Y sabes que pienso?... me dijo entonces el hombre de la barra de aquel bar… pues que para las personas los recuerdos son el combustible que les permite seguir viviendo…
Quizás todas las cosas ya estén perdidas de antemano secretamente en algún lugar remoto… es posible si… Pero al menos existe un lugar tranquilo donde todas las cosas van fundiéndose, unas sobre otras, hasta formar una única imagen. Y a medida que vamos viviendo no hacemos más que ir descubriendo una tras otra, como si tirásemos de hilo fino muy fino esas coincidencias. Y a veces cerramos los ojos, intentamos recordar el mayor número de cosas bellas perdidas… tal vez no. Intentamos retenerlas en la mano de la memoria, aunque sólo sea un instante…
… Y así, continuamos viviendo, cada uno a su manera, ahora… hoy, y pensamos… tal vez, que por muy honda, profunda y fatal que sean las pérdidas, por importante que sea lo que nos han arrancado, o quedado en el tiempo, y ya no tomadas en las manos, sino en la memoria, aunque nos hayamos convertido en alguien completamente distinto… tal vez no, y sólo conservemos en algún lugar, de lo que antes éramos, una fina capa de piel del principio y a pesar de todo, podemos continuar viviendo así, supuestamente con silencios en colores que traen imágenes del adentro tan cercano… y podemos alargar la mano, ir tirando del hilo de los días que nos han destinado, ir dejándolo atrás, tal vez, en forma de un trabajo que parecerá rutinario, el trabajo de todos los días… haciendo, según cómo, una buena actuación… vivir… - DEL EDITOR –
El Eterno Árbol Navideño
Allá está el tío, el encargado de la parrilla, atizando el fuego para que las brasas no pierdan el color ni el calor.
Ya está estipulado que nadie puede interferir con comentarios o consejos para mejorar el trámite de la cocción de las carnes, como por ejemplo opinar sobre la altura de la parrilla o la temperatura a la que tiene que arder la leña…
Los demás tíos se encargan de recargar una y otra vez los vasos con vermut o vino tinto entrenándose para el brindis principal...
Los primos mayores se dibujan bigotes con la espuma de las cervezas marcándonos la diferencia de años...
Las tías pavoneándose en la cocina muestran sus ensaladas rusas, el vitel toné, la infaltable lengua a la vinagreta…
Las primas que por orden de aparición aventajan a las menores se encargan de la ensalada de frutas, de las tortas y los panes dulces, de los turrones y las nueces…los pequeños, en los cuales me incluyo en esta retrospectiva en el tiempo, nos dedicaremos a corretear dando vueltas a la larga mesa, que en definitiva son tres o cuatro arrimadas unas a otras, teniendo la particularidad de estar forradas con las hojas de papel blanco que el almacenero del barrio se dignó a donar. No habría un mantel tan largo para albergar a todos, gasto innecesario si se tiene en cuenta que el uso se limita a dos o tres veces al año.
Con los gritos de los mayores insistiendo que no revoloteemos cerca del fuego de la parrilla; que no juguemos cerca del barril repleto de barras de hielo para dar el frío necesario a las bebidas; que no nos acerquemos al árbol de Navidad y que no se nos ocurra deambular por la cocina por temor a que alguno se lleve por delante a alguna tía que tenga bandejas en la mano.
Los abuelos son los invitados en su propia casa. No les dejan hacer nada. Solamente les recomiendan que se dejen agasajar. A lo sumo tendrán que sostener a los benjamines de la familia, porque siempre habrá alguien en edad de arrullar, hasta que la madre o el padre del que todavía no aprendió a caminar, rescate al bebé de la familia.
La hora crucial para los más pequeños no llega nunca. La medianoche aún está demasiado lejos si nos dejamos llevar por la impaciencia e inquietud que nos inundan el corazón desbordante de inocencia, aunque los primos mayores nos vayan dejando pistas. Ya nos han hecho cantar los villancicos aprendidos en la escuela, nos han hecho desarrollar las nuevas habilidades para descifrar lo que dice en las tarjetas colgadas del eterno árbol de plástico con sus luces intermitentes.
Mis recuerdos ahora se centran en aquella vez en que me trepé a la silla en la cual el abuelo presidiría la cena y comprobé cuán larga era la mesa. Y pude apreciar la variedad de formas y colores de platos, cubiertos, vasos y copas. De los respaldos distintos de las sillas. Cada familia llevaba los accesorios propios, porque para los abuelos era imposible reunir la vajilla completa y mucho más dificultoso juntar los asientos para tantos comensales.
A eso de las nueve y media, el tío parrillero golpeteaba la bandeja de acero con un sacacorchos anunciando que procedería a repartir chorizos y morcillas. Que iban acompañados de comentarios que hacían enojar a las mujeres cuando los depositaba en sus platos. Después vendrá el asado, las ensaladas, el turrón, el pan dulce, devorados a las apuradas para acelerar el momento de mirar las estrellas, buscando alguna fugaz, que nos confirmara que Papá Noel ya andaba por el cielo del barrio, mientras aparecían de la nada los paquetes al pie del eterno árbol navideño.
Con el correr de la vida fuimos ganándole escalafones al árbol genealógico, pero sin olvidar a quienes lo sostienen desde las raíces, con la savia, color verde esperanza. Al pasar los años uno va asumiendo otros roles. La vida misma nos obliga a otras funciones. Alguno de nosotros se adueñó de la parrilla mientras los demás nos abocamos a llenar una y otra vez los vasos. Pasamos a ser los organizadores de la magia y la inocencia pura de los más chicos de la familia. Ahora nos toca a nosotros apilar a las apuradas los regalos cerca del árbol. Somos nosotros los encargados de enfrentarnos a los peligrosos corchos de las botellas de sidra. Los que prolongamos los abrazos porque ya sabemos que el tiempo se nos escapa a las corridas. Los que extrañamos los besos babosos que nos daban las abuelas y las tías sin entender que era la muestra de cariño más elocuente que te pudieron dar alguna vez.
Y en un mañana, no muy lejano, seremos los que ocupemos la cabecera de esa mesa larga y bulliciosa, siempre con un nuevo integrante de la familia para que las sillas no queden vacías, aunque imaginariamente aún están los que se adelantaron en el viaje.
El tiempo que despiadadamente se empecina en seguir andando nos marcará otra vez el almanaque con una nueva Navidad, sabiendo que nunca más serán iguales a aquellas donde nuestra única preocupación era encontrar el regalo al pie del eterno árbol navideño.
José Pepe Julía - Los Cuento de Pepe 2023 – Lobos - B.A. - Argentina
De pequeño frente a un calendario pregunté:
"En diciembre, el 31, ¿se acabará el mundo?"
Todos se rieron, yo no sabía por qué.
"Algo más", oí, "nos queda un poco más".
No me convenció y fui hasta el reloj de la pared.
Si no le doy cuerda, entiendo, lograré parar el tiempo.
Se lo comenté a mi hermano y, él mirándome,
"¿para qué?" me dijo, "¿para qué?".
Por primera vez sentía el miedo de verdad
Y aún entonces ya sabía que no me abandonaría.
Y soñé con una multitud siguiéndome
Que me gritaba "El tiempo no se puede detener"...
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