Amparo... te doy cinco direcciones de la Ciudad de Lobos...la tenés no?
Amparo me contagió su recalculando
José Pepe Juliá
Unos amigos me trajeron, hace un par de meses atrás de su viaje a China, un artefacto electrónico muchísimo más sofisticado que los GPS que andan dando vueltas por ahí. Este tiene entre otras características particulares el poder interactuar con el que lo consulta. Entonces con el aparatito tenemos un fluido diálogo. Tanto es así que lo bauticé Amparo haciéndole honor a su femenina y agallegada voz, aunque tenga los genes chinescos hasta en el cartón de su envoltorio.
Otra diferencia de esta especie de “atlas parlanchín moderno” es el de agregar, vaya uno a saber con qué adelanto cibernético, los antecedentes de la dirección que se le pida. Estos chinos sí que se las saben todas. Por ejemplo el otro día después de preguntarle cómo llegar más rápido al Shopping Abasto, apreté unas de las tantas teclas que aún me quedan por descifrar y que automáticamente permanecen en funcionamiento hasta volver a tocarlas. Era la que desempolvaba las historias de la dirección en cuestión.
Amparo me señalaba que anteriormente en Avenida Corrientes al 3247, entre Agüero y Anchorena, funcionaba el Mercado de Abasto de Buenos Aires, que proveía de frutas y verduras a toda la Capital.
El viernes, tranquilamente sentado en mi sillón, paladeando un “whisky on the rock”, para utilizar un término que se usaba en nuestra juventud, tomé entre mis manos a Amparo, la miré directamente a la pantalla y le dije:
—Te doy cinco direcciones de la Ciudad de Lobos. La tenés ¿no?
La que me contestó fue Miriam que desde la habitación me decía: “¡¡No te escuché!!”. Le expliqué que estaba hablando con el GPS. Ni loco le hubiera dicho que era con Amparo. Quise evitar malos entendidos. El aparatito, como deduciendo la situación, se tomó su tiempo y cuando lo creyó pertinente respondió:
—Tengo explorado a Lobos en mis registros—canturreó.
—Entonces te pongo a prueba— le ordené. Y atosigándola le tiré las cinco direcciones. Una detrás de la otra. Como para amedrentarla:
—Buenos Aires 268— Y me dio un escalofrío.
—9 de Julio y Rivadavia— Respiré hondo
—9 de Julio 130— Junté mis manos.
—9 de Julio y Cardoner— Miré al cielo.
—Avenida Alem 257— Me persigné.
Amparo se demoró un poquito más de lo normal en contestar. Lo tomé como algo lógico por la cantidad de locaciones. Ella adujo que la tardanza no se debía a alguna interferencia satelital porque en definitiva las direcciones se encontraban distantes apenas un poco más de setecientos metros unas de otras.
— Datos verificados—me desafió y arrancó sin darme tiempo a interrumpirla.
— Buenos Aires 268, entre Almafuerte y Suipacha: Sucursal de Banco Santander Río, (hoy un comercio de electrodomésticos; en tiempos pasados funcionaba una Discoteca bailable.
—9 de Julio y Rivadavia: Agencia de autos Volkswagen. Antiguamente restorán y pizzería.
—9 de Julio 130, entre Rivadavia y Ayacucho: Oficina de la Dirección de Cultura del Municipio. Décadas atrás Bar y cafetería.
—9 de Julio y Cardoner: Comercio dedicado a la lencería. En otra época espacio de venta de bebidas y afines. Enfrente, justo en el 300 de 9 de Julio y antes de cruzar Cardoner, una verduleria.
—Avenida Alem 257, entre Hiriart y 9 de Julio: Maxi kiosco. En otros tiempos lugar de esparcimiento y despacho de bebidas.
Dos veces la insulté en silencio. La primera por haber remarcado, aunque haya utilizado sinónimos, la distancia en tiempo y espacio que hay entre el presente y el pasado. Y la segunda por la liviandad con la que describió a los lugares sacrosantos que antecedieron a los actuales.
La acerqué a cinco centímetros de mi cara. Y le hablé despacio. Con calma. Susurrándole para que lo oiga solamente ella.
—Querida Amparo, no quiero ser descortés ni mucho menos. Reconozco que en materia de geografía, información y ubiquidad no hay quien te gane. Pero a lo que puedas aportar con datos y precisiones le está faltando algo que la cibernética o el internet no pueden almacenarte en un “chip” y son ¡¡Sen-ti-mien-tos!!
