Este país tras 70 años de estructura autoritaria, no superada aún. Sigue esperando todo de un "Estado paternal y benefactor"
Están los argentinos mentalmente enfermos?
La psicopatología social producida por el “consenso político”
Qué difícil o qué simple puede resultar abordar la situación política y especialmente en el caso de la sociedad argentina, desde una perspectiva llamémosle psiquiátrica-psicológica, o que atienda al conocimiento existente de la psique humana, es casi un asunto imperativo, y una materia de estudio y análisis que complementa y mejora la comprensión de los aspectos formales y jurídicos que la sustentan. Y aunque se trate de un ensayo de opinión, vale la pena. Se puede decir que es cierto que el análisis formal de lo político permite la mejor comprensión y conceptualización de la arquitectura institucional y su funcionamiento, abordar el asunto y la materia, humana en este caso, que la compone, desde una perspectiva de la psiquis, permite, a través de los efectos, desarrollar lo que en términos técnicos o tecnológicos, se conoce como “ingeniería inversa”.
De este modo, se pretende con esta perspectiva, y tratando de utilizar una suerte de ingeniería social inversa, y poder desentrañar, aunque sea de forma sintética, el efecto producido en la mente humana, por la arquitectura política y la configuración de las relaciones de poder establecido en nuestro país. Con rehenes, los ciudadanos.
En este país, tras 70 años de una estructura autoritaria, y no superada aún, es normal que la sociedad civil, la clase gobernada, se hubiese acomodado en una posición servil y sumisa que permitía y permite una supervivencia subsidiada al abrigo del Estado y que, finalmente, llegaba a concebir a la estructura de poder, por la fuerza de la costumbre y la indefensión aprendida, como a lo paternal y benefactor. Paternal y benefactor, sí. Es por eso que, al momento del final de una dictadura, por tomar un punto de inflexión, y se da el inicio de la nueva democracia; la deficiente formación consciente o inconsciente de los argentinos en los asuntos de la cosa pública, el estado organizado, y por lo tanto, del espacio de lo público, era una consecuencia lógica de no haber intervenido o haberse formado en esa necesidad de cualquier colectivo humano desarrollado y que aún mantiene las bondades de la civilización. En aquellas circunstancias, no fue demasiado complicado para una parte reducida de la sociedad, para un puñado de personas, los más oportunistas y hambrientos de poder, aprovecharse de la situación política eventual y así, abrazando los preceptos del régimen cesante, integrarse en el Estado y participar, junto a los herederos naturales del poder en el reparto del botín y de las empresas públicas, y sustituir la dictadura, a través de una reforma, por un régimen de partidos “estatales”, es decir, esencialmente una casta o Estado de los partidos, vulgarmente la “partidocracia”. Y así, el terror de los herederos de ese sistema autoritario-dictadura, se vio superado por el ansia de los otrora vencidos para ocupar cargos y disfrutar de las prebendas del poder.
Esta metamorfosis y continuidad de las mismas instituciones y estructuras ya establecidas, sin que hubiese una verdadera ruptura y por lo tanto una liberación de la sociedad y la clase gobernada, puede asemejarse perfectamente a lo que en psiquiatría y psicología se conoce como “matar al padre” y que en el caso de la sociedad argentina, aun no se ha producido. Una expresión metafórica que fue expuesta y desarrollada profusamente por Sigmund Freud en su obra, a través del mito de Edipo, tomado de Sófocles y también mediante el mito de Urvater (el padre originario y antepasado), y la construcción mítica sobre la muerte de Moisés, a partir del texto de Oseas. La recurrencia freudiana al mito, para dar cuenta de la función del padre, tanto a nivel del sujeto como de todo el conglomerado social, es algo perfectamente bien conocido por los especialistas de la psicología y la psiquiatría, y permite analizar lo que se define aquí como una psicopatología social en Argentina.
Los efectos que esta situación produce son percibidos, sin duda, por numerosos especialistas en nuestro país, pero poco se conoce o no se le da importancia a su origen profundo y sus causas puesto que no se lo relaciona con la política, es decir la lucha de los individuos por alcanzar el poder. La configuración del poder establecido sume a la sociedad civil en un permanente estatus de adolescencia, sin la conciencia de responsabilidad en sus acciones, y es además agravado por verse ésta sometida a los efectos perversos y adversos del consenso político, que constriñe o acota el pensamiento en la sociedad, de un modo que pasa completamente inadvertido, para la inmensa mayoría de los individuos.
