Cuando la voluntad de ser libre se atrofia, y quien renuncia al ejercicio de su responsabilidad, pierde muy buena parte de su libertad… o toda
Cuando la voluntad de ser libre se atrofia...
Cuando la pulsión de controlar de aquellos que tienen un cierto sentido y apego al poder, sumado a una cierta desidia, a la ignorancia o bien a intereses no visibles, el buscar el camino fácil por una parte de la ciudadanía, hace que sea muy complicado detener para siempre los excesos de la tutela gubernamental. Es muy claro el necesitar reglas que den marco para poder jugar el juego de la vida de la sociedad y otra muy distinta es el gusto por ser un émulo de un “gran hermano”, o pretender hacer vivir a todos en un “Mundo Feliz”. Y más aún cuando el apego al poder va acompañado de la más flagrante de las ignorancias sobre asuntos tan primordiales como lo son la condición humana y las relaciones personales, y que esto de lo que habla en realidad la economía por ejemplo. Y más allá del marketing y la propaganda, las decisiones que se toman generalmente chocan con lo que el ser humano es, es decir con su esencia. Una cosa es acostumbrarse a sufrir, y otra muy distinta es dejar de ser personas y negar su naturaleza todo el tiempo.
Cuando la voluntad de ser libre se atrofia, y quien renuncia al ejercicio de su responsabilidad, pierde muy buena parte de su libertad. Será que unos lo hacen por miedo a no saber administrar su libertad. Y porque a pesar de ser conscientes, se supone, de la pérdida de importante parte de sus libertades, se sienten bastante cómodos bajo la marca “estado social de bienestar”.
Cuando no se percibe el tóxico alimento escondido en las entrañas de la hipnótica golosina estatal; y antes de percatarse de lo que supone la pérdida de libertades individuales su voluntad de ser libres ya estaba atrofiada.
Pero, para muchos otros en cambio, esa voluntad está viva, casi exuberante y nos obliga a rebelarnos contra la marca “estado social”, nos impide aceptar callados cualquier recorte en nuestra libertad. Pero… al final, es como que terminamos perdiendo esas parcelas de libertad en contra de nuestra voluntad, abducidos por una “implacable ley” en la gran sopa colectivista. El mayor peligro para la libertad viene precisamente de aquél a quien se ha encomendado su protección: el estado. Y esto nos debe llevar a la cuestión de cómo defendernos de los recortes en nuestra libertad que ilegítimamente nos impone el estado. ¿Estamos acaso ante la paradoja de necesitar el estado para defendernos del estado? Y en consecuencia, es evidente, que cualquier postura alejada de un cambio rotundo, el aislamiento, la insumisión o el enfrentamiento abierto supone aceptar la paradoja.
Y esto es que el “estado social de bienestar” institucionaliza, da carta de “existencia” a la imagen del hombre incapaz de resolver por sí mismo las dificultades que plantea la vida cotidiana, incapaz de actuar desde su propia responsabilidad asumida. Es por esto que el estado se ocupa fundamentalmente de “proteger” a los ciudadanos incapaces, de las desgracias cotidianas mediante un sistema de seguridades público, regulado y obligatorio. Y nunca duda en presentárnoslo como una bendición, un logro en el camino hacia la felicidad de los humanos. El problema es que para ello nos convierte a TODOS en incapaces, en irresponsables subsidiarios o en supuestos irresponsables.
La propiedad privada es algo más que el combustible que mueve el motor de las sociedades modernas, o el “agua bendita” y que no basta con dos hisopazos en algún altar para alcanzar perdones o beneficios. Es el elixir vital sin el cual no surge la chispa iniciadora, sin el que nada funciona. La propiedad sobre uno mismo y sus logros es la que nos permite tomar conciencia de la responsabilidad que se necesita para ejercer con ella nuestra libertad. Esto en países de políticas colectivistas disfrazadas de sociales el propósito es anular precisamente esta idea. Las ideas de achatamiento socio-colectivistas sólo son combatibles, pues son inmortales, como inmortal es la lacra de la pereza, base irrenunciable para que cualquier idea sea atractiva en nombre de la “felicidad de todos”. La pereza y la enajenación, la renuncia a la propia responsabilidad, son definitivamente el abono vital, el humus en el que crecen los “igualitarismos”, la envidia disfrazada de “discriminación positiva” y la verdadera razón de ser de toda ideología colectivista: el totalitarismo por medio del favoritismo subvencionado. Por eso los colectivistas todos, una vez entregada su responsabilidad atrofiada en manos del estado, sólo pueden vivir en un estado que los proteja, sin ningún sobresalto, se supone, y alejado de cualquier factor, como la alternancia política, por ejemplo, que pueda desestabilizar ese estado, ese limbo soñado.
Estos colectivismos son un programa de enajenación, de embargo, de eliminación de la propiedad. Es un sistema de represión de las libertades. Disfrazada de ecologismo, de seguridad social, de justicia impositiva, de pensiones políticas y seguro del reaseguro de algún seguro. Y es muy difícil para muchos no reconocer tras esas vestiduras, esos ornamentos, la verdadera amenaza que supone entregarnos a lo fácil: nos convertimos en incapaces para solventar lo difícil, pasamos a depender del estado y pagamos la “protección estatal” con nuestra libertad. Si todo esto hubiese sido una descripción de la mafia nadie pondría peros. Pero, levantar la voz contra las opresiones de los estados que coartan las libertades individuales es levantarla contra todo aquel, aquellos -y son muchos- que han dejado atrofiar su voluntad de ser libres por dos migajas de “seguridad”.
Abraham Lincoln ha escrito “que se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo, que puedes engañar a algunos todo el tiempo, pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo”.
Si lo que decía Lincoln no fuera cierto, seguramente estaríamos abocados en un suicidio colectivo; pero no se puede ir contra la propia esencia por los siglos de los siglos. Y seguramente, muy probable que todo el tinglado del gran escaparate estalle, se lo lleve el viento. Que burbujas y botines de deudas soberanas por aquí, que deudas internas por allá, que cada vez más ciudadanos impacientes, enojados por allá… quien sabe. Que los malos tiempos hacen gente dura, que la gente dura hace buenos tiempo, que los buenos tiempos hacen gente débil y la gente débil hace malos tiempos. Es uno de los ciclos de la vida. Es evidente en que parte de la sentencia estamos. La gente débil busca mesías por todas partes… seguramente sus hijos o sus nietos sean mejores que ellos… que así sea.
LobosMag Nov 29 2021
quiero que pensemos la pregunta
Y que nos la dejen preguntar
La pregunta es
La pregunta es…
A veces conspiran en tu propia cara
Con una cascada de putaradas
No se puede solo desatar el nudo con un estribillo pop
Que lo repetís hasta que lo puede cantar un conjunto de orangutanes
La pregunta es…
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