Los activistas políticos, dedicados a esa inútil y afanosa habilidad que Albert Camus ridiculizó en el mito de Sísifo, olvidan que no es lo mismo saber la verdad que decirla.
Estamos inmersos en una apariencia social presentativa(1) de la sociedad civil sin ser representante ni representativa de la misma. Cuando no hay sociedad política, intermedia e intermediaria entre la sociedad civil y el Estado, es decir, entre el país real y el oficial, como bien ocurre en el “estado de partidos”, que es lo que tenemos, ocupa su lugar la sociedad aparente. Y es por eso que tiene su propio código de conducta, sus valores cognitivos, morales o estéticos y sus particulares modos de represión de los infractores. Vemos que nadie se ocupa de ella, porque se confunde con lo que cómodamente se denomina “la opinión pública” pero que sólo es un modo de crearla y mantenerla. Tenemos entonces que dos grandes principios dan coherencia mental y ética a la sociedad de las apariencias.
Primeramente se sustituye la verdad por una serie de ficciones de aceptación general. La sociedad aparente crea la ideología de que no es necesario vivir en la verdad, pues la dificultad de conocerla y realizarla puede ser obviada mediante ficciones convencionales que, por su utilidad social, funcionan como si fueran verdades. Este ficcionalismo lo fundamentó la “Filosofía del como si“, de Vaihinger (1911). (2)
Vivimos en una especie de simulación de República, la partidocracia como si fuera la democracia, el Parlamento como si fuera creador de leyes para proteger a la sociedad y dar marco al progreso real, el poder judicial como si fuera independiente, la prensa como si fuera libertad de expresión, la universidad como si fuera libertad de cátedra, la competencia económica como si existiera la libertad de comerciar libremente, la sindicalización como si fuera libre asociación de los trabajadores. La transición iniciada hace 38 años y que tendría que haber sido un camino de evolución, en medio de decorados y consensos ocultos con la reforma constitucional de 1994, ha impuesto el imperio del “como si”, tanto en la vida privada como en la pública, un “como sí” que beneficia a lo público, lo estatal, por supuesto.
En segundo lugar, el verdadero imperativo categórico, salvaguarda la vigencia y la duración de la sociedad aparente, todo mediante la norma de salvar o guardar a toda costa las apariencias. Tan a rajatabla se aplica este dogma que, cuando la sociedad aparente carece de medios coercitivos contra las irregularidades que no guardan las apariencias, además del escándalo en los medios que controla, pide al Estado que aplique el Código Penal o el que sea.
Tenemos, en esta cuasi dictadura o monarquía de partidos, a los personajes de la plutocracia, que no van a la cárcel por cometer las mismas operaciones ilícitas que sus colegas, como es debido, sino por haber sido erráticos en el círculo profesional que los obliga a guardar las apariencias. Y así la sociedad aparente se centrará en el odio, la deformación de la realidad impuesta y buscará culpables como sea, que si un ex presidente o presidenta o lo que se tenga a mano para ajusticiar como sea, promovido por la propia plutocracia, que no tolera que unos advenedizos hagan lo mismo que ella (la plutocracia), pero sin tapujos ni guardar apariencias. Y la víctima paga, esa sociedad aparente que es simple víctima y carne de cañón de toda la puesta en escena, ese guardar las apariencias que las propias víctimas no entienden o no quieren.
Los activistas sociales y políticos, personas que ocupan su tiempo en el reparto de eslóganes, breves frases con imágenes y burlas humorísticas en redes sociales y otros medios de difusión, actúan conforme a su infantil creencia de que existe una parte social que denominan “dormidos” y que ellos, considerándose a sí mismos iluminados por la vigilia, se disponen a combatir. Piensan que los demás no saben la verdad y que no entienden lo que sucede, y por ese motivo están encomendados y llamados por su espíritu a dedicarse a la labor de despertarles. Cada vez que escuchan una sola cosa cierta en alguien a quien consideran famoso, ven alimentada su ilusión y motivación, conformándose así con pequeñas partes de verdad en un ámbito donde reina la gran mentira.