El primer efecto, inmediato y obvio, es, que las personas desarrollen una serie de sentimientos de identificación, es decir, de carácter identitario, hacia quienes ya tienen el poder y lo exhiben a través de los medios de comunicación masivos. Medios que se encuentran, todos sin excepción, bajo el control de un establecimiento simbiótico que resulta de la ausencia total de representación política de la sociedad civil, es decir, que en lugar de ciudadanos lo que existen de “facto” sean súbditos, permite paliar la frustración e impotencia ante los hechos que se desarrollan en el espacio de lo público y en los cuales no intervienen las personas gobernadas. Individuos condenados al ostracismo político y que adoptan una conducta muy similar a la que se da entre los adolescentes, cuando buscan modelos y ejemplo de vida en sus grupos musicales, artistas o ídolos favoritos.
La diferencia estriba en que, mientras que en el fenómeno de fans, tan habitual entre los púberes, esto se produce de forma natural e involuntaria, y es superado con el tránsito a la edad adulta, en el caso de la identificación que sufren la mayoría de los argentinos hacia los partidos del Estado, es algo de índole artificial y creado por el propio poder establecido que se vale de ello para sustentarse. Los éxitos, que las personas que forman parte de la sociedad política estatal, no han podido lograr de un modo natural y por sus méritos propios, son fabricados artificialmente mediante la existencia de privilegios de clase que se derivan, de forma lógica, de una estructura de poder, vertical y autoritaria, que continúa funcionando exactamente igual que durante la dictadura. Toda la fama de personajes de la política ha sido producida por y para el Estado, sin el concurso de la sociedad civil, siendo por lo tanto no líderes naturales y espontáneos. Sino el resultado de un sistema de poder, ya constituido desde hace décadas y que se sostiene gracias a la inevitable corrupción que se deriva de la existencia de un consenso político de la partidocracia. O qué cree usted que se logró con la implementación de la actual Ley de Partidos Políticos?; Implementada en 2009, y que modificó la Ley Orgánica de Partidos Políticos 23.298 y la Ley 26.215, de Financiamiento de los Partidos Políticos. Que logró?, precisamente eliminar la vida de los mismos; usted cree que elige y participa con las tan promocionadas PASO?, nada más falso y deformante que eso.
En esta situación, las personas desarrollan una especie de síndrome de Estocolmo, en donde terminan abrazando, e incluso justificando y defendiendo, a sus propios secuestradores. La ignorancia en materia política, la apatía y el aburrimiento, el hastío y la falta de objetivos propios, la absoluta amputación mental que produce el consenso político, la renuncia expresa a realizar proyectos de carácter innovador (porque son sistemáticamente aplastados por el aparato del Estado y sus empresas prisioneras), llevan al resultado que se observa y que acompaña a la descomposición inevitable de un régimen únicamente sostenible gracias a la desbordante corrupción. Graves deficiencias de carácter de identidad, y que al tratar de resolverse sin transgredir los límites marcados por el consenso de la partidocracia, no encuentran solución. Cuestiones de vital importancia para el desarrollo sano de cualquier sociedad, como son la libre asunción de los aspectos culturales y morales, la conciencia identitaria que permite la individualización en la comunidad humana determinada por la historia y que llamamos Argentina, son anuladas y sometidas al consenso de un grupo de personas que monopolizan el poder político y que tratando desesperadamente de perpetuarse, destruyen la propia base que permite su existencia. No vamos a entrar en detalles ahora, acerca del absoluto destrozo cultural que ha supuesto la estatización de la sociedad, o en explicar los pliegues ocultos aberrantes que llevaron a la creación de un “pomposo” Ministerio de Cultura, por citar un solo ejemplo, que permite dominar a las masas a través de la imposición artificial de costumbres y desvío de valores, pero basta señalar esta causa, entre otras, para que cualquiera, medianamente pensante y usando la razón saque sus propias conclusiones.
Entonces, no es tan difícil extraer conclusiones, que se desprenden de todo lo anterior. La unidad de poder que domina el Estado, y que, como consecuencia, avasalla, aplasta a la sociedad civil, el consenso político entre un grupo de jefes de “partidos” a los que los ciudadanos no pueden elegir, además de condicionar de forma aberrante la vida de millones de personas en Argentina, impide el propio desarrollo educativo e intelectual que, aquellos que presumen de ejercitarlo como si fuese la profesión de presuntuosos que exhiben de forma recreativa en publicaciones de divulgación académicas o en medios de comunicación. Todos ellos saben bien, de una forma u otra, consciente o inconsciente, que si abandonan los límites del consenso y no acatan el dictado de lo políticamente correcto, serán condenados al destierro intelectual y a la pérdida consecuente de su supuesta fama y estatus social.
En Argentina, decir la verdad, es algo que está literalmente prohibido y… el “emperador está desnudo”, todo el mundo lo ve y nadie lo dice.
… y ahora, que Pilatos ya eligió… y ya votaron una vez más…
Se puede seguir festejando