en el mismo sentido. LINCOLEO MACHI, como si hubiese visto al mismísimo diablo, comienza a encarar las aguas de la laguna. Se tiro de cabeza, y sí, tenía razón, la velocidad a la que nadaba, asombraba. La verdad no entendía nada. Luego de nadar unos metros, se sumerge y desaparece por unos minutos. De pronto como si fuese una ballena, al salir a la superficie, pega un grito aterrador, de miedo, de furia, de desesperación. En su mano, sostiene a un bebe. Era uno de sus hijos. Nadie lo observaba y solito se metió a la laguna. Aparentemente estaba ahogado.
Desmoronado, abrumado, observaba el cuerpo del niño, a orillas de la laguna. A lo lejos venían acercándose toda la indiada.
En ese instante, recordé como si fuese ayer, el curso de primeros auxilios, que hacía unos años había hecho. ¡LINCOLEO! Por favor déjeme intentar salvar a su hijo. No hay que perder tiempo. Sin pensarlo, me acerqué al bebe, tirado sobre el barro, ya medio violeta. LINCOLEO, estaba paralizado, no atinaba a nada. Los demás indios aun estaban lejos.
Salté sobre el bebe. Empecé a realizarle respiración boca a boca. Una y otra vez. Entre una sesión y otra, le presionaba su pechito (por favor, virgencita, tanto te rezan, hace algo por este angelito). Estaba tan impresionado con la situación, que parecía que el bebe era mío. Una y otra vez, y otra y otra y otra y otra. No daba más, ya estaba exhausto. Un sonido débil y de pronto un vomito de agua. Tos, y otra vez el bebe vomita agua. Llanto de las entrañas. Rojo como pimentón, los cachetes del bebe volvían a su tono. ¡El bebe estaba vivo! No lo podía creer. LINCOLEO MACHI, era ahora, un osito de peluche. Lagrimas de sus ojos brotaron. Su mujer, llego a los gritos, alertada por los demás gurises. Le arrebato al bebe agresivamente, pensando lo peor. Pero allí estaba el gurisito, sonriendo ahora. También se acercó una india blanca, rubia con bucles. Ella revisó al pequeño y asintió como que todo estaba bien. La mujer insultó a los gritos a LINCOLEO y a mí. La mirada del lenguaraz fue el primer gesto de amabilidad que encontré en este tiempo de locura. Me dice….. “mujer blanca con chuzas amarillas, ser ahora curandera de la toldería, preparar medicinas pá curar, ser cautiva, llamarse MALIHUEN GRA SASSIN. Su sonrisa compinche me tranquilizó. LINCOLEO MACHI se encogió de hombros y dijo en vos baja -“hacer bien salvamento los dos”-. Todos se retiraron del lugar y quedé sentado solo en el pasto, atado de manos.
Ya de noche, veía entre las luces de los fogones toda la familia de LINCOLEO reunida. Se escuchaban a los gurises gritar, e imitaban a su padre, como nadaba, y a mí, en mis gestos de salvataje. Luego de cada mímica, todos reían a las carcajadas. El bebe como si nada.
Tenía frio y hambre. De pronto se acercan dos personas. Venían hacia mí. Eran dos mujeres cada una sosteniendo unos cacharros. Se agachan. Y comienzan a darme de comer. No me desatan. Era como un puchero. Sabroso, gordo de grasa. Choclos. Carne dulzona. Una de las mujeres era la esposa de LINCOLEO. La otra era una belleza, ojos verdes como aceitunas, pelo negro trenzado. Las dos tenían un olor dulzón, como ahumado mezclado con el aroma de la comida. Ninguna emitía palabra. Pero era obvio que era un gesto de agradecimiento. Después de comer y beber agua, me tiraron un cuero para taparme. Se retiraron en silencio, aunque la trenzada, que iba atrás, se dio vuelta para mirarme y me clavo una sonrisa.
Me derrumbe del cansancio.
Recién amanecía. Me despierta el zambullido de LINCOLEO MACHI en las aguas de la laguna.
Este indio está loco, semejante frio y este bañándose. No solo se bañaba sino que cantaba.
Al salir del agua se sacudió como un perro. Y a ahí estaba esa tremenda cicatriz que cubría su antebrazo. Me miró y su sonrisa se borro de su cara. Y dijo…..
- Que sabio viejo de la tribu COCOLEO SEIJ aconsejar a caciques.
- Que los caciques, mandan a estaquearlo a los pajonales para ser comida é caranchos.
- Que los caciques quieren matar a todo huinca cristianu.
- Que LINCOLEO no ser malo.
- Que LINCOLEO es responsable de muerte de huinca blanco.
Y así fue. Estaqueado boca arriba, sobre el pajonal amarillento y húmedo de la mañana. LINCOLEO recitaba en mapuche y mirando el cielo se retiró sin saludar y sin escupirme.
Una gran angustia me invadía. Mi debilidad física, el frio y las heridas no eran tan dolorosas como mi soledad mental. Grité con todas mis fuerzas, queriendo desatarme o cortándome las muñecas, pero nada.
De pronto una invasión de hormigas me atacaron. Me picaban por todos lados. Que desesperación. Que picazón. Toda una tortura. Horas de ardor. Cada tanto me distraían las nubes, imaginando miles de figuras que pasaban a gran velocidad sobre el celeste del cielo. El grito de los teros, que tanto me agradaba, ahora me fastidiaba. Poco a poco fue pasando la mañana, la tarde. Y llego la noche. Me encontraba ya muy débil, deshidratado y hambriento. Que desoladora era la noche. La inmensidad del cielo, ahora oscuro. La oscuridad aterraba. El silencio. El final.
