Es en momentos de crisis cuando los escándalos de corrupción suelen aparecer y diseminarse con más frecuencia en los medios y la opinión pública.
Por corrupción, la literatura académica suele entender el abuso del poder público para obtener ganancias privadas. Estaríamos incluyendo actividades políticas, pero también de agentes públicos como policías y otros funcionarios públicos.
Los investigadores en ciencias sociales han construido indicadores en los que se trata de medir y comparar los niveles de corrupción, tanto entre países como a lo largo del tiempo. Estos indicadores son imprescindibles para poder responder a las preguntas anteriores, más allá de evidencias anecdóticas que uno pudiera tener. Así podremos poner en relación la variable corrupción frente a otras variables de interés, como la renta per cápita o la distribución de ingresos.
Son indicadores muy utilizados, y su impacto llega a los medios de comunicación generalistas. Sirva como ejemplo un artículo en el El País de España, “España cae a su peor registro en la clasificación mundial de percepción de la corrupción”, en cuyo subtítulo se destaca que los Emiratos Árabes Unidos, Bután, Bahamas o Uruguay reciben mejores calificaciones que España, por ejemplo.
El indicador utilizado por El País, en este caso es el que elabora la organización Transparencia Internacional, uno de los más usados en el ámbito académico y político. Constituye toda una referencia cuantitativa contra la que comparar los progresos de lucha contra la corrupción de los gobiernos. Algo así como el Doing Business de la corrupción, que es un sistema de calificación dentro del Banco Mundial. Dado que algunas políticas están influidas por este tipo de indicadores, conviene resaltar la importancia de cómo están construidos
Volvamos al título de esta nota por un momento. Se está hablando de percepción de la corrupción, no de corrupción en sí misma. Es un indicador de carácter subjetivo, frente a otras medidas que tratan de centrarse en los hechos y la experiencia de corrupción. Efectivamente, el indicador más extendido no oculta este matiz, de hecho se denomina Índice de Percepción de la Corrupción (Corruption Perceptions Index). Pero los indicadores que se centran en la experiencia de la corrupción, aunque a primera vista pudieran ser más precisos que los de percepción, tampoco son ninguna panacea y presentan importantes dificultades.
¿Es este matiz relevante o mera disquisición académica? ¿Acaso no es prácticamente lo mismo hablar de percepción de la corrupción que de corrupción. A secas?
Los datos muestran que la correlación entre los distintos tipos de indicadores de corrupción no es tan alta como se esperaría. Una serie de trabajos académicos han abordado esta cuestión, como en un trabajo de investigación “Percepción vs experiencia: explicando las diferencias en las medidas de corrupción usando microdatos”, de J.Gutmann, F.Padovano y S.Voigt.
Los autores señalan varios argumentos que explicarían las diferencias sistemáticas que se observan entre los indicadores de percepción y los indicadores basados en la experiencia de corrupción. Todos estos argumentos hacen referencia a factores que influyen en la percepción de la corrupción más allá de la experiencia real de ésta. Entre ellos figuran sesgos cognitivos potenciales que puede sufrir la ciudadanía en su percepción de la corrupción, entre los que destaca el sesgo de optimismo. Sociedades cuyos individuos son más optimistas, o que coyunturalmente atraviesan mejores condiciones, se espera que su percepción de la corrupción sea menor. Lo contrario sucedería para aquellos que pasan por unas situaciones complicadas de alto desempleo, precariedad o malas perspectivas.
Otro factor que impacta en la percepción de corrupción es el ciclo económico. Una población que disfruta de la fase expansiva del ciclo, donde la actividad crece a tasas sólidas, el desempleo es decreciente y las expectativas son muy positivas, tenderá a reportar menor nivel de corrupción, manteniendo las demás variables constantes. En cambio, en la fase de depresión del ciclo ocurrirá lo contrario, y la población atribulada seguramente tratará de identificar a los culpables (reales o imaginarios) de los problemas, dándose mayor importancia al fenómeno de la corrupción.
Relacionado con esto último, la disponibilidad de información respecto a las prácticas de corrupción de otros miembros de la sociedad también afectará las percepciones. A un nivel de corrupción real dado, un mayor conocimiento de estos casos por parte del público aumentará su percepción. Precisamente es en fases de crisis cuando los escándalos de corrupción suelen aparecer y diseminarse con más frecuencia en los medios. Pero para ello, una condición imprescindible es que exista auténtica libertad de prensa. La competencia política y la independencia judicial también ayudan. Podemos agrupar los diferentes factores potencialmente relevantes en la percepción de corrupción en cuatro categorías:
1 – Características socio-demográficas individuales: edad, sexo, renta, educación
2 – Indicadores políticos: democracia, libertad de prensa
3 – Indicadores económicos: renta per cápita, crecimiento
4 – Cultura y capital social: actitudes, religión, fragmentación étnica a nivel país.
Los resultados del análisis empírico realizado en ese trabajo apoyan las hipótesis anteriores. Se destaca el resultado de que la percepción de corrupción en sociedades democráticas es más alta de lo que se esperaría dada la experiencia real con la corrupción, debido a que la competencia política incentiva a descubrir y difundir la corrupción de los oponentes políticos.
Entonces, y dado que los individuos en democracia podrían estar exagerando sus percepciones de corrupción, el efecto positivo de las instituciones democráticas sobre la corrupción podría haberse infravalorado.
Las percepciones no tienen por qué coincidir con las realidades en fenómenos complejos como es el de la corrupción. Conviene tener en cuenta las limitaciones de los indicadores de corrupción más utilizados. Simplificar una realidad compleja en un indicador cuantitativo puede ser útil, imprescindible para la investigación como señalábamos al principio, pero también tiene riesgos que deben contemplarse.
por Ángel Martín Oro