Da miedo a veces confiar o creer que los problemas serán incomprensibles para otros, pero no, la voluntad de escuchar ayuda a superar los miedos... * un cuento de Mamón Contrera
Lo siento patroncita
*un Cuento de Mamón Contrera
Mi hermano menor y yo habiendo terminado el secundario, decidimos no seguir con los estudios. Muerto nuestro padre optamos por ir a trabajar. Nos fuimos a trabajar al campo. El patrón era nuestro cuñado. Ante nuestra decisión, rápidamente nos hizo el ofrecimiento. Nuestra madre desde ya encantada, y rápidamente se le fue el enojo por no seguir una carrera universitaria. Y así fue.
Nos fuimos a vivir al campo y sólo volvíamos al pueblo los domingos.
El plantel ahora lo componía Don Iribe, un señor mayor, “de a caballo”, ducho para las tareas rurales; el tractor y demás maquinarias. Don Iribe vivió toda la vida en el campo. Consigo se adopta un respeto y una timidez por el prójimo por demás marcada. También estaba nuestro cuñado, que era el dueño del campo, y nosotros dos.
Nuestra tarea consistía en el laboreo con tractores. Cuando se preparaba la cosecha no se descansaba un minuto. Hacíamos turnos para ir a comer.
Nuestro cuñado no era de lo más dedicado al trabajo, pero sí, era una persona muy vinculada a temas ajenos. Era miembro de una cooperativa rural de la zona. También pertenecía a la comisión directiva de varias instituciones provinciales referente al campo.
Cierta vez llega una invitación para ser uno de los tantos productores a disertar en una exposición agro ganadera en Santa Fe. El cuñado estaba como loco de alegría. Orgulloso por la convocatoria, pero también “medio cagado” por la responsabilidad de la disertación.
Y así, fue que se encerraba en su escritorio varias horas al día, preparando su discurso. Escribía, borroneaba, cambiaba las frases, y a medida que pasaban los días, más nervioso se ponía. De corral a corral, iba hablando solo. Practicando frases, cambiando tonos de voz, gesticulando. La verdad que a nosotros nos causaba mucha gracia.
Cierto día por la mañana, se lo vio subir al FAHR, un tractor soplador y ruidoso. Y arrancó para el monte, distante a unos mil metros del casco. Llegado el mediodía, mi hermana estaba preocupada porque su marido no había venido a almorzar, pasando ya como una hora del horario habitual. “¡Chicooos, por favor!”, nos pidió mi hermana; “Díganle a Don Iribe, si puede ir a caballo a buscar a mi marido, estoy muy preocupada”.
Don Iribe acató la orden, montó “el flete” y rumbeó para el monte. Siguiendo las huellas del FAHR llegó a la arboleda, bordeó el mismo y al llegar al otro extremo, divisó el tractor a unos cien metros. El viento soplaba fuerte y de frente. Don Iribe fue acercándose lentamente al tractor. El patrón estaba parado arriba de la cabina del tractor mirando hacia el oeste, es decir de espalda a Don Iribe. El FAHR estaba encendido y la tapa sopladora hacía un ruido a cacerolas bárbaro.
“Patrón! ¡Patrón!” Don Iribe lo llamaba muy tímidamente. Pero el ruido del tractor y el ensordecedor viento que arremolinaba las ramas de los paraísos hacía imposible que escuchara. El patrón mirando el horizonte, gritaba, hacía ademanes, le hablaba a los teros, al pasar volando. Gesticulaba con la cabeza, agitaba violentamente su brazo derecho, llevando su puño desde el corazón hacia el cielo y posteriormente hacía un movimiento horizontal extendiendo su extremidad superior y terminaba abriendo su mano. Don Iribe estaba momificado. Lo miraba en silencio como si hubiese visto al mismísimo Satanás. Pero en un momento, cuando el patrón enardecido hablaba y gritaba, pegó un salto vehemente y abolló el techo del FAHR. Bueno… ahí sí que Don Iribe se asustó. Giró las riendas del “gateado” y emprendió la vuelta al casco. Con mi hermano lo vimos venir a Don Iribe. Parecía que lo había agarrado un tren. Lento y cabizbajo, bajó del pingo. Se acercó al porche.
Nuestra hermana, corriendo desde adentro de la casa, salió a su encuentro temiendo lo peor. Don Iribe se sacó el sombrero y se lo llevó a su pecho, inclinó su cabeza hacia abajo. Nuestra hermana, desesperada gritaba y lloraba ¿Qué pasó Don Iribe? Por favor!, ¿Qué le pasó a mi marido? Frente a ella, el paisano, le dijo: “lo siento mucho ¡¡ El patroncito se volvió LOCO!, le habla a los gritos a los caranchos y a los teros, agita los brazo y salta como un mono”.
Nosotros que nos estábamos fumando un pucho detrás del portón del galpón, no podíamos aguantar la risa. Habíamos seguido a Don Iribe y presenciamos de panza entre el maizal la escena de Don Iribe llamándolo a nuestro cuñado y éste sin escucharlo. ESTABA DANDO EL MEJOR DISCURSO JAMÁS ESCUCHADO!
....“Hay un cierto placer en la locura, que solo el loco conoce”
Pablo Neruda