Ruido de ramas rotas. Del pajonal seco pisado. Será un cimarrón salvaje, que se acerca. Un jaguareté. Algún chancho salvaje. Las pocas fuerzas que me quedaban, se concentraron en mi oído. Cada vez más cerca. Por detrás de mi cabeza. Más cerca, más cerca. Ya detrás de mí, la punta de un puñal se desliza por mi cara. Es el brazo de una persona. No puedo ver quién es. El arma se posa sobre los tientos que sujetan mi muñeca y los cortan. Veo los brazos delgados y finos en un momento en que la luna se libera y allí estaba las más hermosas trenzas que jamás haya visto y ese perfume dulzón que me embriaga.
Como una serpiente desapareció entre los pastos.
Me liberé de mi otra mano. Luego de mis pies. Y ya parado, recobré fuerzas. En un bañado pude calmar mi sed. Camine un largo trecho y vi en el horizonte el resplandor de las fogatas. Era la toldería de BAIGORRITA y de PATUK CARAMEL. Luego de bordear la laguna ya sabía por dónde escapar. Tenía toda la noche para alejarme de la barbarie.
Perdí la cuenta las veces que me caí y me levante, pero tenía claro que no podía parar. La noche era mi aliada. Ya no sentía frio, ya no tenía sed, ya no tenía hambre.
Guiándome por mi instinto, llegué a la cañada y seguí su curso. Luego de cruzar la lomada caminé en línea recta en forma perpendicular y ahí estaba mi auto. Hecho pedazos. Lo habían dado vueltas. Me metí dentro para descansar y esperar que amaneciera. Me acomodé y me dormí.
Escucho voces, abro mis ojos muy lentamente, y personas delante de mí, deliberan. No puedo reconocer sus rostros. Veo nublado y borroso. Se sorprenden, me hablan, me besan, me abrazan. Estoy acostado, me duele mucho la cabeza. ¡Papa despertó! Vengan.
Mi mujer, mis cuatro hijos, Fernando, Andrea y otras personas que no conocía, me rodean y se sonríen, parecen estar contentos. ¿Que pasó? ¿Dónde estoy? En el hospital de Junín –me responden-
Querido, tuviste un accidente. Volcaste con el auto y te encontraron herido al costado de la ruta. El siniestro fue en una curva, parece según los peritos que te quedaste dormido. El auto no sirve más. Estas muy lastimado pero sin lesiones graves. Solamente van a ver unas heridas que están infectadas.
La verdad no entendía nada. ¿Me volví loco de repente? ¿Que es real? Ojala sea cierto que estoy en un hospital y no en la toldería.
¿Y LOS INDIOS? –pregunté. Todos se miraron levantando las cejas.
Este hombre necesita descansar- dijo la enfermera.
Cuando se retiraron todos, ya que se terminó la hora de visita. El silencio lo invadió todo. Sentí miedo. Me cayó la ficha. El post traumático. Ante tanta angustia, no aguanté y me largué a llorar. No sé cuánto tiempo, pero ya no tenía más lágrimas. Me fui tranquilizando de a poco. Quería ordenar semejante paranoia y evaluar que fue un desliz neurológico. No podía sacarme de la mente todos esos locos, todos esos olores (mezcla dulzona de humo, el sudor de los perros), todas esas mujeres bellas, todos esos niños felices, todos esos ancianos orgullosos, ese sabor de la carne yeguariza.
Por dios, que divague. ¿Que dicen? Que me quede dormido y volqué. ¿Y los pampas? ¿Y la toldería?
Me encontraba en terapia intermedia. Me dolía todo el cuerpo. A pesar del calmante no me podía relajar. Estaba histérico. No podía ubicar los tiempos y los hechos. Una enfermera muy dulce y jovencita vino a atenderme. ….Don ¿Cómo se siente? Quédese tranquilo. Aquí lo vamos a atender bien. Le voy a desinfectar las heridas y sacar pedazos de astillas que tiene clavadas en sus pies. El médico quiere ver como evoluciona del corte de sus muñecas.
El olor de la comida me despertó. Los calmantes habían hecho efecto y perdí noción del tiempo dormido. ¿Como anda don? – me preguntó la enfermera- le traje algo nutritivo y rico –agregó-. Al ver el plato de comida me petrifiqué. Choclos y carne. El aroma dulzón me invadió. El sabor era el mismo. Devoré en un instante todo su contenido y le pedí un poco más. -Le voy a preguntar a la cocinera si quedó –contestó la jovencita-
A los pocos minutos aparece una mujer de rasgos duros pero bella, de trenzas negras y al acercarse reconocí esos ojos verdes brillantes. Dejo un poco mas de comida y al alejarse se dio vuelta, me miro y se sonrió.
Me sentía mal y la enfermera confirmo que tenía mucha fiebre. Debe ser la infección de las muñecas–me dijo-. La temperatura subía demasiado. Tenía la mano inflamada. Me pasan de la cama a una camilla. Recorrimos varios pasillos, subidas y bajadas. Enfermeras y doctores que hablan demasiado, que dan explicaciones unos a otros. De pronto me trasladan a una sala. Ya ni puedo balbucear. Estoy débil. De espalda esta un medico lavándose las manos y desinfectándose con un liquido oscuro. No le veo su cara. La enfermera lo asiste. Agita sus manos para secarse. Le pide a su asistente que le coloque el gorrito y el barbijo. Luego le pide que le coloque los guantes de látex. Yo estoy muy débil. Escucho que la enfermera le pregunta – ¿Doctor, que resolvió?- al levantar sus manos para que le coloquen los guantes, las mangas de su mameluco caen y dejan al descubierto sus brazos. Una cicatriz de treinta centímetros recorría su extremidad. ¡¡¡¡HAY QUE AMPUTAR!!!! Contestó.