Miré para todos lados como para afirmar que nadie pudiera ver el cuadro surrealista en el cual me estaba pintando a mí mismo: Sentado en el sillón, con un GPS en una mano y un vaso vacio en la otra. Estirando el cuello para verificar que Miriam aún en el dormitorio, no apareciera. Tenía muchos reproches que hacerle aún.
—Querida Amparo—le volví a decir y se repitió la vibración del aparato como tratando de comprender en qué contexto tenía que interpretar la palabra “querida”—Empiezo por confesarte que a las direcciones que te di las empecé a memorizar de grande. Si, de adulto. A estas cinco direcciones las asimilé cuando me alejé de la cofradía de los habitantes firmes de Lobos. Si bien la decisión de alejarme fue por propia voluntad uno no deja de sentirse exiliado de los lugares que solía frecuentar. En la vida cotidiana de pueblo chico, uno va hasta la casa de…, llega al negocio de…, te acercas hasta lo de… En nuestra adolescencia, cuando empezábamos a desenvolver este rollo que es la vida, los nombres de las calles y mucho menos su numeración no las teníamos en cuenta. Era un dato insignificante. Aterrizábamos en la Pizzería PERRONE y se comía pizza de la mejor. También un dato no menor que a Amparo, se le escapó ; en la otra esquina 9 de Julio y Ayacucho, otra pizzería que nos albergaba La Pizzería de Morena. Nos turnábamos para pasarla bien en lo de FERRARESE, con su café insuperable matizando las charlas políticas. En MIO CID tomando cervezas tratando de cambiar al mundo acodados a una mesa o en CALAHORRA, nuestro lugar de encuentro para organizar los recorridos del safari del sábado. Y aquí Amparo una vez más se quedó sin calle y no me tiró otro hito de aquellas noches: La Gazza Ladra frente a Mio Cid. Y los acomodo en estricto orden de aparición empezando desde la esquina de la Buenos Aires y la 9 de Julio en dirección a la Avenida Alem, allá en el fondo, chocando con la Estación del Ferrocarril. Los fines de semana nuestra gloria era entrar sencillamente a KABAK y entregarnos a la cadencia de las canciones sin imaginarnos que serían las últimas setentosas y las primeras ochentosas como las bautizan ahora. Entrecierro los ojos y puedo escuchar a los melosos suecos de Abba que con su tema “Hasta Mañana”, nos invitaba a desalojar el antro del desenfreno musical ¿Y sabes por qué todos estos lugares tenían ese tinte especial? Por la sencilla razón que todos éramos del mismo palo. El del compartir las monedas o el vaso de whiscola y el de enfrentarnos encarnizadamente en discusiones de religión, de noviazgos no correspondidos y de fútbol que se olvidaban en la siguiente ronda de primeros cigarrillos y de alcohol. Discúlpame si soy pesado pero tenía la necesidad de “poner en valor”, como se usa decir ahora, a esos lugares íconos de nuestras jóvenes vidas vírgenes de cuerpo y alma por aquel entonces ¿Sabés una cosa? Si me aferro a la tan maltratada expresión que asegura que existe una “Universidad de la Calle”, te diría que en esas cinco Aulas Magnas escribimos la “Biografía no Autorizada” de cada uno de nosotros, que formó parte de esa generación entre perseguida y perseguidora. Y que Perrone, Ferrarese, el Negro Ritenuti, el Tano Ferro, los Rangone, luego en Kabak los Fortunato y Pampa Costa; fueron una especie de “Profesores de Cátedra”. ¿Me entendiste algo? Le murmuré y al mirar la pantalla percibí un parpadeo que me pareció más a un bostezo que a una falla de batería.
Al tercer “Recalculando” la noté desconcertada. Me apiadé de ella y con una suave presión desplacé hacia el “off” la tecla de encendido.
El tintineo de los restos de hielo en el vaso me da la opción de otra vuelta o dejar de recordar. Me fui a dormir. O tal vez, a seguir recalculando…
José Pepe Juliá
Los Cuentos de Pepe 2018
Hasta mañana ´til we meet again
Hasta mañana hasta que nos encontremos nuevamente
Don´t know where, don´t know when. No sé donde, no sé cuando...
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