No hay que dejar de olvidar el cinismo, que es el atributo del carácter que fue sustituyendo a la hipocresía a partir de la transacción política de 1994, la última. Mal que nos pese, y aparentando que está todo bien, adornado con luces de colores, se fundaba, se acrecentaba un régimen de poder cuyo sustento era la pura traición y la mentira pública, la corrupción moral se hacía su factor de gobierno. Es decir, era lo que permitía y permite hoy su estabilidad y gobernabilidad; lo que hace que ese Estado pueda ser estable y mantenido en el tiempo. Por ese motivo, y siendo la Naturaleza tan sabia como lo es, las personas se habituaron en su mayoría a sobrevivir gracias al cinismo. Y es únicamente el cinismo lo que permite ahora obtener beneficios y ganancias, en una sociedad dominada por el consenso político en manos de apátridas y de canallas. Actúan conforme creen es la única forma de poder vivir, especialmente quienes no buscan más que la tranquilidad y el sosiego, librándose así de cualquier molestia o incomodidad.
Por eso los activistas políticos, dedicados a esa inútil y afanosa habilidad que Albert Camus ridiculizó en el mito de Sísifo, olvidan que no es lo mismo saber la verdad que decirla. Y así, siguen escuchando a nuevos periodistas y comunicadores, que aparentan ser “alternativos” o “anti-sistema”, de los cuales se decepcionarían con sorpresa al conocer sus opiniones en privado y que no hacen públicas. El mismo cinismo que mantiene a todos los más célebres periodistas que también escuchan en los Medios para las masas de este régimen de partidos estatales. En este gran escenario del “como si” y la importancia de guardar las apariencias como fundamentos y valores de la partidocracia, la opinión sustituye al criterio y la opinión publicada, a la opinión pública.
Es un hecho que el error está en confundir sociedad política con sociedad civil, confusión muy ligada al error de confundir público con privado y que he llevado a tanta corrupción en Argentina.
(1)verbos presentativos: inacusativos de existencia y aparición: ocurrir, suceder, aparecer, resultar, etc, establecen relaciones de comparación y contraste: comparar, contrastar, distinguir, diferenciar, oponer, etc, etc).
(2) El filósofo alemán Hans Vaihinger (1852-1933) fue conocido especialmente por su filosofía del “como si” (Philosophie des Als ob). Según él, todos nosotros, al no conocer verdaderamente la realidad subyacente, construimos sistemas de pensamiento y nos comportamos “como si” el mundo encajara en nuestros modelos.
" Y cada vez, señor G, que logre zafarse
de un nuevo desastre sepa que alguien le observa, ¿no lo ve?
Señor G, la gente no olvida y viejas heridas se volverán contra usted.
Y grité: "No en mi nombre, no lo haréis si es en mi nombre,
no en mi nombre", o alguna otra memez.
Puede que, señor G, conduzca una noche y se cruce a otro coche
con alguien dentro que sea clavado a usted.
Señor G la misma mirada, las mismas ropas caras
y al volverse lo vea estrellarse.
Un siniestro, un desastre manifiesto, hará bien en desaparecer.
Lo diré, señor G, sin grandes rodeos, usted no es tan bueno
como se cree que es, ¿pero y qué?
Señor G, no ve que haga lo que haga la gente hoy traga, traga hasta devolver.
Tienen hambre, ¿no ve usted que tienen hambre?, tienen hambre, deles de comer.
Tarde o temprano usted lo sabrá, todo se acaba por precipitar,
Un siniestro, un desastre manifiesto, hará bien en desaparecer.
Tarde o temprano tendrá que pagar, lo único cierto es que lo hecho hecho está,
y amanece cantando como un animal.
Señor G la misma mirada, las mismas ropas caras y al volverse lo vea estrellarse.
Un siniestro, un desastre manifiesto,
hará bien en desaparecer…”
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